viernes, septiembre 15, 2006

Solo con invitación: Luisa Castro


La segunda mujer
Premio Biblioteca Breve 2006. Seix Barral. Barcelona, 2006. 317 pp, 17 €.

Elena Medel

El crítico de arte Gaspar Ferré y la escritora Julia Varela mantienen una relación de opuestos: él, barcelonés, divorciado, con un hijo y cercano a los sesenta años, frente a ella, gallega en Madrid, que no supera los veinticinco. Su historia de amor protagoniza La segunda mujer: una historia agridulce entre dos personajes empeñados en ser no «un hombre mayor y una chica joven», sino «un hombre y una mujer».
Luisa Castro ha escrito una novela de planteamiento y desarrollo clásicos, organizada en cinco bloques de tono y escenarios definidos. El mejor es el tercero, “La ausencia”, en el que Julia estudia en Nueva York durante un curso, y en el que destacan las conversaciones de Julia con sus compañeros y vecinos, hilarantes, crueles, y el paralelismo entre la degradación de la actitud de Julia y el empeoramiento de sus viviendas: llega rebosando ambición, y termina entre ratas, en un apartamento, esperando a Gaspar. El narrador, en tercera persona y omnisciente, gana en subjetividad conforme la acción avanza, situando a Julia en el centro de la novela: ella enlaza los dos mundos, el rural gallego y el burgués catalán, las dos edades, es la extraña en el paraíso, quien lo abandona todo y huirá con las manos vacías.
Más allá del hilo principal noviazgo-matrimonio-separación, la novela ofrece otras líneas de lectura. Por ejemplo, el esperpento de algunas escenas: las conversaciones entre Gaspar y su madre, sus acciones y gestos de caricatura; las referencias del narrador hacia Julia como «la mejor escritora de su generación» en los momentos de peor ánimo; o la opinión de Frederic sobre la novela de Julia: «no le había gustado nada. Todo era demasiado real». Y homenajea a Henry James, Stendhal, Flaubert, Tolstoi, la radiografía realista del XIX, sin olvidar la mirada ácida y feroz de Castelao. La segunda mujer sigue, en cierto modo, el arquetipo de la novela naturalista, social, disecciona y muestra, adelgaza el lirismo de sus anteriores entregas narrativas. Y reflexiona, también, sobre la propia escritura, mediante la dificultad de Julia para escribir con Gaspar, y la libertad cuando, ya separada, en el cinematográfico final, la palabra escribir cierra —qué significativo— la novela.
Pero La segunda mujer es, sobre todo, una novela de personajes. Distintas voces, distintos ámbitos: aunque Julia se pregunte —por boca del narrador— si Gaspar y ella no pertenecen «a la misma especie», él se refiere a Galicia como «su país», «otro mundo». La novela retrata a una clase social que sólo acepta a quienes, por posición y origen, lo merecen: mezclarán su sangre, ocurre con la esposa de Frederic o con Julia, pero nunca serán como ellos. La caída del padre de Gaspar, el trabajo de Julia en el jardín, o la complicidad con la criada sobrepasan todo simbolismo: La segunda mujer es una novela sobre el miedo —y nuestra reacción— a lo extraño. En este sentido, superando incluso a Gaspar y Julia, el personaje más complejo y sugerente es Frederic, auténtico contrapunto de la joven escritora: el trabajo incansable de Julia para triunfar en la literatura —antes de mudarse a Barcelona con Gaspar— contrasta con la facilidad de su hijastro para aprobar una oposición, aburrirse, abandonar su cargo y triunfar como pintor.
Si el lector obvia prejuicios y olvida biografías, leerá con gusto una novela que provoca carcajadas y nudos en la garganta. Luisa Castro desarrolla una trama creíble con un estilo fluido, casi confesional, rápido, nuevo en su prosa. La segunda mujer ocupa tu tarde, atrapa hasta su desenlace, permite disfrutar, vez tras vez, de esta disección de la burguesía y su discreto —y discutido— encanto.

Luisa Castro: «Escribo de todo lo que los demás callan»

La segunda mujer es una novela de sentimientos extremos, al límite: desde el amor más pasional a la desesperación y el pesimismo. Sin embargo, casi como contrapunto, hay mucho humor en ella. ¿Fue premeditado? ¿Qué función ejerce?
—El humor siempre nace de la desesperación, y hasta del pesimismo, yo creo que una cosa va unida a la otra. Cuando escribía la novela desde luego no tenía en mente hacer una novela cómica o graciosa sino lo más real y cruda posible, lo más desnuda posible, y sobre la marcha surge el humor. Escribiéndola me reí, lloré, y esa es la gran función de la literatura, la liberación de emociones. El mundo de las emociones y las pasiones humanas es muy rico y complejo, las pasiones humanas nunca son puras, pues el ser humano no es puro, y si pretende serlo resulta ridículo; yo creo que de ahí procede el humor de La segunda mujer, de esas situaciones en las que todos nos reconocemos como seres fallidos, en esas actuaciones que creemos justas cuando en el fondo son equivocadas, o de esos pensamientos que todos tenemos y nos callamos, y que sólo cuando alguien se atreve a expresar nos dan la medida de nuestra comicidad y nuestra pequeñez. En el fondo La segunda mujer es la crónica de un personaje que se ríe de sí mismo desde la primera página, que es lo que me pasa a mí con mi vida desde que me levanto hasta que me acuesto. Y con eso es con lo que han conectado los lectores. Aunque no había ninguna premeditación, creo que yo soy así, hay cierta tendencia de mirar el mundo y mirarme a mí misma sin piedad, y a mis personajes les pasa lo mismo.

—Leyendo La segunda mujer es inevitable recordar uno de los artículos de Diario de los años apresurados, en el que hablabas de las diferencias entre tus referentes literarios y los de tu generación. La segunda mujer, en algunos momentos, recuerda a los novelones del XIX. ¿Es Julia Varela, en cierto modo, una heroína al estilo decimonónico?
—A toro pasado, cuando ya la novela estaba publicada, he reflexionado sobre eso, y sí, La segunda mujer le debe mucho a ciertas lecturas. Por ejemplo, el personaje de Mss Archer, de Retrato de una dama, de Henry James, puede muy bien conectar con Julia Varela. Mss Archer también es una joven que viene de una cultura moderna y desprejuiciada, la cultura americana, y que tiene que enfrentarse con los modelos aristocráticos más rancios de Europa, y acaba enamorándose del hombre más en sus antípodas, del más diferente a ella y del que más quebraderos de cabeza le puede dar. Pero ella se siente inspirada por este reto de las diferencias y las dificultades, en el fondo Mss Archer como Julia Varela tiene una curiosidad y una necesidad de conocimiento patológica, y es eso lo que la enamora. Por otra parte, también pienso que Julia Varela podría ser el contrapunto de una Madame Bovary o una Ana Karenina, en el sentido siguiente: Julia no cree en el amor romántico, es una joven racional, defiende una relación afectiva fundada en la convivencia y la igualdad, pero se ve arrastrada a la pasión. Esa pasión en la que no cree acaba desbordándola, y finalmente se ve incapaz de deshacer el entuerto usando la razón. Queda, por tanto, atrapada en un sentimiento que ella en principio desprecia. Y por otra parte, es un contrapunto de estas dos heroínas decimonónicas, porque al contrario que ellas, Julia es incapaz de engañar a su marido y serle infiel. Cuando se le presenta esa ocasión es cuando se da cuenta de que antes debe separarse de él. Es lo contrario a lo que hacen Madame Bovary y Karenina, pero es que yo tengo la teoría que estas mujeres son hombres, en realidad, su amor apasionado e infiel es un reflejo de un modo de ser masculino, el de Flaubert y Tolstoi.

—Algunas de tus obras —pienso, sobre todo, en Viajes con mi padre— parecen surgir de tu propia biografía, desarrollándose en el campo de la absoluta ficción, alejándose de tu realidad. ¿Cuál es tu método de trabajo?
—Yo no tengo método. Acabo escribiendo de aquello que no me queda más remedio que escribir, de todo lo que intentas huir. No busco los temas, más bien huyo de ellos, hasta que no me queda más remedio que enfrentarlos, entonces llega el momento de darle curso a muchos sentimientos y situaciones que piden ser expresadas. Lógicamente, no se corresponden con mi vida, pero se originan en la experiencia, en los grandes conflictos de la vida. En realidad escribo de todo lo que los demás callan, todo lo que se considera vergonzoso.

—En el último año has publicado, además de esta novela, el libro de relatos Podría hacerte daño y el poemario Amor mi señor. ¿Forman, en cierto modo, un ciclo?
—Podría ser que sí. Desde luego Amor mi señor y La segunda mujer están muy conectados, ambos libros nacen de la experiencia dolorosa de una renuncia y una separación. De la necesidad de entender eso. En Podría hacerte daño, aparece un cuento que es de algún modo el precedente de La segunda mujer, pero es un cuento escrito hace al menos doce o trece años, o sea que los ciclos nunca sabes cuando empiezan y cuando acaban. Desde luego, si esto es un ciclo, Viajes con mi padre también formaría una parte muy importante de él, y sería algo así como los antecedentes de esa joven que aparece como protagonista en La segunda mujer, aunque no tengan el mismo nombre. Viajes... está escrito en flash back, o sea que cronológicamente lo que pasa en La segunda mujer es anterior al estado de la narradora en Viajes..., aunque éste haya sido publicado antes.

—¿En qué proyectos trabajas actualmente?
—No tengo nada entre manos. Tengo varias cosas en la cabeza, pero hace exactamente seis meses que sólo viajo y viajo, y espero el momento de volverme a sentar y disfrutar de un poco de paz y sosiego para escribir.