miércoles, agosto 30, 2006

El libro de cocina para los chicos que quieren dejar boquiabiertas a las chicas con pocos elementos y aún menos experiencia, Nicole Seeman

Fotografías Raphaële Vidaling. Algaba, Madrid, 2006. 160 pp. 11,95 €

Care Santos

Confieso que cocino mejor que escribo. Confieso que en los peores momentos —cuando la vida ataca— me doy a la lectura de manuales de cocina. Mis favoritos son aquellos que explican el origen de los platos y los alimentos, pero los tengo de todo tipo. Muchos de ellos serían prescindibles, según argumenta Julian Barnes en su reciente El perfeccionista en la cocina (ver reseña), pero ahí siguen: los regionales, los temáticos, los demasiado sofisticados... He pasado muchos minutos de mi vida tratando de averiguar qué diantre es un crumble o una bavaroise, y muchos más tratando de darles forma. Hay libros de cocina que me han proporcionado más quebraderos de cabeza que el Ulyses de Joyce, pero aquí estoy, fiel al género, echándole un vistazo a cuanto cae en mis manos. Y así he llegado a esta raras avis que hoy comento: un volumen nacido de la hibridación de un libro de cocina paso a paso con un manual de autoayuda y, como resultado, un ramillete de recetas asequibles —escribo esto después de probar una de ellas— elaboradas por alguien que dice no ser profesional de los fogones sino «apasionada de la gastronomía» y fotografiadas —según se asegura, sin trampa ni cartón; y de nuevo recuerdo a Barnes cuando compara las ilustraciones de este tipo de libros con la delgadez fotográfica de Kate Winslet— por alguien que firma fotos «por primera vez en su vida» ya que, se nos dice «su especialidad es más bien de orden literario». Vaya, estoy en manos de aficionadas, me digo. Y mientras me pregunto cuál será el “orden literario” de la especialidad de Raphaële Vidaling empiezo a ojear su libro, publicado bajo ese título sugerente que apela a grandes inteniones y escasos recursos y de cuya lectura atenta se desprendre:
1) Que los hombres no se esfuerzan en la cocina si a cambio no reciben favores sexuales (de nuevo vuelve Barnes, que dice cocinar todo el tiempo para su esposa, ajá, ya sabemos con qué finalidad) .
2) Que los hombres son idiotas. Se les explica, con ilustración includa, cómo es un cuchillo o un bol o se les detalla dónde encontrar cada cosa en un supermercado. (Por ejemplo: las verduras en la sección de verduras, los yogures en la nevera de los yogures y así sucesivamente). Ah, ya sabemos que la autora ha visto escalonias y cebollinos pero, ¿habrá visto algún hombre, últimamente?
3) Que si después de comprar, leer y ejercitar este práctico manual para ligones, el hombre en cuestión no triunfa, es un tarado.
El libro empieza con una especie de concienciación del cocinero:«Preparar una comida para la chica que quieres impresionar favorablemente, le demuestra que eres generoso, atento, creativo, nada “macho”» (caramba, ¿querré yo esto?, me pregunto), «una especie de hombre ideal, mitad Supermán, mitad Papa Noel. Vale la pena, ¿no?»
Pues dicho así, me haces dudar, Nicole, bonita.
Pero sin duda, más allá de la práctica sección para negados absolutos (que sin duda no son reales, o será que, por fortuna, se esconden de mi vista) Utensilios necesarios para preparar las recetas o la muy útil Cómo componer el menú («la idea no es que terminéis la velada cebados como ocas», adoctrina la autora), lo mejor del libro es la sección Elección de platos según el tipo de chica, donde se ofrece un menú adecuado a las diferentes tipologías femeninas, a saber: la chica a-la-última, la chica a régimen, la hedonista, la pija, la vegetariana y la bohemia-burguesa. Como descubro con espanto que no soy ninguna de ellas porque en algún momento de mi vida he sido todas y cada una, decido obrar a sensu contrario: elijo un menú que me guste de entre los propuestos y hasta dar con mi tipo. Dudo entre el "Filet mignon al roquefort", el "salmón al estilo unilateral" (qué cosas, yo siempre tan individualista) y los "calabaciones rellenos de feta y menta". Lo cual me sitúa entre la a-la-última, la hedonista y la bohemia-burguesa. Vaya, ni el horóscopo ha acertado tanto conmigo.
Observo ahora las recetas. Son fáciles, rápidas y para principiantes. Todas ofrecen una lista de ingredientes asequibles, indicación del tiempo necesario y de los útiles que se precisan en su elaboración. Además, aportan consejos útiles, un poco como los de las madres «muy cocinadas» ante sus hijas muy torpes: cómo comprobar que una sartén está caliente («no la toques», advierte, con ternura, Seeman) echando en ella una chucharada sopera de agua treinta segundos después de ponerla al fuego; o en qué momento de la receta es preciso abrir la ventana para que la cocina no se llene de humo.
Por cierto: tan segura está la autora del éxito de sus consejos en los lances amorosos que incorpora a su trabajo una sección de Desayunos por si la cena «la convenció para quedarse». Está, a su vez, subdividida en dos apartados: una versión rápida por si la chica en cuestión debe irse a trabajar y una más relajada, por si el affair cae en fin de semana y hay más tiempo. En ese caso, por ejemplo, recomienda queso fresco con miel o bien bajar a la panadería y traer cruasanes. Hay que reconocer que Seeman piensa en todo.
En una segunda entrega, que se ha publicado simultáneamente enEspaña —no así en Francia— y titulada El libro de cocina para las chicas que no aprendieron gran cosa de su madre explica la autora que fue el éxito del primero volumen lo que la animó a coger de nuevo el bolígrafo (¡prometo que dice el bolígrafo!) y pergeñar un libro donde se aconseja a las mujeres quedar bien«en muchas circunstancias», que van de la seducción de la madre de su príncipe azul a la cena entre amigas puestas a dieta. Y lo peor es que todas nosotras hemos sido alguna vez una de estas tontas.
Por último, ambos libros se ameniza con testimonios de algunos de los agraciados por los consejos de la autora. Preceden cada sección, y tienen algo a medio camino entre campaña de detergente y rollo de alcohólicos anónimos. Mi favorito es el del estudiante Benoit, de 22 años, que bien podría servir para resumir el libro: «Después de comer, Laurence estaba un poco excitada. ¿Sería el jengibre o sería mi encanto natural?» Pues si a los 22 años, Benoit precisa jengibre para excitarte, búscate a otro, guapa, me gustaría poder decirle a Laurence en confianza.
En fin. Jamás me habría ocurrido encontrarme riendo a carcajadas con un libro de cocina. Sinceramente, no sé si esa era la idea de la autora, pero no creo que eso importe mucho. Y encima las recetas son originales, sanas, baratas y fáciles de hacer. Ya tengo dos títulos más en mi anaquel de libros de cocina precindibles.
Por cierto, al final, me decidí por el menú de las tartaletas de queso de cabra, lo cual me convirtió de facto en hedonista. He aquí mi descripción, según Seeman: «En la mesa (como en todas partes) busca ante todo el placer, sin restricciones… así que nada de censura, nada de mesura, ¡vas a disfrutar!»
Glups.

2 comentarios:

El detective amaestrado dijo...

Cada vez creo que somos menos los hombres que nos vemos reflejados en ese tipo de tópicos recién salidos del Cosmopolitan, "El hombre solo cocina para recibir favores sexuales". A mí me encanta cocinar porque sí, sin pretender nada a cambio. Y cada vez hablo mas con hombres sobre trucos de cocina, recetas y demás. Afortunadamente

Anónimo dijo...

"El hombre solo cocina para recibir favores sexuales"
"Los hombres son idiotas" [...] "las verduras en la sección de verduras"
Y luego hablan de machismo, ¿Será esto feminismo?