Traducción y edición: José Abad. Traspiés, Granada, 2011. 81 pp. 10 €
Ángeles Prieto
Hete aquí que hoy, en un ejercicio de evidente masoquismo, me apetece elogiaros un texto impresentable, políticamente incorrecto, aquejado de marcada misoginia. Una anomalía absurda que además no tiene razón de ser, al provenir de uno de los filósofos más inteligentes de todas las épocas, el sagaz florentino Nicolás Maquiavelo, el mismo que soltó aquello de: “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”, estableciendo así el verdadero motivo de lo que sería el modus vivendi ideal de la Edad Moderna (siglos XVI al XVIII) y buena parte de la Contemporánea. Pero por supuesto, hablamos de unas ansias de figurar que caracterizan tanto a mujeres, como a hombres. Por lo que la maquiavélica identificación del afán ostentoso de éstas con el origen de todos los males, además supone una acusación bastante injusta.
Pero sucede también que amo los relatos breves, ligeros, escritos con desparpajo y desenvoltura, con total libertad, sin moralinas ni autocensuras, que además no cierran por completo el paso a la fantasía. Y me he topado aquí con uno de estos ejemplos interesantes y originales, en buena parte rompedores y adelantados a su tiempo, que rara vez jalonan la historia de la literatura haciéndola avanzar alejada de rígidos y eclesiásticos vericuetos, siempre impuestos.
Porque si partimos de la Metamorfosis de Ovidio y continuamos con el Asno de Oro de Apuleyo, llegaremos al crucial siglo XIII con dos figuras geniales y emblemáticas, afines a Maquiavelo, de las que cuales bebió este con fruición a fin de redactar esta original exempla o fábula archidiabólica. Me refiero por supuesto a Dante, con su Divina Comedia y su detallada descripción del burocrático infierno, que quedaría como modelo para toda la eternidad, y como no podía ser menos, también a Giovanni Bocaccio, en ese Decamerón donde hombres y mujeres celebran su canto a la vida, y contra la muerte, viéndose envueltos en notables enfrentamientos, bromas, burlas y enredos.
Tras ellos, encuadraríamos este cuento de Maquiavelo como un hito más dentro de una larga tradición, pues tendría continuidad temática en posteriores e importantes obras dramáticas. Primero, en comedias o tragicomedias que desarrollarán bien el tema de la uxorginia (horror a tomar esposa o aversión al casamiento), como en La fierecilla domada de Shakespeare o bien, siguiendo el no menos interesante asunto de los diablos mezclados en tratos humanos, encontraríamos El diablo cojuelo de Vélez de Guevara o El mágico prodigioso de Calderón. Y por supuesto, también en lo que consideraríamos tiempo después, novela. Empezando por El diablo enamorado del ilustrado Jacques Cazotte, pasando por el impresionante Fausto de Goethe y terminando con El maestro y Margarita de Bulgakov.
Y como no pienso revelar el argumento de tan interesante y original relato del florentino, ya sólo me quedaría la opción de recomendar su lectura no sólo a los alegres divorciados, libres ya del despotismo matrimonial, sino también a todo estudioso, amante de la literatura, que tomará así buena nota de que la historia de la literatura no es más que una continuada carrera de relevos. En cuanto a nosotras, pobres y vilipendiadas mujeres, nos quedará siempre el reconocimiento, aunque también la opción, de seguir otra máxima de Maquiavelo: Los hombres ofenden al que aman, nunca al que temen. Así que señoras, aplicaos el consejo.
Ángeles Prieto
Hete aquí que hoy, en un ejercicio de evidente masoquismo, me apetece elogiaros un texto impresentable, políticamente incorrecto, aquejado de marcada misoginia. Una anomalía absurda que además no tiene razón de ser, al provenir de uno de los filósofos más inteligentes de todas las épocas, el sagaz florentino Nicolás Maquiavelo, el mismo que soltó aquello de: “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”, estableciendo así el verdadero motivo de lo que sería el modus vivendi ideal de la Edad Moderna (siglos XVI al XVIII) y buena parte de la Contemporánea. Pero por supuesto, hablamos de unas ansias de figurar que caracterizan tanto a mujeres, como a hombres. Por lo que la maquiavélica identificación del afán ostentoso de éstas con el origen de todos los males, además supone una acusación bastante injusta.
Pero sucede también que amo los relatos breves, ligeros, escritos con desparpajo y desenvoltura, con total libertad, sin moralinas ni autocensuras, que además no cierran por completo el paso a la fantasía. Y me he topado aquí con uno de estos ejemplos interesantes y originales, en buena parte rompedores y adelantados a su tiempo, que rara vez jalonan la historia de la literatura haciéndola avanzar alejada de rígidos y eclesiásticos vericuetos, siempre impuestos.
Porque si partimos de la Metamorfosis de Ovidio y continuamos con el Asno de Oro de Apuleyo, llegaremos al crucial siglo XIII con dos figuras geniales y emblemáticas, afines a Maquiavelo, de las que cuales bebió este con fruición a fin de redactar esta original exempla o fábula archidiabólica. Me refiero por supuesto a Dante, con su Divina Comedia y su detallada descripción del burocrático infierno, que quedaría como modelo para toda la eternidad, y como no podía ser menos, también a Giovanni Bocaccio, en ese Decamerón donde hombres y mujeres celebran su canto a la vida, y contra la muerte, viéndose envueltos en notables enfrentamientos, bromas, burlas y enredos.
Tras ellos, encuadraríamos este cuento de Maquiavelo como un hito más dentro de una larga tradición, pues tendría continuidad temática en posteriores e importantes obras dramáticas. Primero, en comedias o tragicomedias que desarrollarán bien el tema de la uxorginia (horror a tomar esposa o aversión al casamiento), como en La fierecilla domada de Shakespeare o bien, siguiendo el no menos interesante asunto de los diablos mezclados en tratos humanos, encontraríamos El diablo cojuelo de Vélez de Guevara o El mágico prodigioso de Calderón. Y por supuesto, también en lo que consideraríamos tiempo después, novela. Empezando por El diablo enamorado del ilustrado Jacques Cazotte, pasando por el impresionante Fausto de Goethe y terminando con El maestro y Margarita de Bulgakov.
Y como no pienso revelar el argumento de tan interesante y original relato del florentino, ya sólo me quedaría la opción de recomendar su lectura no sólo a los alegres divorciados, libres ya del despotismo matrimonial, sino también a todo estudioso, amante de la literatura, que tomará así buena nota de que la historia de la literatura no es más que una continuada carrera de relevos. En cuanto a nosotras, pobres y vilipendiadas mujeres, nos quedará siempre el reconocimiento, aunque también la opción, de seguir otra máxima de Maquiavelo: Los hombres ofenden al que aman, nunca al que temen. Así que señoras, aplicaos el consejo.
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