jueves, septiembre 07, 2006

Encender la noche, Ray Bradbury

Ilustraciones de Noemí Villamuza. Trad. Esther Rubio. Kókinos, Madrid, 2006. 42 pp. 15 €

Villar Arellano

Ray Bradbury también fue niño y, como muchos pequeños, tenía miedo a la oscuridad. Después creció y descubrió que la noche es asombrosa y que está llena de vida. Lamentó todo lo que se había perdido en su particular mundo iluminado: todas las maravillas que habían estado esperándole allí mismo, a la distancia de un clic del interruptor. Bradbury envidiaba a los niños que, despreocupados, corrían felices en las noches de verano. Supongo que por eso cuando supo que iba a ser padre el famoso escritor quiso evitar a su hijo un miedo estéril y creó este cuento: una sana invitación a abrir la vida de par en par. Después de muchos años recluida, esta hermosa historia vuelve a nuestro idioma de la mano de Esther Rubio y de su exquisita editorial Kókinos, a través de un álbum ilustrado con ternura y gran expresividad por Noemí Villamuza. Esta artista, de impecable trayectoria dedicada al público infantil, tiene en el lápiz y en la creación de volúmenes redondeados sus principales señas de identidad. Con colores tenues, matizados por el juego de luces y sombras, compone un conjunto de escenas que recogen con fidelidad la esencia y el tono del relato de Bradbury. Entre los recursos utilizados, además de una especial destreza con el carbón, destaca el uso de sutiles elementos simbólicos, como el juego cromático que permite delimitar ambientes y sensaciones: amarillo sobre negro para el niño que se protege con la luz, verde sombreado para los niños felices que juegan en la oscuridad y violeta para el mundo de la noche, con su luz particular. No hay, pues, un gran despliegue de personajes, un potente colorido o unos sugerentes paisajes: sólo hay miradas que hablan de sentimientos, actitudes y gestos que acentúan las rutinas cotidianas y muchas, muchas sombras que guían con acierto la mirada y estimulan la imaginación del lector. Con tan austeros elementos Noemí Villamuza consigue dotar a sus ilustraciones de una singular calidez, un logradísimo clima de intimidad, especialmente adecuado para los grandes descubrimientos de la vida. Esta propuesta gráfica, sugerente y emotiva, no hace sino reforzar el valor de un magnífico texto, una historia poética y delicada que cumple con creces el propósito con que se escribió.

A partir de una presentación rotunda, que nos sitúa directamente frente al problema —«Había una vez un niño al que no le gustaba la noche»—, el autor presenta los sentimientos del protagonista sirviéndose de enumeraciones que marcan el ritmo del relato e intensifican el peso de las situaciones: «Él se quedaba arriba en su cuarto, con sus linternas y sus lámparas y sus farolas y sus velas y sus candelabros...» Como contrapunto, la descripción de los juegos de los demás niños es fugaz, una rápida impresión de lo que le está vedado. La aparición de Oscuridad marca una inflexión en el texto. Surgen los diálogos y, con ellos, el descubrimiento de una realidad inesperada: una vida más rica y compleja. No obstante, el mayor logro del relato está en la sencilla teoría elaborada, el argumento expuesto para reconciliarse con la oscuridad. Así, los miedos del protagonista —que pueden ser también los del lector— se resuelven con un ingenioso giro, una explicación que, pese a su chispa humorística, no suena a burla y resulta, por su aplastante lógica, convincente: los interruptores no apagan la luz, simplemente encienden la noche. No estamos acostumbrados a leer a Bradbury en este registro infantil y, sin embargo, este cuento recoge el germen de sus motivos habituales —la soledad, el miedo a lo desconocido, la nostalgia por la naturaleza...—, así como un tono lírico que caracterizará toda su obra. Ya la breve dedicatoria resulta elocuente y nos recuerda su fuerza para evocar fantasías: «a los portadores de luz». Un libro, pues, brillante en su conjunto, capaz de encender los sueños de los más pequeños, que nos muestra una nueva faceta de un escritor genial, siempre vigente.

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