miércoles, agosto 23, 2006

El perfeccionista en la cocina, Julian Barnes

Anagrama, Barcelona, 2006. 136 pp. 15 €

Esther García Llovet

De la misma manera que cuando llevamos tiempo sin practicar el sexo creemos que los demás lo hacen a todas horas, así los que no pisamos nunca la cocina sospechamos que los que sí entran viven experiencias envidiables, de puro arrojo acrobático y por completo fuera de nuestro alcance. Al menos las que lleva a cabo El Perfeccionista en la cocina a mí me lo parecen. El Perfeccionista en la cocina. The Pedant in the Kitchen en el original, no es otro que Julian Barnes cuando abandona su despacho de Tufnell Park y se dispone a cocinar un guiso de liebre al chocolate para su invitado. Barnes entra en la cocina acompañado del Good Things, de Jane Grigson, uno de esos libros de cocina (cien) que Barnes guarda en lugares como el hueco de la lavadora, el cuarto de baño (seis) y otros rincones afines de la casa. Cuando no encuentra sitio los regala. A Oxfam.
Barnes ha escrito El Perfeccionista en la cocina para hablar de eso, de libros de cocina. El River Café Blue, el River Café Yellow y el River Café Green, por nombrar algunos. Y de recetas con ingredientes como el colinabo, la chirivía, la aguaturma, la remolacha forrajera y todas esas sabrosas delicias de la cocina británica. Coles y perifollo. Patatas cocidas con peras. Pura disciplina inglesa.
Como chef Barnes es el pedante que confiesa ser (me pregunto qué es un esparavel y dónde se mete) pero admite sus reservas frente a platos demasiado elaborados, aconsejando que, al igual que en un encuentro íntimo, uno tenga el derecho de poder decir: «No, esto no lo hago».
Y como buen cocinero nos confía pocas recetas (una de salmón relleno de pasas de Corinto y jengibre rallado que promete derretirse en la boca como el Chocolate Némesis) y un buen puñado de esas anécdotas algo desconcertantes que ocurren cuando se sientan más de dos personas alrededor de un plato de anacardos:
«Comí canguro en una comida literaria con Kazuo Ishiguro, que lo pidió con estas palabras: "Siempre me gusta comer el emblema nacional". ("¿Qué come en Inglaterra?", me gruñó un poeta que estaba cerca:"¿León?")».
O ése encuentro en una cena entre la marquesa de turno y Descartes, a su diestra. Descartes parece que estaba comiendo más de lo que a la marquesa le parecía lo indicado en un pensador de vida monástica y así se lo indicó. Descartes detuvo el tenedor en el aire. Lo dejó junto al plato. «¿Cree usted que Dios hizo las cosas buenas sólo para los idiotas?», le contestó a la marquesa. Luego siguió a lo suyo.
Pero volvamos con Barnes y la liebre y el libro de Jane. Barnes está en la cocina guisando una liebre en salsa de chocolate para un almirante jubilado («un setentón furibundo y apuesto que poseía un determinado historial amoroso»), que se encuentra sentado en el comedor junto a su mujer. La de Barnes. Solos. A lo largo de los aperitivos Barnes ha sido testigo de cómo el marinero le tira algún que otro trasto a su mujer. La de Barnes. Barnes está ahora frente a los fogones, a punto de derretir el chocolate en vinagre de vino convenientemente rebajado cuando oye la voz del almirante, («sonora y precisa, como quien está acostumbrado a dar órdenes») rugir al otro lado de la puerta:
—¿Qué hace uno cuando se enamora?
«Y desde aquella noche no he vuelto a verme tentado de guisar liebre con salsa de chocolate. Aunque de vez en cuando me pregunto a qué sabría un almirante asado».

Café: Para los que quieran seguir disfrutando con Julian Barnes, la casa recomienda El loro de Flaubert (Anagrama, 1986), Una Historia del Mundo en Diez capítulos y medio (Anagrama, 1997) o La Mesa Limón (Anagrama 2005).

Copa y puro: Para los que quieran seguir sentados a la mesa: Sírvase de inmediato, de MFK Fisher (la mejor prosista de América, según Auden), un librito algo decadente, un punto melancólico y muy divertido, en Anaya & Mario Muchnik (1991), o Confesiones de un Chef (Suma de Letras, 2002), por Anthony Bourdain, el cocinero que igual se mete un camarón vivo en la boca que cualquier cosa que pille por la nariz.
Buen Provecho.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué buena reseña. Corro a comprar el libro. No séría mala idea que hubiera en esta página un enlace a alguna librería que venda por Internet.

Miguel Sanfeliu dijo...

Julian Barnes es un autor imprescindible y con un gran sentido del humor. “El loro de Flaubert” me parece un libro magnífico, una de mis lecturas favoritas. Éste que comentas no lo he leído aún, pero está claro que tengo que comprarlo en breve.
Un saludo.

Anónimo dijo...

el puntito final, muy amigable, me pareció excelente

Anónimo dijo...

Hola, soy Esther.Muchas gracias a anónimos y a reincidentes.A Watson le recomiendo Barnes& Noble, Amazon o La Casa del Libro, pero no es tan difícil de encontrar esto de Barnes.Está en cualquier librería. Ánimo!Es tuyo!Ése libro lleva tu nombre!