Trad.Pablo Álvarez Ellacuria. Blackie Books, Barcelona, 2010. 153 pp. 19 €
Miguel Sanfeliu
Uno ha oído en ocasiones decir que tal o cual libro es “inclasificable”, en el sentido de que no se parece a ningún otro, y lo cierto es que siempre parece que se exagera un poco, que se utiliza el término “inclasificable” con cierta manga ancha. Pienso esto mientra leo La pesca de la trucha en América, de Richard Brautigan. Lo pienso porque me pregunto qué clase de libro es éste. Desde luego no es una novela. Tampoco es un libro de relatos. No es un libro de poesía, aunque a veces lo parezca. Por supuesto que no se trata de ningún tratado de pesca, a no ser que se trate de uno escrito por alguien que en lugar de centrarse en el tema se está distrayendo todo el rato, alguien que nos habla de cosas tan prácticas para el interesado en la pesca como la muerte de una trucha por un trago de oporto. No, no es nada de eso. Mientras leo tengo la sensación de estar sentado frente al autor, en alguna taberna, bebiendo sin parar y escuchando sus historias disparatadas, sus frases surrealistas, y miramos por la ventana y me señala algo a lo lejos que le ha traído a la memoria algún recuerdo de la infancia, o se inclina hacia mí para confiarme un secreto cuyo sentido no acabo de comprender, y me habla de la pesca de la trucha como me podía estar hablando del sentido de la vida o del valor de las pequeñas cosas. Y lo cierto es que el tiempo pasa sin darnos cuenta, porque su verborrea es hipnótica y su sentido del humor me tiene totalmente encandilado.
Cuando cierro el libro lo miro fijamente y le pregunto: “Oye, ¿qué es esto? ¿venden arroyos trucheros en el desguace de Cleveland?” Y él me mira fijamente mientras sus ojos se hacen chiquitos y su bigote deja paso a una sonrisa que va creciendo lentamente. Mueve la cabeza de arriba abajo y la sonrisa crece. “¿Y las cascadas las venden aparte?” La sonrisa se convierte en carcajada, una carcajada contagiosa, así que empiezo también a sonreír. “¡Y los insectos los venden por metro cuadrado!” grita. Y estamos así mucho rato, venga la risa, golpeándonos las rodillas y sujetándonos el estómago para que no se nos salgan las tripas y ensucien el suelo del salón.
Richard Brautigan es un autor extraño en el panorama literario norteamericano. Aunque se le pueda incluir en el grupo de la generación beat, encontrar nexos de unión con Burroughs o Ginsberg, también es cierto que se perciben en él los ecos de Twain y anticipa a autores como Bukowski o Carver. Era un individuo estrafalario, se le puede ver en las fotos que se conservan con un sombrero de ala ancha, posando provocativamente, con sus inconfundibles gafas y su poblado bigote. Tuvo una infancia difícil y estuvo recluido en un hospital psiquiátrico cuando tenía veinte años. Su primer libro publicado fue A Confederate General From Big Sur, y de él se vendieron menos de 800 ejemplares. En el año 1967 publicó La pesca de la trucha en América y se convirtió en un autor seguido y alabado por todo el mundo. Fue el libro que lo convirtió en alguien conocido, por eso resulta tan extraño que no estuviera publicado todavía en nuestro país. La editorial Blackie Books ha puesto fin a esta injusticia. De hecho, hace años que se habían publicado otros libros de Brautigan, como El monstruo de Hawkline, Willard y sus trofeos de bolos, Un detective en Babilonia o, más recientemente, su obra póstuma Una mujer infortunada.
La pesca de la trucha en América posee la inconfundible voz de Brautigan. Podría tratarse de un libro de reflexiones, recuerdos, historias oídas e inventadas, personajes reales y falsos, un divagar sin rumbo a velocidad de vértigo, un collage, un diario sin fechas, un cuaderno de notas, un conjunto de textos alucinados y divertidos que nos transmiten la peculiar personalidad de su autor, un libro de una modernidad indiscutible que ha ganado, si cabe, vigencia con los años. Brautigan parece reírse de todo, mirarlo todo desde un ángulo distorsionado y, al hacerlo, consigue que veamos las cosas de otra manera, depojándolas de su gravedad, creando un mundo surrealista.
Y la pesca de la trucha en América puede ser un lugar mítico o el sentido de la identidad humana; de hecho, a veces se habla de ella como si fuera un ser humano a quien se le hace la autopsia o la busca el FBI. Las descripciones, los diálogos, los episodios, derrochan imaginación y sentido del humor. Un autor dotado de una inventiva sorprendente que nos arrastra por paisajes oníricos en los que nunca hemos estado pese a que nos resultan familiares. Un libro, sin duda alguna, inclasificable.
Miguel Sanfeliu
Uno ha oído en ocasiones decir que tal o cual libro es “inclasificable”, en el sentido de que no se parece a ningún otro, y lo cierto es que siempre parece que se exagera un poco, que se utiliza el término “inclasificable” con cierta manga ancha. Pienso esto mientra leo La pesca de la trucha en América, de Richard Brautigan. Lo pienso porque me pregunto qué clase de libro es éste. Desde luego no es una novela. Tampoco es un libro de relatos. No es un libro de poesía, aunque a veces lo parezca. Por supuesto que no se trata de ningún tratado de pesca, a no ser que se trate de uno escrito por alguien que en lugar de centrarse en el tema se está distrayendo todo el rato, alguien que nos habla de cosas tan prácticas para el interesado en la pesca como la muerte de una trucha por un trago de oporto. No, no es nada de eso. Mientras leo tengo la sensación de estar sentado frente al autor, en alguna taberna, bebiendo sin parar y escuchando sus historias disparatadas, sus frases surrealistas, y miramos por la ventana y me señala algo a lo lejos que le ha traído a la memoria algún recuerdo de la infancia, o se inclina hacia mí para confiarme un secreto cuyo sentido no acabo de comprender, y me habla de la pesca de la trucha como me podía estar hablando del sentido de la vida o del valor de las pequeñas cosas. Y lo cierto es que el tiempo pasa sin darnos cuenta, porque su verborrea es hipnótica y su sentido del humor me tiene totalmente encandilado.
Cuando cierro el libro lo miro fijamente y le pregunto: “Oye, ¿qué es esto? ¿venden arroyos trucheros en el desguace de Cleveland?” Y él me mira fijamente mientras sus ojos se hacen chiquitos y su bigote deja paso a una sonrisa que va creciendo lentamente. Mueve la cabeza de arriba abajo y la sonrisa crece. “¿Y las cascadas las venden aparte?” La sonrisa se convierte en carcajada, una carcajada contagiosa, así que empiezo también a sonreír. “¡Y los insectos los venden por metro cuadrado!” grita. Y estamos así mucho rato, venga la risa, golpeándonos las rodillas y sujetándonos el estómago para que no se nos salgan las tripas y ensucien el suelo del salón.
Richard Brautigan es un autor extraño en el panorama literario norteamericano. Aunque se le pueda incluir en el grupo de la generación beat, encontrar nexos de unión con Burroughs o Ginsberg, también es cierto que se perciben en él los ecos de Twain y anticipa a autores como Bukowski o Carver. Era un individuo estrafalario, se le puede ver en las fotos que se conservan con un sombrero de ala ancha, posando provocativamente, con sus inconfundibles gafas y su poblado bigote. Tuvo una infancia difícil y estuvo recluido en un hospital psiquiátrico cuando tenía veinte años. Su primer libro publicado fue A Confederate General From Big Sur, y de él se vendieron menos de 800 ejemplares. En el año 1967 publicó La pesca de la trucha en América y se convirtió en un autor seguido y alabado por todo el mundo. Fue el libro que lo convirtió en alguien conocido, por eso resulta tan extraño que no estuviera publicado todavía en nuestro país. La editorial Blackie Books ha puesto fin a esta injusticia. De hecho, hace años que se habían publicado otros libros de Brautigan, como El monstruo de Hawkline, Willard y sus trofeos de bolos, Un detective en Babilonia o, más recientemente, su obra póstuma Una mujer infortunada.
La pesca de la trucha en América posee la inconfundible voz de Brautigan. Podría tratarse de un libro de reflexiones, recuerdos, historias oídas e inventadas, personajes reales y falsos, un divagar sin rumbo a velocidad de vértigo, un collage, un diario sin fechas, un cuaderno de notas, un conjunto de textos alucinados y divertidos que nos transmiten la peculiar personalidad de su autor, un libro de una modernidad indiscutible que ha ganado, si cabe, vigencia con los años. Brautigan parece reírse de todo, mirarlo todo desde un ángulo distorsionado y, al hacerlo, consigue que veamos las cosas de otra manera, depojándolas de su gravedad, creando un mundo surrealista.
Y la pesca de la trucha en América puede ser un lugar mítico o el sentido de la identidad humana; de hecho, a veces se habla de ella como si fuera un ser humano a quien se le hace la autopsia o la busca el FBI. Las descripciones, los diálogos, los episodios, derrochan imaginación y sentido del humor. Un autor dotado de una inventiva sorprendente que nos arrastra por paisajes oníricos en los que nunca hemos estado pese a que nos resultan familiares. Un libro, sin duda alguna, inclasificable.
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