Ártese quien pueda, Madrid, 2015. 149 pp. 9 €
Juan Laborda
Hay libros que valen más por su forma esteta que por lo que cuentan. A otros les ocurre lo contrario. El equilibrio entre contenido y forma es tan delicado como el estómago de un recién nacido, y probablemente se va formando, si es una prosa musical y acertada, con la misma dosis de magia, esfuerzo y tesón.
La Tristeza es una novela muy especial. Destila un gusto entre el realismo mágico y el costumbrismo, teñido siempre de un notable lirismo. A su composición cuidada y sentida hay que unir la reflexión sobre temas de gran calado humano.
La vida de los habitantes de una ciudad imaginaria, costera y simbólica, se verá sometida a una epidemia de tristeza, que les llevará hasta la muerte, poniendo en juego la continuidad misma del lugar. En él, unos hombres y mujeres singulares, dibujan con sus actos y actitudes bellas estampas vitales: un hombre que acude al frente y lucha con un fusil descargado, un padre raptor de su amada y dedicado en cuerpo y alma a su tienda de dulces, un médico cronista, una azarosa expedición para pescar atunes; lo ignoto y lo presentido se dan la mano en estas páginas.
La novela, primorosamente editada por Ártese quién pueda —una de esas editoriales tan pequeñas como preciosistas—, es una isla en el panorama literario actual. Los juegos de su prosa bella alimentan emociones tan afortunadas como universales. La existencia de sagas familiares, el amor, el desamor, la guerra, la amistad o la paternidad se concitan en este libro con el acierto sensible del poeta que ama cantar a las experiencias más intensas.
Hay una historia de amor que vertebra el relato, la de Verónica e Inor. De ella nacen, como de una vieja leyenda, ramificaciones y vivencias, de la búsqueda al desencuentro vital. Si los lugares y ambientaciones parecen legendarios por su encanto (la taberna, el palacio del que huye la hermosa dama, el mar inmenso...) sus recorridos se alejan de los dioses y se enmarcan en el más humano padecer. Hasta la épica expedición para cazar atunes concluye con un Ulises desencantado y oscuro. Un contraste muy literario que ensalza los valores reflexivos de la obra.
Es una novela para descubrir, para dejarse llevar y para deleitarse con los aciertos literarios de una valiente apuesta personal en los tiempos que corren. Lanzarse a pulir el espejo y a navegar por mares de sentimientos nunca podrá dejar de estar de moda.
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