miércoles, septiembre 20, 2006

La nieta del señor Linh, Philippe Claudel

Trad. José Antonio Soriano. Salamandra, Barcelona, 2006. 128 pp. 10 €

Ángeles López

Lírica y atroz la sexta novela de este profesor y guionista, comprometido en la docencia a discapacitados y presos, llamado Philippe Claudel (Nancy, 1962). Leer La nieta del señor Linh produce una sensación parecida a la de secarse con toallas mojadas. Se trata de una conmovedora novela, tan dulce como hiriente, en la que el novelista cambia de registro para reflexionar sobre el exilio —geográfico e interior— y la amistad sincera entre dos hombres. En un país occidental (¿acaso Francia?), un anciano emigra con su nieta, Sang Diû, que es su único tesoro (¿un ángel de la guarda?). El señor Linh ha perdido su familia, sus raíces y su país (¿tal vez Vietnam?)... Pero en el banco de un parque conoce a un hombre viudo. Aunque ninguno habla el idioma del otro, los dos seres solitarios logran entenderse poco a poco a través de la delicadeza, la confianza y los pequeños gestos, hasta edificar una amistad auténtica, poderosa e inamovible. Adjetivos precisos, metáforas contundentes y un uso del idioma tan discreto como contundente, para ofrecernos un inesperado recorrido por el alma humana y los claroscuros de la conducta, postulando un existencialismo nuevo y hondamente poético.
Como hiciera su admirado Simenon, Claudel es capaz de retratar atmósferas con escasísimas pinceladas y verter una mirada, contenida y certera, de los claroscuros de la conducta, muy en la línea de los novelistas rusos —más afín a Gogol que a Dostoiewsky—. Sin teatralidad, ni excesos, ni verbo superfluo o adjetivo inútil, el autor de Almas grises (Quinteto, 2006), ha construido una novela contenida que es una suerte de poemario donde uno quisiera instalarse, a pesar de su aspereza. Si alguna vida es posible ser vivida a fuerza de instantáneas, sólo es deseable si es Claudel quien la retrata y gobierna tras de su pluma. Instalado de nuevo en la bruma, lo mercurial, lo plomizo y lo ceniciento —La vida es un collar de heridas que cada hombre se cuelga del cuello, cada día más amargo que el anterior, que ya lo era bastante, (innegable “marca de la casa”)— la maravillosa aportación de este libro reside en la narración de una amistad entre hombres, hecha por otro hombre que no teme expresar la dulzura que le brota... Así como la suerte —ancestral— de entenderse dos almas a pesar de las palabras. Lo poco que necesitamos para sentirnos felices: un buenos días, el sonido de una lengua incomprensible y una mano apoyada sobre un hombro. Es la forma en que el autor entiende el mundo y sus alrededores. Personajes estilizados y acontecimientos tratados como ritos, crean un ritmo que permite al lector acomodarse en la historia. Escrito desde la voluntad sintética de resumir emociones con los mínimos recursos estéticos, las escasa páginas resultan certeras puñaladas de verdad. Dicen que sólo merecen la pena los libros que te cambian la vida y ese, precisamente, es el poder balsámico de la literatura de Claudel, artesano de la lengua y sus ficciones.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Acabo de leer la La nieta del señor Linh. Quedé estupefacta.¡Qué genialidad! Me pregunto cómo es posible que con tan pocas palabras y tanta sencillez sea capaz un autor de decir tanto.

Pablete dijo...

De lo más lindo que he leído en años. Lindo por poético, por íntimo, por desgarrador, de a ratos.
Debo decir que el final me decepcionó. Pero altamente recomendable.

Santiago dijo...

Justamente estaba comentando con un amigo el desenlaze final. Al contrario de decepcionante, desgarrador y hace que todos los detalles del libro se unan bruscamente.

He visto en otro blog que el final les parecio un poco cursi...creo que no han entrado en los detalles.

Como bien han explicado antes, como se puede decir tanto con tan poco.