Trad. Puerto Anadón. Funambulista, Madrid, 2007. 168 pp. 16,80 €
Apéndices: «Semblanza de Xavier de Maistre» por Sainte-Beuve. Trad. J.M. Lacruz Bassols; «Postfacio»: J.M. Lacruz Bassols.
La vida de los hermanos Maistre ejemplifica lo que ocurrió con tantas familias aristócratas que se vieron arrolladas por la revolución francesa. Xavier nació en 1763 en Chambéry, la vieja capital del ducado de Saboya (que en aquel tiempo estaba integrado en el reino de Cerdeña y era gobernado desde Turín). Fue en el propio Chambéry donde los súbditos saboyanos constituyeron una Asamblea Nacional y decidieron integrar su territorio en Francia. En 1794, para asegurar el rigor en la aplicación de las leyes republicanas, el Comité de Salud Pública envió allí a Antoine Louis Albitte, que a partir de entonces recibirá el sobrenombre de «el Robespierre Saboyano».
El destino de Xavier de Maistre fue el exilio. Su hermano mayor, Joseph, se convirtió en el gran teórico contrarrevolucionario y en sus libros y artículos denostaba las ideas de la Ilustración y exaltaba tenazmente la monarquía de derecho divino. Xavier también la defendió, pero con las armas: como buen aristócrata, se dedicó a la carrera militar y puso su espada al servicio de los reyes, primero de sus soberanos naturales, los Saboya, y finalmente de los Románov, pues acabó instalándose en Rusia. Allí pasó la mayor parte de su vida, estableció relaciones en la corte de San Petersburgo (donde su hermano fue embajador del rey de Cerdeña), luchó bravamente en el Cáucaso y se casó con una de las damas de la corte imperial, la señorita Zagriatsky.
Xavier tenía varias aficiones: la pintura (la venta de sus paisajes le proporcionó dinero en los momentos difíciles) y la literatura, que le ha dado su mayor gloria: escribió con una ligereza y una transparencia muy dieciochescas, y lo hizo (por supuesto) en francés, el idioma refinado de la corte y los salones rusos.
De Maistre escribía para distraerse. Era un escritor aficionado en el sentido más pleno (y noble) de la palabra. Novelaba levemente sus pensamientos y experiencias y redactaba con la sencillez coloquial de un caballero de conversación amena. En esto estriba su mayor mérito, pero también su debilidad. Nunca hizo (ni lo pretendió) gran literatura. Nadie sentirá una conmoción intelectual ni emocional con el Viaje alrededor de mi habitación. Aquí no se aprecia la desdicha del exiliado, ni el vigor del guerrero, nada hay que deslumbre, nos inquiete o maraville. Todo tiene el aire de un juego amable, como si fuera una danza rococó y no naciera en los mismos momentos (1794) del Terror jacobino en Francia, cuando el delegado Albitte controlaba con mano de hierro la añorada Saboya de los Maistre.
Salvo alguna alusión a los tiempos felices anteriores a la revolución y a los amigos y familiares muertos, casi nada empaña el aire apacible e íntimo de su obra. En el Viaje alrededor de mi habitación cuenta exactamente lo que anuncia el título: una excursión por su cuarto. Si Julio Verne necesitará ochenta días para que sus personajes den la vuelta al mundo, De Maistre empleará cuarenta y dos en recorrer su alcoba, exactamente el tiempo que duró su arresto domiciliario de seis semanas por haberse batido en duelo en Turín. De Maistre nos describe sus hábitos, los objetos que le rodean, filosofa, recuerda a su amada —aquí se exalta y parece entonar una arrobada «aria del retrato», como un Tamino—, echa de menos la vida social que le está vedada y, en fin, se entrega a un divertimento donde brilla su ingenio doméstico y la pulcritud de su estilo.
Cuando visitó París por primera vez, siendo ya un anciano, se sorprendió de la reputación que tenía como hombre de letras. Hoy perdura su Viaje como un pequeño clásico de la literatura en francés. Pequeño, pero con encanto.
El destino de Xavier de Maistre fue el exilio. Su hermano mayor, Joseph, se convirtió en el gran teórico contrarrevolucionario y en sus libros y artículos denostaba las ideas de la Ilustración y exaltaba tenazmente la monarquía de derecho divino. Xavier también la defendió, pero con las armas: como buen aristócrata, se dedicó a la carrera militar y puso su espada al servicio de los reyes, primero de sus soberanos naturales, los Saboya, y finalmente de los Románov, pues acabó instalándose en Rusia. Allí pasó la mayor parte de su vida, estableció relaciones en la corte de San Petersburgo (donde su hermano fue embajador del rey de Cerdeña), luchó bravamente en el Cáucaso y se casó con una de las damas de la corte imperial, la señorita Zagriatsky.
Xavier tenía varias aficiones: la pintura (la venta de sus paisajes le proporcionó dinero en los momentos difíciles) y la literatura, que le ha dado su mayor gloria: escribió con una ligereza y una transparencia muy dieciochescas, y lo hizo (por supuesto) en francés, el idioma refinado de la corte y los salones rusos.
De Maistre escribía para distraerse. Era un escritor aficionado en el sentido más pleno (y noble) de la palabra. Novelaba levemente sus pensamientos y experiencias y redactaba con la sencillez coloquial de un caballero de conversación amena. En esto estriba su mayor mérito, pero también su debilidad. Nunca hizo (ni lo pretendió) gran literatura. Nadie sentirá una conmoción intelectual ni emocional con el Viaje alrededor de mi habitación. Aquí no se aprecia la desdicha del exiliado, ni el vigor del guerrero, nada hay que deslumbre, nos inquiete o maraville. Todo tiene el aire de un juego amable, como si fuera una danza rococó y no naciera en los mismos momentos (1794) del Terror jacobino en Francia, cuando el delegado Albitte controlaba con mano de hierro la añorada Saboya de los Maistre.
Salvo alguna alusión a los tiempos felices anteriores a la revolución y a los amigos y familiares muertos, casi nada empaña el aire apacible e íntimo de su obra. En el Viaje alrededor de mi habitación cuenta exactamente lo que anuncia el título: una excursión por su cuarto. Si Julio Verne necesitará ochenta días para que sus personajes den la vuelta al mundo, De Maistre empleará cuarenta y dos en recorrer su alcoba, exactamente el tiempo que duró su arresto domiciliario de seis semanas por haberse batido en duelo en Turín. De Maistre nos describe sus hábitos, los objetos que le rodean, filosofa, recuerda a su amada —aquí se exalta y parece entonar una arrobada «aria del retrato», como un Tamino—, echa de menos la vida social que le está vedada y, en fin, se entrega a un divertimento donde brilla su ingenio doméstico y la pulcritud de su estilo.
Cuando visitó París por primera vez, siendo ya un anciano, se sorprendió de la reputación que tenía como hombre de letras. Hoy perdura su Viaje como un pequeño clásico de la literatura en francés. Pequeño, pero con encanto.
1 comentario:
Mucho encanto.
Publicar un comentario