Eduardo Fariña Poveda
Labrar lo íntimo como si fuera parte de un final para un acontecimiento fragmentario. Las búsquedas y exploraciones que el sujeto realiza hacen cada vez más cercano al poema y proponen un acercamiento a su superficie. Éstas, al ser reflejadas por las aguas estancadas de la memoria, deciden de una vez sumergirse y refrescar las cosas. Esa parecería ser en principio una de las direcciones que brinda Edgardo Dobry (Argentina, 1962) en Cosas. El poemario que da un giro notorio a su anterior obra El Lago de los Botes (Lumen, 2005), en el que Dobry trabajaba con formas más narrativas y cuya escritura no daba lugar a coloquialismos acérrimos, posibilita que interior y exterior dialoguen acerca de sus tensiones con bastante frecuencia. Sin embargo, el encaramiento textual se da en los lugares internos. La memoria ya no es una instalación para que los recuerdos, como cualquier artefacto artístico, puedan ser observados o interrogados por su insistencia en permanecer o en resucitar sustancias. Los 87 poemas parecen ser transformaciones de elementos opuestos, mudanzas urgentes y a menudo metamorfosis de objetos en conmemoraciones y viceversa.
Por ejemplo, en el poema 3 atisbamos una invitación a residir en un momento de un proyecto de lectura: «El poema y la casa del molusco/ son de quien los habita ahora/ no de quien los fabricó». (p.11)
Propone la concentración a semejanza del viaje, cuyo propósito es materializar e inmaterializar la esencia. El entorno que mediante el zig-zag del movimiento permite ver u ocultar el desarrollo de ésta es otra dirección con la que trabaja Dobry en estos textos. El viaje o la cadena de sucesos se van turnando para lograr una unidad que puede escenificar la necesaria presencia del sujeto. Así, observamos en el poema 23: «La uña de mi dedo/ El dedo de mi mano/ La mano de mi cuerpo/ El cuerpo de mi yo/ Mi yo de mi yo de mi yo». (p. 31).
El suceso cotidiano también es cómplice de este intercambio de estados. El hecho crítico tensa el arco de la realidad con la audacia de hacerle dudar del presente que la escenifica. Teatro o guiñol, según intuyamos, lo que está detrás es siempre la duda por la representación y los retazos que constituyen la cosa o sistematizan al individuo. De esta manera encontramos en el poema 51: «Si quiera alguna vez representarlo/ debiera pensar en cuatro manos que aparecen/ y se mueven como guiñoles blancos/ porque este poema sucede bajo el agua/ la tensión superficial es grande/ y opaca la visión: ¿abajo hay liquen, larva, plástico, agua quieta?». (p.59)
En el prólogo de la antología de poesía latinoamericana Pulir Huesos (Galaxia Gutenberg, Círculo de lectores, 2007), Eduardo Milán destacaba de la escritura de Dobry que portaba en su lenguaje una riqueza que ya no residía —dudaba además si alguna vez estuvo ahí tal poder— en el poder del artificio juguetón sino en la mirada, en lo práctico de una mirada que no puede diferenciar una cosa de otra si lo que busca es devolver (como acepción de otorgar) un nuevo sentido a lo que fue puesto en duda.
Ya que los objetos cargan con un peso casi de origen —y esto es muchas veces discutible— los hechos que protagonizan estos objetos tienden gradualmente a convertirse en opiniones que muchas veces poseen un blindaje que la mirada no puede atravesar ni verse reflejada; remover la sedimentación con una nueva mirada poética, o al menos, una mirada que se desee nueva, que no abunde en perezas sentimentales. Lavar los ojos en un río para atreverse a mirar y encontrar lo no pensado; como se expresa en el poema 82: «Hay que mojar la vista en ese río/ dejarla secar en la memoria/ que el limo sedimente el verso / —entre los versos—/ no pensado.»
Cosas es un poemario que intenta profundizar en la esencia de los elementos y reflexionar sobre la representación de la idea que podemos tener de ellos en contextos diversos. Boris Groys, en su último libro Bajo Sospecha (Pre-Textos, 2008), con respecto a la cita de Sartre «Ser subjetivo significa tener futuro», confirma que aparece la figura del lector como único sujeto posible de portar la subjetivización, y no el escritor, quien al terminar un texto está acabado y muerto, incluso si sigue vivo como hombre. El autor de un texto terminado no tiene futuro si no existe un lector que le devuelva la vida mediante la lectura. Desde un primer momento, el lector se sitúa como un juez para poder interpretar los signos y códigos extraídos del maná de lo mediático por el escritor. Siguiendo de cerca esta apreciación, el lector es quien está obligado a dar al objeto (ya sea desde el arte o desde la cultura mediática) el rol de objeto. Es por ello que todo esfuerzo de concebir la poesía a imagen de la esencia deseada es necesario y merece ser seguido con especial atención. Frente a tantos estímulos, el lector deberá buscar y reflexionar sobre su cosa en la cosa, y con ello su propio futuro alrededor de los significados.
2 comentarios:
Me han entrado ganas de leer el libro, ¿eso es bueno, no? Abrazos, don Eduardo.
"Labrar lo íntimo como si fuera parte de un final para un acontecimiento fragmentario." : Está mal, no se entiende.
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