Traducción de Elizabeth Mulder, El Aleph, Barcelona, 2006, 395 pp. 18,90 €
Leah Bonnín
¿Quién de entre los lectores no ha leído o no tiene una madre, una tía o una abuela que no haya leído algún libro de Pearl S. Buck? Si no La buena tierra, seguro que leyeron Viento del este, viento del oeste, La estirpe del dragón, La gran dama o Carta de Pekín. Como los libros de Pearl S. Buck (1892-1973) forman parte del imaginario literario que nos precedió y nadie puede negar su popularidad, al menos, hasta los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, cabe preguntarse si su lectura de La buena tierra continúa vigente.
La buena tierra (1931), publicada cinco años antes que Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell, inauguró un tipo de literatura popular, entre naturalista y romántica, que contaría con el favor del público de, prácticamente, todo el mundo. Inicialmente, vendió un millón y medio de ejemplares, fue adaptada al teatro, contó con versión cinematográfica de la Metro Goldwyn Mayer y recibió el Premio Pulitzer. Sirvió para que, después de su publicación, los escritores chinos de la época (excepción hecha de Lu Shun, quien, a pesar de haberse acercado a la temática campesina china no conocía de primera mano la realidad a la que se refería en sus obras) empezaran a escribir sobre el mundo rural chino. En Estados Unidos fue libro de lectura obligada para los estudiantes de secundaria y en la actualidad es posible encontrar libros de Pearl S. Buck en bibliotecas de Tanzania, Nueva Guinea, India o Colombia.
A pesar de que Pearl S. Buck conocía de primera mano la realidad de la que trata, pues vivió en la provincia de Anhui en que ambienta la acción, La buena tierra no constituye ni una obra testimonial, ni una crítica social, ni un documento. Ciertamente, el lector presencia escenas devastadoras, como aquella en la que O-Lan, la esposa del protagonista Wang Lung, vuelve a labrar la tierra minutos después de haber parido o aquella en la que Wang Lung carga con su padre anciano y enfermo a la espalda durante un largo trayecto a pie, que permiten al lector hacerse una idea de las condiciones de vida de la China rural previas a la invasión japonesa de 1931 y a la proclamación de la República Popular de 1949. Pero, por encima de todo, La buena tierra es una novela construida con personajes de carne y hueso; la historia de tres generaciones de la familia de un campesino pobrísimo que, partiendo prácticamente de la nada y gracias a la tenacidad y la constancia en el trabajo y a su vínculo inquebrantable con la tierra —fuente nutricia sujeta a los caprichos de unos dioses no siempre compasivos—, consigue hacerse con una importante hacienda y la propiedad de la Casa Grande, en donde su esposa O-Lan había sido esclava.
En la actualidad, La buena tierra puede resultar un poco farragosa: abundan las descripciones de detalles sin importancia aparente, tanto como ciertos aires psicologistas en el tratamiento de los personajes. Sin embargo, su lectura quizás sea grata a quienes se interesen por la comprensión de unas realidades “otras”. Porque, a pesar de ser hija de misioneros, Pearl S. Buck no pretendió juzgar la realidad en la que enraizó su escritura, sino comprenderla y hacerla comprender. Porque el saber que la novela es el fruto, por más tópico que parezca, del cruce entre oriente y occidente no le resta valor, sino que se lo suma. Porque en La buena tierra prevalece la autenticidad y la capacidad de ponerse en la piel del otro que implica cualquier acto de escritura, así como la posibilidad de hablar cara a cara con lo distinto, aunque a veces los hallazgos sean terribles. Y porque Pearl S. Buck, precisamente por todo lo apuntado, escapa a la injusta clasificación de la literatura según categorías de pertenencia nacional.
Leah Bonnín
¿Quién de entre los lectores no ha leído o no tiene una madre, una tía o una abuela que no haya leído algún libro de Pearl S. Buck? Si no La buena tierra, seguro que leyeron Viento del este, viento del oeste, La estirpe del dragón, La gran dama o Carta de Pekín. Como los libros de Pearl S. Buck (1892-1973) forman parte del imaginario literario que nos precedió y nadie puede negar su popularidad, al menos, hasta los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, cabe preguntarse si su lectura de La buena tierra continúa vigente.
La buena tierra (1931), publicada cinco años antes que Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell, inauguró un tipo de literatura popular, entre naturalista y romántica, que contaría con el favor del público de, prácticamente, todo el mundo. Inicialmente, vendió un millón y medio de ejemplares, fue adaptada al teatro, contó con versión cinematográfica de la Metro Goldwyn Mayer y recibió el Premio Pulitzer. Sirvió para que, después de su publicación, los escritores chinos de la época (excepción hecha de Lu Shun, quien, a pesar de haberse acercado a la temática campesina china no conocía de primera mano la realidad a la que se refería en sus obras) empezaran a escribir sobre el mundo rural chino. En Estados Unidos fue libro de lectura obligada para los estudiantes de secundaria y en la actualidad es posible encontrar libros de Pearl S. Buck en bibliotecas de Tanzania, Nueva Guinea, India o Colombia.
A pesar de que Pearl S. Buck conocía de primera mano la realidad de la que trata, pues vivió en la provincia de Anhui en que ambienta la acción, La buena tierra no constituye ni una obra testimonial, ni una crítica social, ni un documento. Ciertamente, el lector presencia escenas devastadoras, como aquella en la que O-Lan, la esposa del protagonista Wang Lung, vuelve a labrar la tierra minutos después de haber parido o aquella en la que Wang Lung carga con su padre anciano y enfermo a la espalda durante un largo trayecto a pie, que permiten al lector hacerse una idea de las condiciones de vida de la China rural previas a la invasión japonesa de 1931 y a la proclamación de la República Popular de 1949. Pero, por encima de todo, La buena tierra es una novela construida con personajes de carne y hueso; la historia de tres generaciones de la familia de un campesino pobrísimo que, partiendo prácticamente de la nada y gracias a la tenacidad y la constancia en el trabajo y a su vínculo inquebrantable con la tierra —fuente nutricia sujeta a los caprichos de unos dioses no siempre compasivos—, consigue hacerse con una importante hacienda y la propiedad de la Casa Grande, en donde su esposa O-Lan había sido esclava.
En la actualidad, La buena tierra puede resultar un poco farragosa: abundan las descripciones de detalles sin importancia aparente, tanto como ciertos aires psicologistas en el tratamiento de los personajes. Sin embargo, su lectura quizás sea grata a quienes se interesen por la comprensión de unas realidades “otras”. Porque, a pesar de ser hija de misioneros, Pearl S. Buck no pretendió juzgar la realidad en la que enraizó su escritura, sino comprenderla y hacerla comprender. Porque el saber que la novela es el fruto, por más tópico que parezca, del cruce entre oriente y occidente no le resta valor, sino que se lo suma. Porque en La buena tierra prevalece la autenticidad y la capacidad de ponerse en la piel del otro que implica cualquier acto de escritura, así como la posibilidad de hablar cara a cara con lo distinto, aunque a veces los hallazgos sean terribles. Y porque Pearl S. Buck, precisamente por todo lo apuntado, escapa a la injusta clasificación de la literatura según categorías de pertenencia nacional.
3 comentarios:
Querido señor:
en Colombia, en muchos pueblos, era posible encontrar hace 50 años, cualquier tipo de libros.Y en las ciudades, casi cualquiera. IMagínese a don Tomás Carrasquilla, en un pueblo retirado de Medellín, que se llama Santo Domingo, y que contaba con una buenísima biblioteca en la que leypo de todo por allá en los años 20 del siglo pasado. Tal como sucedía en su patria. Así que no veo la relación entre Tanzania, India y Colombia, "actualmente". Sí; tenemos pobreza y atraso, pero también hemos sido un pais culto, al que le ha tocado luchar con el narcotráfico y la corrupción estatal, así como austedes les ha tocado luchar con ETA.
Su comentario es de pésimo gusto y solo revela su ignorancia.Y ni hablar de su pobre y superflua opinión sobre la novela.
Lei la Buena Tierra cuando era adolescente, a regañadientes, pero lo hice, quedé fascinada con la pulcritud de sus palabras, con la aberración como fueron tratados, impactandome de sobremanera cuando le ponían valor a las niñas amarrando sus pies, pues mientras màs pequeños la joven valìa más, lamentablemente en Chile están a la venta un par de versiones de sus libros, que quizás descansan en alguna biblioteca polvorienta en espera de ser descubierto, felicidades por tu blog, abrazos.
Son las obras literarias más lindas que he leído.- Lindas por la forma en q´fueron expresadas. Triste o realista su contenido, que me permitió saber a temprana edad la vida de otras personas.-
La preferencia y el abuso con las niñas, "mientras más pequeñas, mejor".- El rigor de la vida rural y el tedio de la clase alta, d´sus decendientes, cuya riqueza familiar nada costó y la dilapidan.- Las geichas como oportunidad de salir de la pobreza, la venta de seres humanos, etc.-
La buena tierra, me abrió los ojos.-
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