Calambur, Madrid, 2006. 364 pp. 20 €
José Gutiérrez Román
Al igual que en ese anuncio de bombones donde unos remilgados aristócratas alaban el buen gusto de las recepciones del embajador, que les obsequia con unas delicias de chocolate, el comentario que se me viene a la boca después de saborear esta edición de la poesía reunida de Antonio Pereira es que, con su obra poética, Pereira «nos ha vuelto a conquistar» (en realidad, los actores del anuncio dicen: «están cojonudos», los bombones, claro; pero ya se sabe que con el doblaje se queda la mitad por el camino, y más si tienes la boca llena, como es el caso).
No es su figura de poeta la más conocida y reconocida de este autor leonés, que ha obtenido como cuentista su mayor prestigio. Por ello, y siguiendo con el tema gastronómico, uno puede adentrarse en la poesía de Pereira de tres modos diferentes: como si fuera un postre de exquisitas y pequeñas porciones con el que culmina el banquete de sus relatos; como un aperitivo para abrir boca antes de probar su narrativa; o simplemente como un delicioso plato único. Será un placer de cualquiera de las maneras. Los amantes de su cuentística comprobarán que sus poemas no la desmerecen en nada, y que incluso a veces unos y otros llegan a confundirse, como en el caso de algunos microrrelatos. De hecho, Pereira afirma que todo cuanto escribe es poesía o, al menos, tiene vocación de serlo.
Esta edición revisada de la poesía de Antonio Pereira, además de aunar todos sus libros de poemas (con lo que supone poder disponer de títulos ahora imposibles de encontrar), incluye su última obra, Viva voz (2006), y un epílogo, El poeta hace memoria, donde repasa, con una buena dosis de humor, las diferentes etapas de su quehacer poético y vital. Valga como ejemplo el relato sobre cómo su padre, pese a estar orgulloso porque se carteaba con escritores de la talla de Vicente Aleixandre o Jorge Guillén, no creyó en él hasta que apareció una reseña sobre uno de sus poemarios en L´Osservatore Romano, «giornale quotidiano político religioso»; o su etapa como lazarillo de Borges en Buenos Aires.
Dentro de Meteoros se recogen los siguientes libros: El regreso (1964), Del monte y los caminos (1966), Cancionero de Sagres (1969), Dibujo de Figura (1972), Una tarde a las ocho (1995) y el ya mencionado e inédito Viva voz (2006), así como dos breves conjuntos de poemas Situaciones de ánimo y Memoria de Jean Moulin (1962-1972). Sus dos primeros poemarios ya desvelan ese humor tan característico de su escritura, pero también nos encontramos con la solemnidad del poeta que, desde un fingido destierro, canta a las nuevas ciudades y a la vieja tierra natal. Son, éstos, versos que se dirigen a la vida modesta de los hombres anónimos, al amor como ciudad acogedora donde hacer «parada y fonda» y a la alegría del «aquí y ahora», si bien en Del monte y los caminos el poeta da un giro de conciencia y canta, con el sentimiento de culpabilidad del joven disoluto que ha disfrutado del mundo, a sus orígenes humildes, a la dureza de las vidas de sus paisanos, entregando su voz a “la poesía necesaria”, como en su hermosa oda a la ferretería («Yo sé que no resumo/ una fácil belleza./ Pero otro canto ahora/ de qué me serviría»). Cancionero de Sagres es un claro homenaje a Portugal, un recorrido por su historia, sus gentes y sus ciudades. Quienes amamos ese país nos sentimos como en casa al leer estas páginas, es decir, como si estuviéramos en Portugal. Si duda, el libro más completo de Pereira es Dibujo de figura, junto con el breve conjunto Situaciones de ánimo. Encontramos en estas obras, quizá las más personales del autor, muchos de sus mejores versos. Así, el poeta echa la vista atrás para rememorar su amanecer a otros cuerpos en antológicos poemas como Circulaban rumores, La casa de mi amigo era más luminosa («deben ser muy hermosos los pechos de las primas/ temblando en los desvanes, pero a mí me llamaban/ sólo para jugar») o Cuando ya el asaltante sabía los postigos. Son estos excelentes retratos de las triquiñuelas amorosas propias de los años de la posguerra española, parientes cercanos de poemas como Inventario de lugares propicios al amor de Ángel González. Igualmente reseñables son otros poemas como Del libro de la madre y Los suspensivos sí… En Una tarde a las ocho y en Viva voz, la poesía de Pereira se sirve de una estética más moderna, aprovechando en ocasiones la prosa poética e intercalando formas clásicas, como el magistral soneto amatorio Alba («Por despertar cosido a tu costado/ cómo agradezco, amor, la madrugada») con la poesía más desenfadada («Señor ya sabes mis cuidados con el butano y los grifos/ todo lo cierro bien pero es difícil desentenderse/ (…) te pido que un ratito te quedes responsable/ que aguantes todo esto mientras voy a un recado/ y cualquier día no vuelvo»). Es imposible que la literatura de Pereira no te arranque una sonrisa, aunque a veces esa sonrisa lleve implícito reírse de uno mismo.
Quizá el hecho de no haber sido adscrito a ninguna generación haya propiciado que la obra poética de Antonio Pereira haya pasado más o menos inadvertida. Sólo cabe desear que la edición este volumen ayude a que su poesía ocupe el lugar que se merece dentro de nuestras letras. Por lo pronto, sería de agradecer que en la próxima recepción del embajador se sirviesen los bombones junto a los poemas de Pereira. Si pasan por allí, o por cualquier librería, dense un capricho: pruébenlos.
José Gutiérrez Román
Al igual que en ese anuncio de bombones donde unos remilgados aristócratas alaban el buen gusto de las recepciones del embajador, que les obsequia con unas delicias de chocolate, el comentario que se me viene a la boca después de saborear esta edición de la poesía reunida de Antonio Pereira es que, con su obra poética, Pereira «nos ha vuelto a conquistar» (en realidad, los actores del anuncio dicen: «están cojonudos», los bombones, claro; pero ya se sabe que con el doblaje se queda la mitad por el camino, y más si tienes la boca llena, como es el caso).
No es su figura de poeta la más conocida y reconocida de este autor leonés, que ha obtenido como cuentista su mayor prestigio. Por ello, y siguiendo con el tema gastronómico, uno puede adentrarse en la poesía de Pereira de tres modos diferentes: como si fuera un postre de exquisitas y pequeñas porciones con el que culmina el banquete de sus relatos; como un aperitivo para abrir boca antes de probar su narrativa; o simplemente como un delicioso plato único. Será un placer de cualquiera de las maneras. Los amantes de su cuentística comprobarán que sus poemas no la desmerecen en nada, y que incluso a veces unos y otros llegan a confundirse, como en el caso de algunos microrrelatos. De hecho, Pereira afirma que todo cuanto escribe es poesía o, al menos, tiene vocación de serlo.
Esta edición revisada de la poesía de Antonio Pereira, además de aunar todos sus libros de poemas (con lo que supone poder disponer de títulos ahora imposibles de encontrar), incluye su última obra, Viva voz (2006), y un epílogo, El poeta hace memoria, donde repasa, con una buena dosis de humor, las diferentes etapas de su quehacer poético y vital. Valga como ejemplo el relato sobre cómo su padre, pese a estar orgulloso porque se carteaba con escritores de la talla de Vicente Aleixandre o Jorge Guillén, no creyó en él hasta que apareció una reseña sobre uno de sus poemarios en L´Osservatore Romano, «giornale quotidiano político religioso»; o su etapa como lazarillo de Borges en Buenos Aires.
Dentro de Meteoros se recogen los siguientes libros: El regreso (1964), Del monte y los caminos (1966), Cancionero de Sagres (1969), Dibujo de Figura (1972), Una tarde a las ocho (1995) y el ya mencionado e inédito Viva voz (2006), así como dos breves conjuntos de poemas Situaciones de ánimo y Memoria de Jean Moulin (1962-1972). Sus dos primeros poemarios ya desvelan ese humor tan característico de su escritura, pero también nos encontramos con la solemnidad del poeta que, desde un fingido destierro, canta a las nuevas ciudades y a la vieja tierra natal. Son, éstos, versos que se dirigen a la vida modesta de los hombres anónimos, al amor como ciudad acogedora donde hacer «parada y fonda» y a la alegría del «aquí y ahora», si bien en Del monte y los caminos el poeta da un giro de conciencia y canta, con el sentimiento de culpabilidad del joven disoluto que ha disfrutado del mundo, a sus orígenes humildes, a la dureza de las vidas de sus paisanos, entregando su voz a “la poesía necesaria”, como en su hermosa oda a la ferretería («Yo sé que no resumo/ una fácil belleza./ Pero otro canto ahora/ de qué me serviría»). Cancionero de Sagres es un claro homenaje a Portugal, un recorrido por su historia, sus gentes y sus ciudades. Quienes amamos ese país nos sentimos como en casa al leer estas páginas, es decir, como si estuviéramos en Portugal. Si duda, el libro más completo de Pereira es Dibujo de figura, junto con el breve conjunto Situaciones de ánimo. Encontramos en estas obras, quizá las más personales del autor, muchos de sus mejores versos. Así, el poeta echa la vista atrás para rememorar su amanecer a otros cuerpos en antológicos poemas como Circulaban rumores, La casa de mi amigo era más luminosa («deben ser muy hermosos los pechos de las primas/ temblando en los desvanes, pero a mí me llamaban/ sólo para jugar») o Cuando ya el asaltante sabía los postigos. Son estos excelentes retratos de las triquiñuelas amorosas propias de los años de la posguerra española, parientes cercanos de poemas como Inventario de lugares propicios al amor de Ángel González. Igualmente reseñables son otros poemas como Del libro de la madre y Los suspensivos sí… En Una tarde a las ocho y en Viva voz, la poesía de Pereira se sirve de una estética más moderna, aprovechando en ocasiones la prosa poética e intercalando formas clásicas, como el magistral soneto amatorio Alba («Por despertar cosido a tu costado/ cómo agradezco, amor, la madrugada») con la poesía más desenfadada («Señor ya sabes mis cuidados con el butano y los grifos/ todo lo cierro bien pero es difícil desentenderse/ (…) te pido que un ratito te quedes responsable/ que aguantes todo esto mientras voy a un recado/ y cualquier día no vuelvo»). Es imposible que la literatura de Pereira no te arranque una sonrisa, aunque a veces esa sonrisa lleve implícito reírse de uno mismo.
Quizá el hecho de no haber sido adscrito a ninguna generación haya propiciado que la obra poética de Antonio Pereira haya pasado más o menos inadvertida. Sólo cabe desear que la edición este volumen ayude a que su poesía ocupe el lugar que se merece dentro de nuestras letras. Por lo pronto, sería de agradecer que en la próxima recepción del embajador se sirviesen los bombones junto a los poemas de Pereira. Si pasan por allí, o por cualquier librería, dense un capricho: pruébenlos.
2 comentarios:
Pues me has dado una alegría, la verdad.
Soy una loca seguidora de los cuentos de Pereira (¡es genial, el tío!) y, aunque sabía que también le daba a la poesía, estaba eclipsada por los cuentos y ni curiosidad tenía... pero ahora ya no hay excusa, ¡muchas gracias!
Tú lo has dicho: Pereira es genial. A mí, que también me apasionan sus cuentos, muchos de sus poemas me han hecho sentir como si estuviera ante uno de sus relatos, pues tienen parecidos ingredientes (y esto no es un demérito de su poesía, ni mucho menos). Si te ocurre lo mismo, vas a tener la suerte de leer "nuevos cuentos" de Pereira a la vez que conoces su obra poética. Espero que lo disfrutes.
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