María Ruisánchez
Este poemario podría estar contenido en un suspiro, millonésima fracción de la eternidad, o por el contrario, extenderse hasta el infinito por el latir de los siglos. Son poemas para el tiempo, contra el tiempo, por el tiempo. Unas manecillas que circulan por la esfera del reloj intentando atrapar el segundo siguiente, para cansadas ya de perseguirse, pararse de repente, como olvidadas por la cuerda o la pila… Quietas, el tiempo discurre igual, envejeciendo nuestras manos, y es inútil tratar de atraparlo. Alejandro Fernández-Osorio reflexiona sobre este devenir continuo que llamamos vida, con una poesía luminosa y certera, cargada de imágenes que han logrado, muy a pesar del tiempo, contenerlo.
Su libro se divide en tres partes. La primera, “Instantes”, es un maravilloso compendio de momentos, para siempre, grabados en la memoria. Pues vivir, va siendo eso, atesorar instantes. En todos y cada uno de ellos está presente ese esquivo tiempo, recordándonos que es implacable, como muestran estos versos: “del que brota, de cuando en cuando, otro latido directo a la muerte”. El poeta nos traslada a una naturaleza límpida, detenida en ese devenir o a unas ciudades deshumanizadas y rápidas en eterno contraste, por las que, sin embargo el tiempo corre al mismo ritmo. Pero sobre todo, se detiene en pequeños detalles que parecen concentrar la eternidad: una sonrisa, la huella de un hombre en la arena, las hojas del magnolio muertas sobre la acera. Un constante presente agustiniano, al que le basta un parpadeo para ser pasado: “el instante ya se desgaja del ahora uniéndose a la compacta bruma del antes, y fluye inconmovible”.
Sin embargo, en la segunda parte: “Con.secuencia”, el poeta ha dejado de ser observador del inexorable devenir, ha dejado de ser coleccionista de momentos y ha optado por fundirse con todo lo que le rodea, es decir, el tiempo. Le habla a ese rival huidizo, imposible de contener en la mano, ni en el verbo, y le dice: “Vivo en ti”. Esa entrega nos da unos poemas profundos, un cara a cara con el tiempo, una reflexión constante sobre la vida que se va apagando lentamente sin poder alcanzar la eternidad, dejándonos, en palabras de Alejandro: “con la ocasión en la boca y los labios heridos, como un pez que tiene por destino, ahogarse”.
Como no podía ser de otra manera, “Tempus fugit (en primera persona)” es la última parte de este libro, un único poema largo, en el que el autor ha querido reflejar su relación con el tiempo a lo largo de su vida. Una relación que pasa de la infancia inconsciente, a la frustración por querer atraparlo, destrozarlo, reventarlo y la consiguiente rendición a una lucha, ya perdida de antemano. Una resignada victoria que es saberse a la espera de que nos lleve el tiempo, mientras vamos atesorando el nuestro.
Su libro se divide en tres partes. La primera, “Instantes”, es un maravilloso compendio de momentos, para siempre, grabados en la memoria. Pues vivir, va siendo eso, atesorar instantes. En todos y cada uno de ellos está presente ese esquivo tiempo, recordándonos que es implacable, como muestran estos versos: “del que brota, de cuando en cuando, otro latido directo a la muerte”. El poeta nos traslada a una naturaleza límpida, detenida en ese devenir o a unas ciudades deshumanizadas y rápidas en eterno contraste, por las que, sin embargo el tiempo corre al mismo ritmo. Pero sobre todo, se detiene en pequeños detalles que parecen concentrar la eternidad: una sonrisa, la huella de un hombre en la arena, las hojas del magnolio muertas sobre la acera. Un constante presente agustiniano, al que le basta un parpadeo para ser pasado: “el instante ya se desgaja del ahora uniéndose a la compacta bruma del antes, y fluye inconmovible”.
Sin embargo, en la segunda parte: “Con.secuencia”, el poeta ha dejado de ser observador del inexorable devenir, ha dejado de ser coleccionista de momentos y ha optado por fundirse con todo lo que le rodea, es decir, el tiempo. Le habla a ese rival huidizo, imposible de contener en la mano, ni en el verbo, y le dice: “Vivo en ti”. Esa entrega nos da unos poemas profundos, un cara a cara con el tiempo, una reflexión constante sobre la vida que se va apagando lentamente sin poder alcanzar la eternidad, dejándonos, en palabras de Alejandro: “con la ocasión en la boca y los labios heridos, como un pez que tiene por destino, ahogarse”.
Como no podía ser de otra manera, “Tempus fugit (en primera persona)” es la última parte de este libro, un único poema largo, en el que el autor ha querido reflejar su relación con el tiempo a lo largo de su vida. Una relación que pasa de la infancia inconsciente, a la frustración por querer atraparlo, destrozarlo, reventarlo y la consiguiente rendición a una lucha, ya perdida de antemano. Una resignada victoria que es saberse a la espera de que nos lleve el tiempo, mientras vamos atesorando el nuestro.
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