Juan Pablo Heras
Ya sabemos que la violencia en la escuela no es un accidente de nuestro tiempo. Nos lo recuerda, por ejemplo, el dibujo que aporta Carlos Giménez a esta antología, y que replica los ya sobradamente conocidos de sus álbumes de Paracuellos, recordándonos que el acoso escolar no siempre fue «entre iguales». Como tema, tampoco ha escapado a la atención de la literatura, quizá porque en las situaciones de acoso se revelan a la vez la crueldad primaria del hombre y las perversiones implacables de la civilización: recordemos, por ejemplo, el terrible relato de Roald Dahl Galloping Foxley. Pero la razón por la que Fernando Marías y Silvia Peláez han convocado a 21 autores para escribir estos relatos es la misma que, entiendo, justifica la subvención con la que el Ministerio de Cultura ha apoyado su edición: que la sociedad se ha puesto en guardia, y que ha llegado la hora de no mirar hacia otro lado cuando observemos a niños haciendo sufrir a otros niños. Por eso estos 21 relatos se presentan contra —y no sobre— el acoso escolar.
Antes de abrir el libro, a mí me sedujo la idea de ponerme en el lugar de los autores que habían recibido el encargo, de imaginarles ante una página en blanco que de pronto se hace encrucijada: ¿dónde focalizar el relato? ¿En el maltratado? ¿En el maltratador? ¿En los testigos? Por suerte, la compilación aporta todo tipo de puntos de vista, como prueba de la vocación exploradora con la que muchos de estos autores han enfocado la cuestión palpitante.
La colocación del primer y último relato está sabiamente estudiada. Comienza el libro con Chico omega, de César Mallorquí, un relato básico y fundamental, una suerte de grado cero del acoso, una instantánea desoladora y certera del corazón encogido de un niño que se despierta todas las mañanas para encaminarse al infierno en el que se ha convertido su colegio. Se cierra con Marcar un gol, de Care Santos, una tranquila mirada al pasado de una mujer adulta que ha dejado atrás el sufrimiento, que ha sido capaz de aprovechar su talento para salir adelante, pero que ni olvida ni perdona.
Entre los demás relatos merecen ser destacados aquellos que se atreven a penetrar en la mente oscura del maltratador. Aprende, de Espido Freire, para mi gusto el mejor del libro, consigue alumbrar, con una admirable economía expresiva, el trasfondo de maltrato que se esconde tras cada maltratador, la espiral maldita que se enrosca entre generaciones sucesivas y que lacera todo lo que toca. Entre los otros relatos que se colocan en esta perspectiva, merecen especial mención los de Ricardo Gómez —quizá el más adecuado, por ritmo y lenguaje, para el lector joven— y Gonzalo Moure, que opta por una mirada lírica. Lola Beccaria, por su parte, consigue reunir el doble punto de vista de acosador y acosado en un solo relato.
Otros autores han optado por incluir como personajes a los padres y sus dificultades para detectar lo que sus hijos callan. Ana Alcolea y Elena O’Callaghan i Duch coinciden en contraponer los puntos de vista de madre e hija ante una situación que, con demasiada frecuencia, cae en el olvido de los secretos inconfesables. Las dos caras de la misma moneda, de O’Callaghan, se fundamenta en un hecho real y suma a su valor literario el de testimonio ejemplar.
Al margen de otros tres relatos —los de Lorenzo Silva, Montserrat del Amo y Alfredo Gómez Cerdá—, que divergen de la temática predominante y cuyo contenido no puedo desvelar sin chafar su lectura, también merece la pena destacar la presencia de varios testimonios autobiográficos (o al menos así lo parecen) que nos retrotraen a épocas pasadas, a situaciones que resultarían exóticas a los lectores jóvenes si no fuera porque el acoso es una misma forma de miedo con distintas máscaras. Es el caso de los relatos de Jordi Sierra i Fabra, Carlo Frabetti y Gustavo Martín Garzo. El de Frabetti, Fidel Castro y el general Moscardó, aporta una refrescante nota de sentido del humor; Memoria, de Jordi Sierra i Fabra, resume en pocas páginas la experiencia que ya recreó en su novela Sin vuelta atrás, la misma, por otro lado, que le convirtió en escritor. Quizá en todo escritor se esconde un niño inadaptado, un espíritu incómodo que se refugia en otros mundos —los libros— para escapar de los lobos. Y es por eso que el acoso escolar no es, simplemente, un tema de moda, ni este libro un título oportunista, sino, en cambio, una muestra más del valor social de la literatura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario