Letras de Autor, Madrid, 2015. 200 pp. 14,25 €
Miguel Baquero
Siempre he defendido que, a la hora de escribir, o de “montar”, un libro de cuentos para ser publicado, es fundamental su planificación. Y con esto no me refiero a esa regla “tallerística” de que el autor coloque el que considere mejor primero, oculte o disimule los que crea algo más flojos hacia el medio, y acabe con otro que también tenga en estima, para dejar un buen sabor de boca. No me refiero a esa planificación “táctica”, sino a otra, que podría llamar con bastante pedantería “estratégica”, que contemple el volumen de cuentos como, en efecto, un conjunto cerrado con sus propias reglas, un libro sólido, no un “totum revolutuum” o cajón de sastre donde soltar y apretujar los excedentes del cajón de distintas épocas.
Para ello —siempre a mi gusto, por supuesto—, los cuentos tienen que tener algo que los unifique, ya sea una atmósfera, un tono, una intención… o ya sea que todos tocan un mismo tema o suceden en un mismo lugar o una misma época. De preferir, prefiero lo primero, que los unifique el tono, el ritmo, el clima, y elementos más literarios, que lo segundo, que depende de factores digamos más “externos” o más obvios. Pero es una cuestión quizás subjetiva, porque todo, en último caso, depende de la calidad de la escritura.
A lo que quería ir con todo esto es que el nuevo libro de David Vivancos, en principio, me cogió frío: un libro de treinta relatos sobre un tema tan minúsculo —aunque los aficionados lo alcen a las nubes, pero al fin tan minúsculo— como el ajedrez. Donde, con cuentos de mediana extensión, iban mezclados hiperbreves, modalidad en la que, por cierto, el autor ha participado en varias antologías.
Pese a esa pequeña prevención inicial, marcada por lo restringido del tema, Las jugadas intermedias, pronto lo advierte el lector, es un gran libro. Un gran libro sobre un juego que éste particularmente que reseña, y que apenas si sabe mover las piezas, no sabía pudiera tener tantas aristas, tanto trasfondo, tantas posibilidades narrativas. Vivancos, con un pulso muy firme, va dejando caer sus historias sobre cada una de estas facetas, cada uno de estos escaques, y apretando luego el reloj, para que el lector comience a degustar el relato. Hay cuentos donde se nos habla de viejos jugadores fracasados, de jugadores triunfantes también; otros en que se nos habla de trampas, que también las hay y, por cierto, muy ingeniosas; o de la amistad que puede surgir entre jugadores, así como las inquinas ocultas… por contar, se nos cuenta incluso, siempre con muy gran firmeza y seguridad en la escritura, como deben jugar los grandes maestros, se nos cuenta, decía, los sueños de un jugador, o fantasías sobre plantas en que florecen alfiles, caballos, damas…
Todo un pequeño universo, en resumen, con sus grandes dramas, pero también sus pequeñas anécdotas. Con sitio para el humor, que en general tiñe todos los relatos, pero también para la seriedad. Un microcosmos creado en treinta cuentos, treinta casillas, que cumple con el principal requisito que, en mi opinión, debe tener un texto literario de calidad, y que no es otro que su capacidad para introducir al lector en un universo distinto, extraño, artístico… y fascinante, no sólo para quien sabe y disfruta del juego, sino para cualquier lector que guste de la buena literatura.
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