Trad. Jorge Cornejo. Alfaguara, Madrid, 2007. 265 pp. 17,50 €
Miguel Sanfeliu
Daniel Alarcón es uno de los nombres que han sonado con más fuerza en los últimos años, en este mundo literario donde, al parecer, según los suplementos culturales, aparece una obra maestra cada dos o tres meses. Daniel Alarcón es joven, peruano, afincado en EE.UU. y escribe en inglés. La revista Granta lo incluyó en su lista de los mejores jóvenes escritores estadounidenses, pese a que nació en Lima, Perú, en 1977. Es por tanto un escritor entre dos mundos. Rápidamente se reivindicó su origen y se le catalogó como uno de los más prometedores escritores latinoamericanos y fue incluido en el grupo “Bogotá 39”. En Septiembre de 2007 estuvo en España, participando en el Festival Hay que se celebró en Segovia. Un hombre delgado, con su voluminoso pelo rizado y una actitud muy alejada del engreimiento en el que podía haber caído, con todo lo que le ha sucedido en un espacio de tiempo demasiado corto.
También es editor asociado desde EE.UU. de la revista peruana de periodicidad mensual Etiqueta Negra.
Su libro de relatos War by candlelight: stories fue finalista en 2006 del Premio Hemingway Foundation/PEN. En España ha sido publicado por Alfaguara, casi al mismo tiempo que la primera novela de Alarcón, Lost City Radio. Así que podemos estar tranquilos, porque también ha escrito una novela, lo cual suele considerarse requisito indispensable para ser tomado en serio en determinados círculos.
Guerra a la luz de las velas es un libro de una gran fuerza, digno resultado de la unión entre la tradición norteamericana y la latinoamericana. Una tiende más a la economía de medios, a desnudar los hechos, a distanciarse de las emociones, mientras la otra siempre ha estado más cerca de un colorido visceral y de un mundo en el que la realidad no termina de explicarlo todo, y en el que es preciso recurrir a ecos fantásticos u oníricos para interpretar ciertas cosas. Flannery O’Connor y Cortázar, Cheever y Junot Díaz… una mezcla en todo caso interesante.
Los relatos tienen una composición muy particular. Son historias que saltan en el tiempo, que incluyen episodios que, en algunos casos, parecen no tener apenas conexión. Sus protagonistas son seres perdidos, que buscan su hogar junto a la persona amada, sin acabar de conseguirlo, o que luchan en una guerra que parece librarse muy lejos y no tener ni principio ni fin, o que sueñan con huir de una existencia precaria y anodina. Las historias parecen dispararse en diferentes direcciones. “Ciudad de payasos” nos habla de un periodista cuyo padre acaba de morir y de su desconcierto al descubrir que su madre se ha trasladado a vivir con la segunda esposa de éste, con la mujer por la que les abandonó, y los recuerdos se suceden a la vez que se enfrenta a la obligación de escribir un reportaje sobre artistas callejeros, un relato que va y viene, en consonancia con el deambular del protagonista, que nos habla del sentimiento de pérdida, de la tristeza que se oculta detrás de algunas sonrisas. En “Ausencia” encontramos a un artista que viaja a Nueva York para exponer sus cuadros y que siempre se comporta como un extraño que observa con distancia todo cuanto le rodea, incluso las imágenes del atentado del 11 de Septiembre, cuyo aniversario se cumple en ese momento. En “El visitante” se nos habla de una terrible tragedia que se asume con resignación, sentimos el peso de lo inevitable y la fuerza necesaria para seguir adelante en determinadas circunstancias. “Sobre la ciencia de estar solo” nos cuenta una particular historia de amor y “Guerra a la luz de las velas” habla de ideales, de un hombre que sueña con el fin de las injusticias y que se implica en una guerra omnipresente que lo envuelve todo en un halo de irrealidad. Historias que encierran misterios y cuya estructura es compleja y tras la que se advierte una gran destreza técnica, capaz de capturarnos, de contarnos una historia a la vez que nos embarga una emoción difícil de definir.
«No todos los muertos caen del cielo. No todos llegan por el río Hudson y terminan flotando contra las rocas cubiertas de musgo en la orilla. Algunos son nuestros padres, nuestros tíos. Algunos pierden la batalla lentamente. Algunos mueren odiando el mundo». Esto podemos leerlo en la última historia de este libro fascinante en el que, pese a todo, la gente lucha por salir adelante, por vivir, aunque se encuentren en lugares en los que no terminan de encajar y lo único a lo que puedan aferrarse sea a ellos mismos.
Miguel Sanfeliu
Daniel Alarcón es uno de los nombres que han sonado con más fuerza en los últimos años, en este mundo literario donde, al parecer, según los suplementos culturales, aparece una obra maestra cada dos o tres meses. Daniel Alarcón es joven, peruano, afincado en EE.UU. y escribe en inglés. La revista Granta lo incluyó en su lista de los mejores jóvenes escritores estadounidenses, pese a que nació en Lima, Perú, en 1977. Es por tanto un escritor entre dos mundos. Rápidamente se reivindicó su origen y se le catalogó como uno de los más prometedores escritores latinoamericanos y fue incluido en el grupo “Bogotá 39”. En Septiembre de 2007 estuvo en España, participando en el Festival Hay que se celebró en Segovia. Un hombre delgado, con su voluminoso pelo rizado y una actitud muy alejada del engreimiento en el que podía haber caído, con todo lo que le ha sucedido en un espacio de tiempo demasiado corto.
También es editor asociado desde EE.UU. de la revista peruana de periodicidad mensual Etiqueta Negra.
Su libro de relatos War by candlelight: stories fue finalista en 2006 del Premio Hemingway Foundation/PEN. En España ha sido publicado por Alfaguara, casi al mismo tiempo que la primera novela de Alarcón, Lost City Radio. Así que podemos estar tranquilos, porque también ha escrito una novela, lo cual suele considerarse requisito indispensable para ser tomado en serio en determinados círculos.
Guerra a la luz de las velas es un libro de una gran fuerza, digno resultado de la unión entre la tradición norteamericana y la latinoamericana. Una tiende más a la economía de medios, a desnudar los hechos, a distanciarse de las emociones, mientras la otra siempre ha estado más cerca de un colorido visceral y de un mundo en el que la realidad no termina de explicarlo todo, y en el que es preciso recurrir a ecos fantásticos u oníricos para interpretar ciertas cosas. Flannery O’Connor y Cortázar, Cheever y Junot Díaz… una mezcla en todo caso interesante.
Los relatos tienen una composición muy particular. Son historias que saltan en el tiempo, que incluyen episodios que, en algunos casos, parecen no tener apenas conexión. Sus protagonistas son seres perdidos, que buscan su hogar junto a la persona amada, sin acabar de conseguirlo, o que luchan en una guerra que parece librarse muy lejos y no tener ni principio ni fin, o que sueñan con huir de una existencia precaria y anodina. Las historias parecen dispararse en diferentes direcciones. “Ciudad de payasos” nos habla de un periodista cuyo padre acaba de morir y de su desconcierto al descubrir que su madre se ha trasladado a vivir con la segunda esposa de éste, con la mujer por la que les abandonó, y los recuerdos se suceden a la vez que se enfrenta a la obligación de escribir un reportaje sobre artistas callejeros, un relato que va y viene, en consonancia con el deambular del protagonista, que nos habla del sentimiento de pérdida, de la tristeza que se oculta detrás de algunas sonrisas. En “Ausencia” encontramos a un artista que viaja a Nueva York para exponer sus cuadros y que siempre se comporta como un extraño que observa con distancia todo cuanto le rodea, incluso las imágenes del atentado del 11 de Septiembre, cuyo aniversario se cumple en ese momento. En “El visitante” se nos habla de una terrible tragedia que se asume con resignación, sentimos el peso de lo inevitable y la fuerza necesaria para seguir adelante en determinadas circunstancias. “Sobre la ciencia de estar solo” nos cuenta una particular historia de amor y “Guerra a la luz de las velas” habla de ideales, de un hombre que sueña con el fin de las injusticias y que se implica en una guerra omnipresente que lo envuelve todo en un halo de irrealidad. Historias que encierran misterios y cuya estructura es compleja y tras la que se advierte una gran destreza técnica, capaz de capturarnos, de contarnos una historia a la vez que nos embarga una emoción difícil de definir.
«No todos los muertos caen del cielo. No todos llegan por el río Hudson y terminan flotando contra las rocas cubiertas de musgo en la orilla. Algunos son nuestros padres, nuestros tíos. Algunos pierden la batalla lentamente. Algunos mueren odiando el mundo». Esto podemos leerlo en la última historia de este libro fascinante en el que, pese a todo, la gente lucha por salir adelante, por vivir, aunque se encuentren en lugares en los que no terminan de encajar y lo único a lo que puedan aferrarse sea a ellos mismos.
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