Trad. Silvia Barbero. Tusquets, Barcelona, 2006. 155 pp. 15 €
Cristina Cerrada
Cuando empecé a psicoanalizarme me pregunté qué tendría de bueno aquello. Si hasta entonces había sido una persona inconscientemente atormentada, ahora me había convertido en alguien bien consciente de sus miserias, pero igualmente atormentada. Empezó a darme miedo vivir sola, pero también vivir con alguien. Me asustaba pensar en las montañas, en el universo, en Egipto y en Mesopotamia y en toda la Antigüedad. Me daban miedo los documentales de la dos. Me sudaban las manos cuando entraba en el metro, y luego, con sólo pensar en él sufría ataques de ansiedad. Cuando peor estaba —creo que llegué a no poder conducir después que hubiera anochecido—, mi psicoanalista me aseguró que estaba todo lo bien que se podía estar. Es decir, que me dio el alta. Sencillamente, no lo podía creer. ¿Cómo podía decirme que ya estaba curada, precisamente cuando más consciente era de que no estaba bien? Él sonrió —o imagino que sonrió, porque ya sabéis que durante las sesiones de análisis, el paciente está tumbado en un diván con el psicoanalista situado detrás de él—, y dijo con una voz autorizada pero no exenta de afecto: «En eso consiste vivir».
¿Así que en eso consistía vivir?
Fue por aquella época que empecé a aficionarme de verdad a Woody Allen. Veía sus películas, leía sus libros. Allen cogía todos los miedos que yo padecía desde que me había empezado a analizar —en buena hora, llegué a pensar—, y hacía algo extraordinario con ellos. Al principio, no supe explicarme muy bien el qué. Sólo sabía que viendo sus películas me sentía bien, que desaparecía la ansiedad. Oyéndole divagar acerca de la muerte, me olvidaba de la muerte como algo real. Viéndole recorrer las consultas de Manhhatan en busca de la respuesta a sus dolencias físicas, todas tan exageradas, me parecía que mis propias dolencias perdían crédito, vigor, que se relativizaban hasta quedar convertidas en algo lleno de ternura, de vida, de humanidad. Lo más increíble fue lo que me sucedió con una de sus películas en concreto: Desmontando a Harry. Cualquiera que haya visto Desmontando a Harry sabe que se trata de una comedia. De una sus mejores comedias, diría yo. Y sin embargo, yo lloré. Harry, un escritor que lleva una vida auténticamente “de mierda”, es invitado a una ceremonia de homenaje en su antigua universidad. El tipo no hace una sola cosa a derechas. Toma pastillas, no cree en Dios... Todas sus ex mujeres le odian, su hijo apenas sabe nada de él, incluso ha de recurrir a una prostituta para que le acompañe a la ceremonia, ya que no tiene con quien ir. Un cuadro de lo más deprimente. Sin embargo, al llegar a la universidad se encuentra con que, en lugar de los antiguos profesores y alumnos, en lugar de un montón de extraños, quienes están aguardándole allí para homenajearle son sus propios personajes. Todas esas criaturas a las que ha dado la vida se levantan de sus asientos y aplauden a Harry por haberles creado, por haberles otorgado un soplo de vitalidad a partir de la nada —de la muerte, se podría decir. Cualquiera que escriba, que pinte, que componga canciones o haga vasijas de barro en el garaje de su casa lo entenderá.
La vida, en Woody Allen, está íntimamente ligada a la muerte, y por eso, al mismo acto de la creación. Woody Allen coge su miedo a la muerte y lo transforma en algo bueno y real. En ficción.
En Adulterios, Allen vuelve a probarlo haciendo lo que siempre hace, lo que hace tan bien. Dar vida a la nada. Conjurar la muerte. Crear. En estas tres comedias de un acto, veinte personajes se debaten en torno a la infidelidad, y lo hacen sin grandilocuencia. El matrimonio occidental es una de las instituciones en crisis que más tiempo viene perdurando, y Allen lo contempla en este libro con una sonrisa. La suya es, como de costumbre, una sonrisa llena de ironía, pero también de piedad. ¿Por qué amamos?, se pregunta. ¿Por qué engañamos? Cuando engañamos, ¿lo hacemos de verdad por maldad o para seguir aferrándonos con uñas y dientes a la vida? Aquí no hay culpa, ni castigo. El método de Allen en este libro sigue siendo el mismo: inventar historias para vivir. Los personajes engañan, mienten, inventan cuentos para ser infieles a sus esposas y amantes, e inventan otros para enmendar sus errores.
Y lo único que se evidencia a través de ello, puede que lo que a Woody Allen más le interese transmitir de verdad, sea la profunda humanidad que se esconde detrás de toda creación. Del íntimo acto de creación que en realidad es vivir.
Cristina Cerrada
Cuando empecé a psicoanalizarme me pregunté qué tendría de bueno aquello. Si hasta entonces había sido una persona inconscientemente atormentada, ahora me había convertido en alguien bien consciente de sus miserias, pero igualmente atormentada. Empezó a darme miedo vivir sola, pero también vivir con alguien. Me asustaba pensar en las montañas, en el universo, en Egipto y en Mesopotamia y en toda la Antigüedad. Me daban miedo los documentales de la dos. Me sudaban las manos cuando entraba en el metro, y luego, con sólo pensar en él sufría ataques de ansiedad. Cuando peor estaba —creo que llegué a no poder conducir después que hubiera anochecido—, mi psicoanalista me aseguró que estaba todo lo bien que se podía estar. Es decir, que me dio el alta. Sencillamente, no lo podía creer. ¿Cómo podía decirme que ya estaba curada, precisamente cuando más consciente era de que no estaba bien? Él sonrió —o imagino que sonrió, porque ya sabéis que durante las sesiones de análisis, el paciente está tumbado en un diván con el psicoanalista situado detrás de él—, y dijo con una voz autorizada pero no exenta de afecto: «En eso consiste vivir».
¿Así que en eso consistía vivir?
Fue por aquella época que empecé a aficionarme de verdad a Woody Allen. Veía sus películas, leía sus libros. Allen cogía todos los miedos que yo padecía desde que me había empezado a analizar —en buena hora, llegué a pensar—, y hacía algo extraordinario con ellos. Al principio, no supe explicarme muy bien el qué. Sólo sabía que viendo sus películas me sentía bien, que desaparecía la ansiedad. Oyéndole divagar acerca de la muerte, me olvidaba de la muerte como algo real. Viéndole recorrer las consultas de Manhhatan en busca de la respuesta a sus dolencias físicas, todas tan exageradas, me parecía que mis propias dolencias perdían crédito, vigor, que se relativizaban hasta quedar convertidas en algo lleno de ternura, de vida, de humanidad. Lo más increíble fue lo que me sucedió con una de sus películas en concreto: Desmontando a Harry. Cualquiera que haya visto Desmontando a Harry sabe que se trata de una comedia. De una sus mejores comedias, diría yo. Y sin embargo, yo lloré. Harry, un escritor que lleva una vida auténticamente “de mierda”, es invitado a una ceremonia de homenaje en su antigua universidad. El tipo no hace una sola cosa a derechas. Toma pastillas, no cree en Dios... Todas sus ex mujeres le odian, su hijo apenas sabe nada de él, incluso ha de recurrir a una prostituta para que le acompañe a la ceremonia, ya que no tiene con quien ir. Un cuadro de lo más deprimente. Sin embargo, al llegar a la universidad se encuentra con que, en lugar de los antiguos profesores y alumnos, en lugar de un montón de extraños, quienes están aguardándole allí para homenajearle son sus propios personajes. Todas esas criaturas a las que ha dado la vida se levantan de sus asientos y aplauden a Harry por haberles creado, por haberles otorgado un soplo de vitalidad a partir de la nada —de la muerte, se podría decir. Cualquiera que escriba, que pinte, que componga canciones o haga vasijas de barro en el garaje de su casa lo entenderá.
La vida, en Woody Allen, está íntimamente ligada a la muerte, y por eso, al mismo acto de la creación. Woody Allen coge su miedo a la muerte y lo transforma en algo bueno y real. En ficción.
En Adulterios, Allen vuelve a probarlo haciendo lo que siempre hace, lo que hace tan bien. Dar vida a la nada. Conjurar la muerte. Crear. En estas tres comedias de un acto, veinte personajes se debaten en torno a la infidelidad, y lo hacen sin grandilocuencia. El matrimonio occidental es una de las instituciones en crisis que más tiempo viene perdurando, y Allen lo contempla en este libro con una sonrisa. La suya es, como de costumbre, una sonrisa llena de ironía, pero también de piedad. ¿Por qué amamos?, se pregunta. ¿Por qué engañamos? Cuando engañamos, ¿lo hacemos de verdad por maldad o para seguir aferrándonos con uñas y dientes a la vida? Aquí no hay culpa, ni castigo. El método de Allen en este libro sigue siendo el mismo: inventar historias para vivir. Los personajes engañan, mienten, inventan cuentos para ser infieles a sus esposas y amantes, e inventan otros para enmendar sus errores.
Y lo único que se evidencia a través de ello, puede que lo que a Woody Allen más le interese transmitir de verdad, sea la profunda humanidad que se esconde detrás de toda creación. Del íntimo acto de creación que en realidad es vivir.
7 comentarios:
¿De verdad que esto es la crítica de un libro? ¿De verdad?
De verdad :)
En La tormenta NO se critican libros: se recomiendan, que es algo muy diferente. Si no te gusta lo que lees, es tan sencillo como no pasar más por aquí.
Pues a mí me parece la mejor de la semana, o tal vez del mes. El tipo de críticas que no pueden leerse en ningún otro sitio. Ánimo, chicos, seguid así.
Como la frase de pórtico que tanto me gusta.
"¿LLamas a esto vivir?" Sí: esto es exactamente lo que yo llamo vivir. Y, en mi mejor sentido hipotético, te envidio por ello.
muy buena recomendación... lo leeré
Pues no, a mí tampoco me parece una crítica, más bien me parece que es un desahogo de quien lo ha escrito, lo cual tampoco está mal para quien le interesen los desahogos ajenos. A mí no me interesan ni las críticas de libros ni los desahogos ajenos así que no sé que hago aquí. Mejor me voy y no vuelvo.
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