Alba González Sanz
Hay un corcho en el suelo, junto a la cama. Y resulta difícil no centrar en él la vista mientras, al fondo de la habitación, Anton no respira ya y Olga nos da las instrucciones precisas para transmitir al mundo la noticia de su muerte. Todo esto ya lo contó Carver y en el cuarto hay tres rosas amarillas. Tal vez en algún lugar del equipaje del matrimonio encontremos un telegrama o una de las muchísimas cartas que se escribieron en el tiempo que duró su relación. En todo caso, es la del relato una madrugada triste.
La Correspondencia (1899-1904) que se recoge en esta edición de Páginas de Espuma es una mirada a esas notas intercambiadas entre el escritor y la actriz, entre los dos amigos, entre los dos esposos en los últimos años de su corta pero intensa relación. La selección de cartas se organiza por años y, al final, se incorpora un apéndice con algunas de las misivas que Olga continuó escribiendo cuando Chéjov ya había muerto, recogiendo los sucesos de los meses inmediatamente posteriores a su fallecimiento.
Cuando Anton Chéjov conoció a Olga Knipper, actriz principal del Teatro del Arte de Moscú, ya era un escritor de reconocido prestigio y comenzaba a dar a luz sus fundamentales obras de teatro. Al principio, ambos mantuvieron en secreto su relación pero en 1901 contrajeron matrimonio. En el corto espacio de tiempo que estuvieron juntos, la distancia geográfica fue la tónica: él debía pasar parte del año retirado en Yalta, por sus problemas de salud; y ella en Moscú, por imperativo teatral.
¿Interesa leer cómo el autor de La gaviota llama «cachorrillo» a la que fue su mujer? Más bien poco y sin embargo, apartando lo personal hay un asunto de interés central en estas cartas: Chéjov escribiendo sobre teatro, sobre sus obras, y haciéndolo en la intimidad y con franqueza, comentando con Olga Knipper sus dudas, sus sugerencias de interpretación, la propia situación de ella en cada pieza. Por otro lado y dada la compleja relación entre ambos por la obligación profesional de pasar separados gran parte del año, es interesante también ver cómo la actriz de origen alemán se torturaba al considerar que hasta cierto punto ella debería estar con Chéjov, planteándose en más de una ocasión su carrera teatral, especialmente tras un traumático aborto.
Dice Olga: «Después de La gaviota sufrí físicamente, mientras que ahora, tras el Tío Vania, sufro moralmente. [...] Sólo sé una cosa: interpreté con pretensiones, y eso es precisamente lo más terrible». Responde Chéjov: «La obra es antigua y ya tiene un tiempo, además de muchísimos defectos de toda clase. Si más de la mitad de los intérpretes no han sido capaces de dar con el tono apropiado, eso quiere decir, por supuesto, que la culpa es de la obra».
Pregunta Anton: «Descríbeme, aunque sea, un solo ensayo de Las tres hermanas. ¿Hay algo que sea necesario añadirle o quitarle? […] No expreses aflicción en tu rostro en ningún acto. Enfado sí, pero no aflicción». Responde Olga: «Representamos dos veces el tercer acto. Nemiróvich estuvo observando y parece ser que va a cambiar muchas cosas. Stanisl[avski] ha organizado un horrible barullo en el escenario [...] Todos actúan con armonía y tenemos esperanzas de que la pieza vaya bien. Stanislav[ski] ayer habló conmigo en privado más de dos horas, analizó toda mi naturaleza artística, una vez más me reprochó mi incapacidad para trabajar, para repetir el mismo papel durante tres años [...] Es muy difícil para mí hablar con él; él se da cuenta de que no me inclino ante él, de que no me pongo en sus manos como actriz, y eso le saca de quicio. Es cierto, no tengo una confianza ciega en él». Replica Chéjov desde Niza: «Barullo en el tercer acto... ¿qué barullo? Hay ruido sólo a lo lejos, tras el escenario, un ruido sordo, confuso; y mientras, en escena estáis todos cansados, casi dormidos... Si echáis abajo el tercer acto estropearéis la obra entera y lograréis que me silben, ¡a mi edad!».
Escribe la Knipper: «Ignatov leyó un informe. Analizaron de una forma rara tanto al espectador como al teatro. [...] Dijeron por ejemplo que el teatro favorece la pasividad, ya que el espectador no puede mostrar un interés o desinterés acerca de lo que está ocurriendo en el escenario. [...] Por supuesto todos tendían a hablar mal del teatro contemporáneo y del repertorio. [...] El discurso lo cerraron con las palabras: “¡que viva la luz y que perezcan las tinieblas!”». Comenta Anton: «¡“El teatro favorece la pasividad”! ¿Y qué la pintura entonces? ¿Y la poesía? El espectador, al mirar un cuadro o leer una novela, tampoco puede manifestar su interés o su desinterés sobre lo que haya en el cuadro o en el libro. “Que viva la luz y que perezcan las tinieblas”, eso es una hipocresía de los rezagados, de los duros de entendederas y de los débiles».
El intercambio podría seguir y casi en cada carta encontraríamos la vida de esta pareja entreverada de teatro y literatura, de cotidianeidad y escena. Tras el corte abrupto que impone la muerte de Anton Chéjov, llegan las notas del diario de Olga Knipper, y en el fondo, a pesar de la comprensión infinita de su esposo que valoraba más que nadie sus capacidades como actriz, la siguiente despedida: «El teatro, el teatro… No sé si amarlo o maldecirlo…»
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