Edhasa. Barcelona, 2006. 510 págs. 28,50 €
Alberto Luque Cortina
La relación de España con Asia ha oscilado históricamente entre el desatino y la desmesura. En el corto trecho que separa ambos términos se abre paradójicamente un océano de incomprensiones que muestran nuestro absoluto desconocimiento del fenómeno asiático. En su libro La empresa de China, Manel Ollé narra cómo, tras la conquista española de Filipinas en 1565, se gestaron algunos planes esperpénticos para la conquista de China, como el de Hernando Riquel, quien, en 1574 —estimulado quizá por la «fiebre de Cortés» y convencido de que cualquier empresa era posible si se improvisaba con la suficiente antelación— afirmó en una carta a Felipe II que China podría ser vencida con «menos de sesenta buenos soldados españoles».
Por lo que respecta a la Cochinchina, la parte más meridional de Vietnam, la presencia española se limitó durante siglos a la controvertida labor misional de franciscanos, jesuitas y, muy especialmente, dominicos, y a alguna estrambótica aventura, como la del pirata y clérigo Pedro Ordóñez, descrita por Gerardo González de Vera en su libro Mar Brava. En este contexto plantea Luis Alejandre Síntes el episodio de la guerra de la Cochinchina (1858-1862), pasaje poco conocido de nuestra historia pero muy revelador, por cuanto muestra la errática política exterior de nuestro país desde Felipe IV.
Como es sabido, el asesinato en 1857 de varios misioneros españoles propició una incursión de castigo por parte de un contingente franco-español. Esta acción militar se prolongó durante cuatro años hasta que, el 23 de marzo de 1862, se firmó un tratado de paz por el que Francia se apropiaba de tres importantes provincias vietnamitas —Saigón era una de ellas—, germen de la futura Indochina francesa que se extendería por Vietnam, Camboya, Laos y Myanmar (Birmania). España, a cambio, obtuvo la discutible gloria de defender la expansión de la Fe católica.
Hasta aquí la historia “oficial”. Es en este punto donde Luis Alejandre Síntes, gracias a un excelente trabajo de documentación, reconstruye con precisión los sucesos de aquella guerra absurda que nada supuso para España, excepto el coste humano de los españoles que allí combatieron sin saber muy bien por qué. Dada la formación militar del autor —muy presente a lo largo de la obra y que condiciona algunos de sus comentarios— este libro se plantea como un homenaje a aquellos hombres, y especialmente al coronel Carlos Palanca, jefe de las fuerzas expedicionarias españolas, con quien el autor siente una clara identificación.
Esta invasión colonialista, desencadenada en beneficio exclusivo de los intereses franceses, se convirtió para el contingente español en una trampa donde la disentería, el calor y el cólera eran enemigos tan mortíferos como los vietnamitas. A estos adversarios habría que sumar otro, no menos importante: la ambigüedad de la política exterior española, acentuada por la dificultad de las comunicaciones —las noticias llegaban a la metrópoli dos meses después de que se produjeran— y una concepción trasnochada del mundo, materializada en algunas de las órdenes dadas al contingente español, como la de «no trabajar en días festivos y desplegar gran aparato para el Santo Oficio de la Misa».
Si bien podría esperarse mayor tensión narrativa al estilo de los nuevos historiadores ingleses —encabezados por Antony Beevor—, lo cierto es que La guerra de la Cochinchina constituye, por la documentación aportada y el análisis geopolítico desarrollado, una aportación fundamental para esclarecer uno de los episodios menos conocidos de nuestra historia.
Alberto Luque Cortina
La relación de España con Asia ha oscilado históricamente entre el desatino y la desmesura. En el corto trecho que separa ambos términos se abre paradójicamente un océano de incomprensiones que muestran nuestro absoluto desconocimiento del fenómeno asiático. En su libro La empresa de China, Manel Ollé narra cómo, tras la conquista española de Filipinas en 1565, se gestaron algunos planes esperpénticos para la conquista de China, como el de Hernando Riquel, quien, en 1574 —estimulado quizá por la «fiebre de Cortés» y convencido de que cualquier empresa era posible si se improvisaba con la suficiente antelación— afirmó en una carta a Felipe II que China podría ser vencida con «menos de sesenta buenos soldados españoles».
Por lo que respecta a la Cochinchina, la parte más meridional de Vietnam, la presencia española se limitó durante siglos a la controvertida labor misional de franciscanos, jesuitas y, muy especialmente, dominicos, y a alguna estrambótica aventura, como la del pirata y clérigo Pedro Ordóñez, descrita por Gerardo González de Vera en su libro Mar Brava. En este contexto plantea Luis Alejandre Síntes el episodio de la guerra de la Cochinchina (1858-1862), pasaje poco conocido de nuestra historia pero muy revelador, por cuanto muestra la errática política exterior de nuestro país desde Felipe IV.
Como es sabido, el asesinato en 1857 de varios misioneros españoles propició una incursión de castigo por parte de un contingente franco-español. Esta acción militar se prolongó durante cuatro años hasta que, el 23 de marzo de 1862, se firmó un tratado de paz por el que Francia se apropiaba de tres importantes provincias vietnamitas —Saigón era una de ellas—, germen de la futura Indochina francesa que se extendería por Vietnam, Camboya, Laos y Myanmar (Birmania). España, a cambio, obtuvo la discutible gloria de defender la expansión de la Fe católica.
Hasta aquí la historia “oficial”. Es en este punto donde Luis Alejandre Síntes, gracias a un excelente trabajo de documentación, reconstruye con precisión los sucesos de aquella guerra absurda que nada supuso para España, excepto el coste humano de los españoles que allí combatieron sin saber muy bien por qué. Dada la formación militar del autor —muy presente a lo largo de la obra y que condiciona algunos de sus comentarios— este libro se plantea como un homenaje a aquellos hombres, y especialmente al coronel Carlos Palanca, jefe de las fuerzas expedicionarias españolas, con quien el autor siente una clara identificación.
Esta invasión colonialista, desencadenada en beneficio exclusivo de los intereses franceses, se convirtió para el contingente español en una trampa donde la disentería, el calor y el cólera eran enemigos tan mortíferos como los vietnamitas. A estos adversarios habría que sumar otro, no menos importante: la ambigüedad de la política exterior española, acentuada por la dificultad de las comunicaciones —las noticias llegaban a la metrópoli dos meses después de que se produjeran— y una concepción trasnochada del mundo, materializada en algunas de las órdenes dadas al contingente español, como la de «no trabajar en días festivos y desplegar gran aparato para el Santo Oficio de la Misa».
Si bien podría esperarse mayor tensión narrativa al estilo de los nuevos historiadores ingleses —encabezados por Antony Beevor—, lo cierto es que La guerra de la Cochinchina constituye, por la documentación aportada y el análisis geopolítico desarrollado, una aportación fundamental para esclarecer uno de los episodios menos conocidos de nuestra historia.
2 comentarios:
Me parece una interesante reseña, se conoce el punto de vista de del escritor español. Sería estupemdo conocer también el ángulo de un escritor o historiador asiático.
Y si, estoy de acuerdo en que murieron españoles sin ningun sentido, como siempre mueren en las guerras, pero tristemente estaban ahi, sin tener que estarlo. Ahora hay que imaginar los que murieron en su propia tierra...
Muchos saludos
Hola Apostillas Literarias, coincido contigo en que sería muy interesante conocer otros acercamientos a este suceso, en la consideración de que la Historia, entendida en términos absolutos, es una ciencia imposible.
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