Barcelona, Planeta, 2009. 300 pp. 19,90 €
Carmen Fernández Etreros
Con La importancia de las cosas nos encontramos con una novela que sorprende en la trayectoria de la escritora Marta Rivera de la Cruz (Lugo, 1970). Una novela urbana localizada en Madrid, en el cambiante barrio de Chueca, muy lejos de esa Ribanova gallega imaginaria de infinitivos personajes por la que muchos lectores conocieron a la escritora, gracias a En tiempo de prodigios con la que fue finalista del premio Planeta. En esta novela no sólo sustituye este escenario propio por Madrid, sino que se desliza por el terreno resbaladizo de las vidas cruzadas en una gran ciudad. Para ello la escritora recurre de nuevo a esa técnica de muñecas rusas, de historias dentro unas de otras, el presente anclado en el pasado.
La vida de Mario Menkell, un solitario profesor universitario, reconocido sólo por haber escrito una sola novela hace más de diez años, cambia cuando se tiene que hacer cargo forzosamente de las “cosas” del inquilino de un piso que se ha suicidado. Mario Menkell nunca quiso conocer al inquilino en vida y la relación se estableció por medio de un agente inmobiliario. Mario no quería enredarse conociendo su vida y sus problemas, pero a su muerte el inquilino comienza a complicarle su tranquila existencia:
"Menkell asintió con la cabeza, como intentando comprender la particular afición de su inquilino muerto. Él nunca coleccionaba nada, aunque por supuesto, conocía gente aficionada a los sellos de correos, las monedas antiguas, los cromos infantiles... sí incluso a los posavasos. Un día conoció a un hombre que coleccionaba sobrecitos de azúcar. Pero lo de Fernando Montalvo no tenía nada que ver con aquellos entretenimientos que servían para alegrar las tardes de lluvia...” (pp.41).
Las “cosas” de su inquilino se convierten en algo más que trastos que guardar en cajas y olvidar. El sorprendido profesor se encontrará la casa repleta de múltiples objetos y colecciones como gramolas antiguas, miniaturas, soldados de plomo, porcelanas, abanicos,... Sin embargo esta circunstancia extraña y fortuita le pondrá en bandeja la ocasión de cambiar su átona vida y comenzar de nuevo. Una segunda oportunidad a la que había quizás renunciado por los embates del destino, y que le ayudará a acercarse a Beatriz, otra profesora universitaria, que ama en silencio desde hace años y que se acaba de separar.
Beatriz Millares, otro de esos personajes en cuya vida se han amontonado las decepciones y amarguras, y Mario Menkell revisarán juntos el piso del inquilino muerto y descubrirán una vida diferente de Fernando Montalvo, un amor secreto, una curiosa afición a la música, un pasado misterioso familiar, un secreto vital,...
Los protagonistas se preguntan si importan las cosas (¿Importan?). Esos objetos que a lo largo de la vida acumulamos, esas cosas inútiles que guardamos en algún momento y perviven en nuestras estanterías y armarios. Mario y Beatriz descubrirán en su aventura de pronto la importancia de las cosas:
“... Debería estar preocupada por reconstruir su vida social –herida de muerte tras cinco años al lado de Baldo, que era huraño por naturaleza-, por conocer gente nueva, por tener citas con hombres, y uno o varios amantes. Y, sin embargo, había encontrado una rara satisfacción, un bienestar desconocido, en abrir y cerrar cajones, en guardar y rescatar objetos que no eran suyos, en recolocar en un espacio que le pertenecía sólo a medias todas aquellas cosas que habían sido seleccionadas por alguien a quien ni siquiera ella había llegado a conocer...” (pp.189).
Los dos amigos rebuscarán en los papeles del inquilino, en sus cartas y sus tarjetas de visita, conversarán con aquellos pocos que le conocieron en Madrid, y ese pasado les llevará nada menos que a Italia, a la curiosa Casa Verdi. Un viaje en el que intentarán descubrir la verdadera vida de Fernando Montalvo, y tendrán la oportunidad de vivir esa segunda oportunidad inesperada y posible en el amor y en la vida.
La escritora plantea grandes preocupaciones urbanas como la falta de comunicación en una gran ciudad en la que ni siquiera sabemos quién es nuestro vecino y menos lo que colecciona... Destaca la habilidad de Marta Rivera de la Cruz para armar una compleja trama sin dejar puntadas sin hilo, dosificando lentamente la intriga y para dibujar los rincones de la ciudad y sus cambios a través del tiempo. Además sorprende la ironía con la que retrata el interior de la universidad privada, las idas y venidas de sus miembros, los tejemanejes,... También podemos señalar la particular importancia de personajes secundarios, armazón interno de la vida de los principales, como el anciano director de orquesta Iosto Haupft, los alumnos de profesor Menkell como Pablo Caspe o la vitalista anciana Anna Livia.
La importancia de las cosas es una novela vitalista que guarda entre sus páginas innumerables vidas cruzadas, muchas ilusiones y muchos secretos y al final de sus páginas un regalo en la novela actual.
Carmen Fernández Etreros
Con La importancia de las cosas nos encontramos con una novela que sorprende en la trayectoria de la escritora Marta Rivera de la Cruz (Lugo, 1970). Una novela urbana localizada en Madrid, en el cambiante barrio de Chueca, muy lejos de esa Ribanova gallega imaginaria de infinitivos personajes por la que muchos lectores conocieron a la escritora, gracias a En tiempo de prodigios con la que fue finalista del premio Planeta. En esta novela no sólo sustituye este escenario propio por Madrid, sino que se desliza por el terreno resbaladizo de las vidas cruzadas en una gran ciudad. Para ello la escritora recurre de nuevo a esa técnica de muñecas rusas, de historias dentro unas de otras, el presente anclado en el pasado.
La vida de Mario Menkell, un solitario profesor universitario, reconocido sólo por haber escrito una sola novela hace más de diez años, cambia cuando se tiene que hacer cargo forzosamente de las “cosas” del inquilino de un piso que se ha suicidado. Mario Menkell nunca quiso conocer al inquilino en vida y la relación se estableció por medio de un agente inmobiliario. Mario no quería enredarse conociendo su vida y sus problemas, pero a su muerte el inquilino comienza a complicarle su tranquila existencia:
"Menkell asintió con la cabeza, como intentando comprender la particular afición de su inquilino muerto. Él nunca coleccionaba nada, aunque por supuesto, conocía gente aficionada a los sellos de correos, las monedas antiguas, los cromos infantiles... sí incluso a los posavasos. Un día conoció a un hombre que coleccionaba sobrecitos de azúcar. Pero lo de Fernando Montalvo no tenía nada que ver con aquellos entretenimientos que servían para alegrar las tardes de lluvia...” (pp.41).
Las “cosas” de su inquilino se convierten en algo más que trastos que guardar en cajas y olvidar. El sorprendido profesor se encontrará la casa repleta de múltiples objetos y colecciones como gramolas antiguas, miniaturas, soldados de plomo, porcelanas, abanicos,... Sin embargo esta circunstancia extraña y fortuita le pondrá en bandeja la ocasión de cambiar su átona vida y comenzar de nuevo. Una segunda oportunidad a la que había quizás renunciado por los embates del destino, y que le ayudará a acercarse a Beatriz, otra profesora universitaria, que ama en silencio desde hace años y que se acaba de separar.
Beatriz Millares, otro de esos personajes en cuya vida se han amontonado las decepciones y amarguras, y Mario Menkell revisarán juntos el piso del inquilino muerto y descubrirán una vida diferente de Fernando Montalvo, un amor secreto, una curiosa afición a la música, un pasado misterioso familiar, un secreto vital,...
Los protagonistas se preguntan si importan las cosas (¿Importan?). Esos objetos que a lo largo de la vida acumulamos, esas cosas inútiles que guardamos en algún momento y perviven en nuestras estanterías y armarios. Mario y Beatriz descubrirán en su aventura de pronto la importancia de las cosas:
“... Debería estar preocupada por reconstruir su vida social –herida de muerte tras cinco años al lado de Baldo, que era huraño por naturaleza-, por conocer gente nueva, por tener citas con hombres, y uno o varios amantes. Y, sin embargo, había encontrado una rara satisfacción, un bienestar desconocido, en abrir y cerrar cajones, en guardar y rescatar objetos que no eran suyos, en recolocar en un espacio que le pertenecía sólo a medias todas aquellas cosas que habían sido seleccionadas por alguien a quien ni siquiera ella había llegado a conocer...” (pp.189).
Los dos amigos rebuscarán en los papeles del inquilino, en sus cartas y sus tarjetas de visita, conversarán con aquellos pocos que le conocieron en Madrid, y ese pasado les llevará nada menos que a Italia, a la curiosa Casa Verdi. Un viaje en el que intentarán descubrir la verdadera vida de Fernando Montalvo, y tendrán la oportunidad de vivir esa segunda oportunidad inesperada y posible en el amor y en la vida.
La escritora plantea grandes preocupaciones urbanas como la falta de comunicación en una gran ciudad en la que ni siquiera sabemos quién es nuestro vecino y menos lo que colecciona... Destaca la habilidad de Marta Rivera de la Cruz para armar una compleja trama sin dejar puntadas sin hilo, dosificando lentamente la intriga y para dibujar los rincones de la ciudad y sus cambios a través del tiempo. Además sorprende la ironía con la que retrata el interior de la universidad privada, las idas y venidas de sus miembros, los tejemanejes,... También podemos señalar la particular importancia de personajes secundarios, armazón interno de la vida de los principales, como el anciano director de orquesta Iosto Haupft, los alumnos de profesor Menkell como Pablo Caspe o la vitalista anciana Anna Livia.
La importancia de las cosas es una novela vitalista que guarda entre sus páginas innumerables vidas cruzadas, muchas ilusiones y muchos secretos y al final de sus páginas un regalo en la novela actual.
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