José Miguel López-Astilleros
Este es el tercer libro de cuentos de Pablo Andrés Escapa. Los dos anteriores fueron Las elipsis del cronista y Voces de humo, los cuales, junto con la novela Gran circo mundial, conforman su obra de ficción hasta la fecha. Algunos son textos antiguos que aguardaban su momento, otros han sido rescatados de revistas, y también los hay de temática navideña, conocidos sólo por un núcleo reducido de lectores; aunque también los hay nuevos. Muchos han sido sometidos a ciertos ajustes para adaptarlos a la coherencia general que imponía el conjunto.
A poco de comenzar el primer relato (Robinsón) nos encontramos con una declaración de principios, que constituirá el fundamento del libro, dice así «Los milagros no se explican. Como la rosa del poeta son sin porqué y los hacemos nuestros con naturalidad.» Esto es así si tomamos por “milagro” la segunda acepción del DRAE, que explica la palabra como un “Suceso o cosa rara, extraordinaria o maravillosa”, con carácter general y no sólo con connotaciones religiosas, habría que añadir. Por tanto veremos que lo extraño, lo mágico, lo maravilloso, lo milagroso, lo onírico y lo fantástico, presentes en estos cuentos, aún siendo categorías diferentes, comparten un mismo espacio con la realidad, de la que forman parte, de esa otra percepción y explicación de la realidad, sobre todo para un lector con la suficiente capacidad imaginativa para aceptar un invitación de esta naturaleza. Estos elementos destacan particularmente en cuentos como Robinsón, Figuras, La nieve en Londres, Ojo de buey, Surcos, Tarpanes, Pan de ángeles, El barón Büssenhausen, animador de unicornios o Levedad, los cuales a su vez se suelen relacionar con la presencia de lo rural (en Pasos perdidos o Memorias de una hoguera, aparte de algunos ya citados), con lo legendario y mítico, así como con la presencia de algunos niños protagonistas (en Semillas, sobre todo). En el ámbito rural las gentes solían gozar de una mayor inocencia para admitir todo lo milagroso y lo legendario como parte de su cotidianeidad, por eso se presenta como el contexto ideal en el que germinar y desarrollarse. Y algo parecido puede decirse de los niños, quienes con su candidez, su credulidad y su falta de prejuicios están más abiertos a reconocer esos mundos, insospechados para una racionalidad obtusa, sin querer decir que esto tenga que ver con una visión infantil, empalagosa y blandengue, nada más lejos.
Es muy frecuente lo simbólico y lo poético. Así por ejemplo, el mar (en Robinsón, Pan de ángeles o Náufrago) representa la eternidad, el infinito, tal vez los confines donde tienen lugar los sueños, tal vez…), o la nieve (en La nieve de Londres o Náufrago), tan presente en todos los escritores leoneses, una blancura tan fría que evoca el calor de la infancia y la pureza, como en el verso del también leonés Julio Llamazares «Mi memoria es la memoria de la nieve», o el faro (en Robinsón y Náufrago, que abren y cierran el libro, para cumplir quizá la circularidad de la naturaleza) símbolo de la soledad, del aislamiento o del universo en el que viven quienes necesitan de la fabulación para sobrevivir, sobre todo en tiempos tan precarios como los de hoy. Lo poético es algo que se filtra constantemente por estas narraciones, porque no es sólo una cuestión retórica, sino el modo en que las palabras de P. A. E. revelan, necesarias, otro nivel de la realidad, así en el unicornio melancólico de El barón Büssenhausen, animador de unicornios. Pero no podemos olvidar algo esencial, el humor, con el que se consigue un cierto distanciamiento, que a su vez redunda en la consecución obligada de la verosimilitud, ingrediente básico de todo relato para ser asimilado por el entendimiento (un caso especial es el hilarante Vasos comunicantes, cuyo final se resuelve de una manera tan sorprendente, que acaba por arrancarnos quizá algo más que una sonrisa). Y sería terrible omisión no aludir a la oralidad, puesto que en estos cuentos proliferan personajes que cuentan algo, que a su vez leyeron o les contaron otros personajes, un rasgo muy propio también de los narradores leoneses, dada la riqueza del enorme acervo folclórico de estas tierras, primera referencia literaria y cultural de cualquier niño de pueblo, pongamos en plena cordillera cantábrica, como es el caso de P. A. E.
El lenguaje es, si no el principal protagonista, el elemento fundamental. A través de él se crea cada nuevo cosmos con sus leyes propias, se ordena y se hace visible, por eso P. A. E. se muestra muy exigente con él, y buril en mano consigue unos resultados altamente artísticos y originales. Por otra parte estas historias están fuera de un tiempo definido (Náufrago), o en un tiempo pasado, como lo está lo legendario y lo mítico, a veces atrapado en fechas históricas concretas, entre otras cosas para dar veracidad a lo contado. Según declara P. A. E., a diferencia de los libros anteriores, hay en este muchas referencias a obras literarias reconocibles por el lector. Y por último, entre las influencias asumidas por el autor están Cunqueiro, Arreola, Baroja, Torga, Conrad o Borges, pero nada tienen que ver con imitación alguna de tono ni estilo, sino de asimilación de procedimientos, como por ejemplo en Tarpanes (Borges), Ojo de buey (Baroja), Surcos (Torga) o Memoria de una hoguera (Conrad).
Estos cuentos hay que saborearlos despacio y con atención, porque son de paladear lento y persistente en la memoria y en el goce, siempre que el lector se deje seducir por la fabulación.
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