Selección y prólogo de Ronaldo Menéndez. Lengua de Trapo, Madrid, 2006;. 144 pp. 15 €
Pedro M. Domene
Las antologías del cuento tienen esa particularidad que no es común al resto de los libros, es decir, que no agradan en demasía a un sector de la crítica que ve condicionado el producto a una temática y así, la compilación, se somete a la censura de unas opiniones que, lejos de servir para constatar la validez de la obra de los antologados, aprovecha para arremeter, generalmente, contra el compilador y los autores seleccionados. Mucho me temo que aún en este país se levantan voces afirmando que se publican demasiadas antologías temáticas o generacionales que para nada engrandecen el panorama narrativo breve. Creo que se trata de una opinión que obligaría a un debate en torno al hecho en sí y, sobre todo, al trasunto que pueda haber tras la publicación. Si las editoriales montan sus antologías en torno al mar, la navidad, los oficios, los ferrocarriles, el otoño, la música, los animales, los niños, los abuelos, etc., algo parecido hacían los autores con sus propias obras en los 50 y los 60 y, si un antólogo consigue reunir un buen puñado de cuentos, habrá que reseñarlo desde esa perspectiva, aquella que nos muestra la variedad temática de unos relatos y el trabajo de unos autores en tanto que el material daría para un sinfín de antologías que proyectasen variedades tan amplias como interesantes. Y si queremos buscarle otro sentido a estas compilaciones, entonces lejos de engrandecer un género denostado de por sí, ayudaremos a que nuestros autores terminen por desaparecer del mapa literario en un país donde aún se selecciona poco y todo el mundo publica.
Todo este preámbulo para justificar que un editor encargue a un antólogo el trabajo de proporcionarle a un lector, activo o pasivo, la posibilidad de llevarse a la vista un puñado de cuentos de temática común pero de factura muy diferente y eso es lo que, a simple, vista se ha pretendido con Contar las olas. Trece cuentos para bañistas (2006), reunir, con la temática del mar como fondo, a un grupo de autores, casi todos, eso sí, bajo el manto de Lengua de Trapo, para refrescar el ambiente del verano en un país donde la gente descansa, precisamente, en la época estival y tiene más tiempo para trasnochar en las terrazas y tomar tinto de verano, alternar con algunas copas en las tertulias de madrugada y si queda algún resquicio durante el día, ejercer de lectores en la hamaca situada en la terraza de la casita alquilada o en una playa tranquila frente al mar, mientras los niños juegan y construyen sus castillos en la arena, y la pareja justifica, un año más, su estancia en el lugar y ante esas amistades veraniegas, las mismas que llevan viendo en los últimos años y repiten, siempre, la pregunta oportuna ¡qué estás leyendo ahora! Solo entonces tenemos tiempo para llevarnos un libro bajo la sombrilla para justificarnos como unos lectores que devoramos aquello que se nos pone por delante.
Quizá este haya sido el propósito de Ronaldo Menéndez quien, en el propio prólogo de la antología, escribe un auténtico relato para justificar que a alguien no le guste el mar y así se convierte en el único autor que tiene dos textos en su antología. El resto de seleccionados con técnica, temática, estilo o ese aspecto que reduce al relato a una digresión, que incluye una síntesis argumental y una condensación narrativa para exaltar la capacidad de sugerencia y evocación, como perspectivas tan líricas como narrativas. Además, por supuesto, de esas otras características del género, como la voluntad y afán por contar una historia, con los buenos ejemplos de Bonilla, el de F.M. o de Busutil, quienes mantienen esforzados planteamientos con respecto al cuento; de admirada devoción como Adón, Monteserín o el propio Menéndez y de una prometedora visión, como ya la tiene, Cerrada. Casi todos con esa historia, de mar, que sirve de elemento aglutinador del volumen.Y de paso que alguien vuelva la vista a una idea con ritmo, como se señala en la contraportada, y de alguna manera eleve ese tanto por ciento de lectores en la España que no supera el 50%, cifra aun muy lejos de una Europa devoradora de lecturas donde todo o casi todo cabe en sus bibliotecas. Lugares de los que, por cierto, andamos escasos o de una presencia más activa del libro en el núcleo familiar, si es necesario abaratando costes en ediciones de bolsillo para que, incluso, nos quepa junto al móvil. Y, para curiosidad de ajenos, algunos participantes afirman cosas tan variopintas como las siguientes: «el cuento es un fogonazo, una iluminación», «No pienso nada sobre los cuentos, me sumerjo en ellos», «es un género predilecto, como lector y como escritor», «el cuento es un golpe de mano», «un cuento son diez páginas en prosa» o «¿quién no querría conocer la solución al problema en sólo dos páginas?», de Vallvey, F.M., Bonilla, Busutil, Monteserín y Cerrada, respectivamente.
Yo, por el momento, sigo «contando las olas» y cada cual que aguante el oleaje si, después de todo esto, la tarde se pone fea.
Pedro M. Domene
Las antologías del cuento tienen esa particularidad que no es común al resto de los libros, es decir, que no agradan en demasía a un sector de la crítica que ve condicionado el producto a una temática y así, la compilación, se somete a la censura de unas opiniones que, lejos de servir para constatar la validez de la obra de los antologados, aprovecha para arremeter, generalmente, contra el compilador y los autores seleccionados. Mucho me temo que aún en este país se levantan voces afirmando que se publican demasiadas antologías temáticas o generacionales que para nada engrandecen el panorama narrativo breve. Creo que se trata de una opinión que obligaría a un debate en torno al hecho en sí y, sobre todo, al trasunto que pueda haber tras la publicación. Si las editoriales montan sus antologías en torno al mar, la navidad, los oficios, los ferrocarriles, el otoño, la música, los animales, los niños, los abuelos, etc., algo parecido hacían los autores con sus propias obras en los 50 y los 60 y, si un antólogo consigue reunir un buen puñado de cuentos, habrá que reseñarlo desde esa perspectiva, aquella que nos muestra la variedad temática de unos relatos y el trabajo de unos autores en tanto que el material daría para un sinfín de antologías que proyectasen variedades tan amplias como interesantes. Y si queremos buscarle otro sentido a estas compilaciones, entonces lejos de engrandecer un género denostado de por sí, ayudaremos a que nuestros autores terminen por desaparecer del mapa literario en un país donde aún se selecciona poco y todo el mundo publica.
Todo este preámbulo para justificar que un editor encargue a un antólogo el trabajo de proporcionarle a un lector, activo o pasivo, la posibilidad de llevarse a la vista un puñado de cuentos de temática común pero de factura muy diferente y eso es lo que, a simple, vista se ha pretendido con Contar las olas. Trece cuentos para bañistas (2006), reunir, con la temática del mar como fondo, a un grupo de autores, casi todos, eso sí, bajo el manto de Lengua de Trapo, para refrescar el ambiente del verano en un país donde la gente descansa, precisamente, en la época estival y tiene más tiempo para trasnochar en las terrazas y tomar tinto de verano, alternar con algunas copas en las tertulias de madrugada y si queda algún resquicio durante el día, ejercer de lectores en la hamaca situada en la terraza de la casita alquilada o en una playa tranquila frente al mar, mientras los niños juegan y construyen sus castillos en la arena, y la pareja justifica, un año más, su estancia en el lugar y ante esas amistades veraniegas, las mismas que llevan viendo en los últimos años y repiten, siempre, la pregunta oportuna ¡qué estás leyendo ahora! Solo entonces tenemos tiempo para llevarnos un libro bajo la sombrilla para justificarnos como unos lectores que devoramos aquello que se nos pone por delante.
Quizá este haya sido el propósito de Ronaldo Menéndez quien, en el propio prólogo de la antología, escribe un auténtico relato para justificar que a alguien no le guste el mar y así se convierte en el único autor que tiene dos textos en su antología. El resto de seleccionados con técnica, temática, estilo o ese aspecto que reduce al relato a una digresión, que incluye una síntesis argumental y una condensación narrativa para exaltar la capacidad de sugerencia y evocación, como perspectivas tan líricas como narrativas. Además, por supuesto, de esas otras características del género, como la voluntad y afán por contar una historia, con los buenos ejemplos de Bonilla, el de F.M. o de Busutil, quienes mantienen esforzados planteamientos con respecto al cuento; de admirada devoción como Adón, Monteserín o el propio Menéndez y de una prometedora visión, como ya la tiene, Cerrada. Casi todos con esa historia, de mar, que sirve de elemento aglutinador del volumen.Y de paso que alguien vuelva la vista a una idea con ritmo, como se señala en la contraportada, y de alguna manera eleve ese tanto por ciento de lectores en la España que no supera el 50%, cifra aun muy lejos de una Europa devoradora de lecturas donde todo o casi todo cabe en sus bibliotecas. Lugares de los que, por cierto, andamos escasos o de una presencia más activa del libro en el núcleo familiar, si es necesario abaratando costes en ediciones de bolsillo para que, incluso, nos quepa junto al móvil. Y, para curiosidad de ajenos, algunos participantes afirman cosas tan variopintas como las siguientes: «el cuento es un fogonazo, una iluminación», «No pienso nada sobre los cuentos, me sumerjo en ellos», «es un género predilecto, como lector y como escritor», «el cuento es un golpe de mano», «un cuento son diez páginas en prosa» o «¿quién no querría conocer la solución al problema en sólo dos páginas?», de Vallvey, F.M., Bonilla, Busutil, Monteserín y Cerrada, respectivamente.
Yo, por el momento, sigo «contando las olas» y cada cual que aguante el oleaje si, después de todo esto, la tarde se pone fea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario