Trad. María Corniero. Siruela, Madrid, 2007. 181 pp. 16,90 €
Doménico Chiappe
Un retrato de la India contado en minúsculas piezas que se concatenan con buena técnica. La siguiente voz, de alguna forma, ha conocido (o tropezado por azar) con la anterior. En este aspecto me recuerda la novela La Noria, de Luis Romero, quien pinta un fresco de Barcelona saltando de un personaje a otro, cuando se cruzan en las calles de la ciudad. ¿Conocerá Tyrewala la obra de Romero? Difícil. En todo caso, Romero no fragmenta el libro en capítulos para distinguir voces y emplea al narrador omnisciente durante todo el libro.
La señora Khwaja era poeta y ya no. Tiene un marido y dos hijos. La hija está embarazada y acude a una clínica a abortar. El dueño de la clínica es hijo de un hombre que busca mercancía en la mezanina de una zapatería, cuyo dueño quiere emigrar a Estados Unidos con una visa de turista... La historia de cada uno de estos personajes salta a la del siguiente, con predominio de la primera persona. Un retrato de la India actual, moderna y tecnológica, pero también sumida en el odio religioso y en la pobreza y supervivencia, en las viejas tradiciones: «Como soy el hermano mayor, tengo que esperar hasta que las dos estén colocadas».
Las historias comienzan y terminan, ninguna queda abierta al final del libro. No hay cabos sueltos, tarea nada fácil en la estructura que ha elegido Altaf Tyrewala para su novela Ningún dios a la vista. A veces el final de una historia se encuentra en el siguiente relato, o más allá.
Es un retrato que aborda temas complejos y nada complacientes: Al principio, «el Indostán para los hindúes» y la persecución continua a la que son sometidos los musulmanes que se han quedado del otro lado de la frontera paquistaní. El odio religioso que revive en lo cotidiano, entre móviles e internet. Al final, el choque entre la riqueza obscena y la pobreza acérrima, entre Bombai y Mumbai, más allá de los rebautizos de las ciudades.
Los cambios de registro son sutiles y usuales. Tyrewala logra que cada personaje tenga su voz. Logra que la utilización de un narrador omnisciente en algunos capítulos no se sienta como una intrusión. Incluso, se acepta sin inconvenientes las dos voces en segunda persona que tiene el libro en su recta final. Polifonía en su mejor forma.
Son retratos tristes y realistas de personajes sin arco de transformación ni triunfos. El mayor logro consiste en que la chica del principio, Minaz, logra abortar sin que lo sepan sus padres. Una metáfora de un autor capaz de hacer denuncias sin que medre el placer de leer su literatura: «Matar por dinero demuestra una aspiración positiva a una vida mejor. Pero matar por odio o por miedo endurece el corazón».
Es un libro circular. Cuando se termina, es difícil evitar la tentación de recomenzarlo o, bien, como yo hice, leerlo de atrás hacia adelante.
Doménico Chiappe
Un retrato de la India contado en minúsculas piezas que se concatenan con buena técnica. La siguiente voz, de alguna forma, ha conocido (o tropezado por azar) con la anterior. En este aspecto me recuerda la novela La Noria, de Luis Romero, quien pinta un fresco de Barcelona saltando de un personaje a otro, cuando se cruzan en las calles de la ciudad. ¿Conocerá Tyrewala la obra de Romero? Difícil. En todo caso, Romero no fragmenta el libro en capítulos para distinguir voces y emplea al narrador omnisciente durante todo el libro.
La señora Khwaja era poeta y ya no. Tiene un marido y dos hijos. La hija está embarazada y acude a una clínica a abortar. El dueño de la clínica es hijo de un hombre que busca mercancía en la mezanina de una zapatería, cuyo dueño quiere emigrar a Estados Unidos con una visa de turista... La historia de cada uno de estos personajes salta a la del siguiente, con predominio de la primera persona. Un retrato de la India actual, moderna y tecnológica, pero también sumida en el odio religioso y en la pobreza y supervivencia, en las viejas tradiciones: «Como soy el hermano mayor, tengo que esperar hasta que las dos estén colocadas».
Las historias comienzan y terminan, ninguna queda abierta al final del libro. No hay cabos sueltos, tarea nada fácil en la estructura que ha elegido Altaf Tyrewala para su novela Ningún dios a la vista. A veces el final de una historia se encuentra en el siguiente relato, o más allá.
Es un retrato que aborda temas complejos y nada complacientes: Al principio, «el Indostán para los hindúes» y la persecución continua a la que son sometidos los musulmanes que se han quedado del otro lado de la frontera paquistaní. El odio religioso que revive en lo cotidiano, entre móviles e internet. Al final, el choque entre la riqueza obscena y la pobreza acérrima, entre Bombai y Mumbai, más allá de los rebautizos de las ciudades.
Los cambios de registro son sutiles y usuales. Tyrewala logra que cada personaje tenga su voz. Logra que la utilización de un narrador omnisciente en algunos capítulos no se sienta como una intrusión. Incluso, se acepta sin inconvenientes las dos voces en segunda persona que tiene el libro en su recta final. Polifonía en su mejor forma.
Son retratos tristes y realistas de personajes sin arco de transformación ni triunfos. El mayor logro consiste en que la chica del principio, Minaz, logra abortar sin que lo sepan sus padres. Una metáfora de un autor capaz de hacer denuncias sin que medre el placer de leer su literatura: «Matar por dinero demuestra una aspiración positiva a una vida mejor. Pero matar por odio o por miedo endurece el corazón».
Es un libro circular. Cuando se termina, es difícil evitar la tentación de recomenzarlo o, bien, como yo hice, leerlo de atrás hacia adelante.
2 comentarios:
Llevo buscándole un tiempo, señor Chiappe, exactamente desde que lei su cuento en la revista Eñe...
No me extraña, detective. Déjame anunciarte que muy pronto tendremos una novela de Chiappe en las librerías españolas. Entrevista a Mailer Daemon, en la coleccción BlowUp Novelas Cortas... Y es una maravilla.
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