Trad. J. L. Milán. Acantilado, Barcelona, 2006. 339 pp. 19 €
Alberto Luque Cortina
Nikolaus Harnoncourt no es sólo uno de los grandes, y más famosos, directores de orquesta de la actualidad, es también un creador de opinión. Esta faceta ha sido decisiva para el devenir de la interpretación de la música barroca y también, no lo olvidemos, para la importante industria discográfica. Harnoncourt, nacido en 1929, pertenece al grupo de músicos (Gustav Leonhardt, Frans Brüggen, entre otros) que a mediados del siglo XX inició la revolución de la música “antigua” mediante la interpretación de este repertorio con criterios historicistas. Esto implicaba, grosso modo, el uso de instrumentos de la época con las técnicas interpretativas de entonces, y el estudio holista de cada una de las obras con la intención de aproximarse, en la medida de lo posible, a lo que «Vivaldi o Bach habrían escuchado».
Hasta entonces y con salvadas excepciones (Arnold Dolmetsch, Albert Schweitzer) la música “barroca” —generalizando, la música de los siglos XVII y XVIII—, se tocaba siguiendo los criterios interpretativos de épocas posteriores, generalmente románticos. Esto suponía, entre numerosas variables, el empleo de grandes orquestas frente a las reducidas formaciones barrocas, o el uso de instrumentos románticos que dotaban a la obra de una sonoridad muy distinta a la original. Para quienes no estén familiarizados con la música denominada, incomprensiblemente, “seria” o “clásica”, eso es tanto como escuchar el Downtown Traffic de Jimi Hendrix interpretado por la Sinfónica de Boston. El ejemplo es inexacto, ya que, además, deberíamos imaginar que no existieran grabaciones del guitarrista, y sólo una escueta partitura de la que tuviera que deducirse la intencionalidad musical de Hendrix. Salvando las distancias, algo parecido sucede con la música “barroca”.
Este cambio de mentalidad, hoy aceptado por la mayoría de los músicos y de los aficionados, produjo en su tiempo un fuerte rechazo entre la ortodoxia musical, con Herbert von Karajan a la cabeza. De alguna manera estos jóvenes músicos les estaban diciendo a sus maestros: «¡Eh, estáis tocando mal!». Y no sólo estaba en juego una concepción de la música, sino también unos nada desdeñables ingresos económicos. La industria discográfica, con el sello Das Alte Werk como buque insignia, lo comprendió rápidamente, y apostó, al principio con ambigüedad, por estos jóvenes valores, hoy consagrados. El resto de la historia es bien conocida: desde entonces el repertorio barroco no sólo se ha revisitado, sino también ampliado exponencialmente, y de alguna manera ha cubierto comercialmente el hueco dejado por la música contemporánea o de vanguardia, que no ha logrado atraer a los aficionados a la música, mal llamada, “clásica”.
Los artículos de Harnoncourt recogidos en esta edición pertenecen al periodo comprendido entre 1954 y 1980, periodo clave en la “revolución historicista”. Los textos forman un todo armónico con el que Harnoncourt intenta transmitir su concepción de la vida y de la música, y su aplicación concreta al repertorio barroco. Para Harnoncourt, frente a la crisis actual en la que el hombre se debate —«Son muchos los indicios que nos indican que nos dirigimos a un hundimiento cultural general»— la música puede servir como herramienta de introspección y conocimiento humanos. Precisamente la interpretación romántica de la música barroca es producto del consumo rápido a través de una supuesta belleza edulcorada y vacía: «Despreciamos la intensidad de la vida a cambio de la comodidad». Esa “belleza”, auspiciada por la idea de que la música es un lenguaje intemporalmente comprensible, condujo a la interpretación errónea de la música barroca y por tanto a una distorsión de su mensaje estético.
El libro se articula en cuatro partes: los principios estéticos; las diversas dificultades que entraña la interpretación barroca —notación, articulación, sistemas tonales, elección de los instrumentos, etcétera—; el estudio de algunos instrumentos significativos, como la viola da gamba; y por último el análisis de algunas obras y compositores determinantes en la evolución de este periodo.
Alberto Luque Cortina
Nikolaus Harnoncourt no es sólo uno de los grandes, y más famosos, directores de orquesta de la actualidad, es también un creador de opinión. Esta faceta ha sido decisiva para el devenir de la interpretación de la música barroca y también, no lo olvidemos, para la importante industria discográfica. Harnoncourt, nacido en 1929, pertenece al grupo de músicos (Gustav Leonhardt, Frans Brüggen, entre otros) que a mediados del siglo XX inició la revolución de la música “antigua” mediante la interpretación de este repertorio con criterios historicistas. Esto implicaba, grosso modo, el uso de instrumentos de la época con las técnicas interpretativas de entonces, y el estudio holista de cada una de las obras con la intención de aproximarse, en la medida de lo posible, a lo que «Vivaldi o Bach habrían escuchado».
Hasta entonces y con salvadas excepciones (Arnold Dolmetsch, Albert Schweitzer) la música “barroca” —generalizando, la música de los siglos XVII y XVIII—, se tocaba siguiendo los criterios interpretativos de épocas posteriores, generalmente románticos. Esto suponía, entre numerosas variables, el empleo de grandes orquestas frente a las reducidas formaciones barrocas, o el uso de instrumentos románticos que dotaban a la obra de una sonoridad muy distinta a la original. Para quienes no estén familiarizados con la música denominada, incomprensiblemente, “seria” o “clásica”, eso es tanto como escuchar el Downtown Traffic de Jimi Hendrix interpretado por la Sinfónica de Boston. El ejemplo es inexacto, ya que, además, deberíamos imaginar que no existieran grabaciones del guitarrista, y sólo una escueta partitura de la que tuviera que deducirse la intencionalidad musical de Hendrix. Salvando las distancias, algo parecido sucede con la música “barroca”.
Este cambio de mentalidad, hoy aceptado por la mayoría de los músicos y de los aficionados, produjo en su tiempo un fuerte rechazo entre la ortodoxia musical, con Herbert von Karajan a la cabeza. De alguna manera estos jóvenes músicos les estaban diciendo a sus maestros: «¡Eh, estáis tocando mal!». Y no sólo estaba en juego una concepción de la música, sino también unos nada desdeñables ingresos económicos. La industria discográfica, con el sello Das Alte Werk como buque insignia, lo comprendió rápidamente, y apostó, al principio con ambigüedad, por estos jóvenes valores, hoy consagrados. El resto de la historia es bien conocida: desde entonces el repertorio barroco no sólo se ha revisitado, sino también ampliado exponencialmente, y de alguna manera ha cubierto comercialmente el hueco dejado por la música contemporánea o de vanguardia, que no ha logrado atraer a los aficionados a la música, mal llamada, “clásica”.
Los artículos de Harnoncourt recogidos en esta edición pertenecen al periodo comprendido entre 1954 y 1980, periodo clave en la “revolución historicista”. Los textos forman un todo armónico con el que Harnoncourt intenta transmitir su concepción de la vida y de la música, y su aplicación concreta al repertorio barroco. Para Harnoncourt, frente a la crisis actual en la que el hombre se debate —«Son muchos los indicios que nos indican que nos dirigimos a un hundimiento cultural general»— la música puede servir como herramienta de introspección y conocimiento humanos. Precisamente la interpretación romántica de la música barroca es producto del consumo rápido a través de una supuesta belleza edulcorada y vacía: «Despreciamos la intensidad de la vida a cambio de la comodidad». Esa “belleza”, auspiciada por la idea de que la música es un lenguaje intemporalmente comprensible, condujo a la interpretación errónea de la música barroca y por tanto a una distorsión de su mensaje estético.
El libro se articula en cuatro partes: los principios estéticos; las diversas dificultades que entraña la interpretación barroca —notación, articulación, sistemas tonales, elección de los instrumentos, etcétera—; el estudio de algunos instrumentos significativos, como la viola da gamba; y por último el análisis de algunas obras y compositores determinantes en la evolución de este periodo.
Más allá de algunos pasajes dificultosos para un lector medio, el afán didáctico de Harnoncourt y su prosa clara y elegante dan como resultado una lectura amena y muy interesante no sólo para los profesionales, sino también para cualquier aficionado a la música antigua y barroca, que hallará en este libro las claves para comprender, y por tanto disfrutar más y mejor, de este género musical.
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