Eduardo Fariña Poveda
El acto de ejercer la crítica era para Edmund Wilson (1895- 1972) era inversamente proporcional a la eficacia por intervenir en la vida intelectual de Estados Unidos. Esta obra selecta reunida en casi mil páginas se convierte así en un testimonio historiográfico clave para entender la evolución de la literatura norteamericana y europea de la primera mitad del siglo XX. Obra selecta reúne una variada muestra de artículos, ensayos, reseñas y cartas del gran crítico norteamericano, comparado reiteradamente con Cyril Connolly. En toda obra de crítica literaria los personajes son los escritores. En estas páginas podemos encontrarnos con un grupo distinguido de éstos: Gustave Flaubert, Charles Dickens, Lewis Carroll, Anton Chejov, Oscar Wilde, T.S Eliot, John Dos Passos, Marcel Proust, James Joyce, Vladimir Nabokov, William Faulkner, Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald.
Nacido en Red Bank, Nueva Jersey, tuvo una infancia acomodada y solitaria, en donde pudo leer a los clásicos en la biblioteca de su padre, con quien tuvo una turbulenta relación. Estudió en The Hill School y la Universidad de Princeton, en donde conoció a Fitzgerald. Empezó la carrera de escritor como reportero en el New York Sun, y se alistó en el ejército durante la Primera Guerra Mundial, nunca estuvo en el frente de batalla y fue destinado a cuarteles generales de Alemania en donde ejerció de traductor. Fue director de Vanity Fair en 1920 y 1921, y luegó trabajó en The New Republic y The New Yorker, donde intentó emular a críticos como Shaw y Poe. Pidió colaboraciones a amigos como Cummings y Hemingway, exigiéndoles cierta concisión en sus trabajos teóricos y que evitaran toda imprecisión impresionista. Wilson detestaba la academia y siempre estuvo orientado a poner la crítica en diálogo con el lector de clase media y que buscara nutrir un proyecto histórico extenso. La seriedad del estudio literario no manifiesta en el crítico una posición neutral, pero se identifica con rigor en desentrañar los mecanismos de una obra para luego alejarse y ver en relieve objetivo el contexto de la inferencia histórica. Durante los años posteriores a la depresión de 1929, incluso para sus detractores, Wilson era quien inspiraba en Estados Unidos el movimiento literario de Izquierdas. En 1935 con ayuda de Dos Passos, viaja a la Unión Soviética, donde llega a Cartearse con Gorki pero desconoce las desapariciones en el Gulag y el destino de Mandelstam o Ajmátova. Decepcionado y entendiendo lo devastador de la experiencia totalitaria de Stalin, siguió siendo admirador de la literatura Rusa. Tuvo un tumultuoso matrimonio con Mary McCarthy, la que fue su tercera mujer y de la que se divorció en 1946. A partir de los 40 y hasta mediado de los 60, Wilson se interesa por religiones no cristianas y culturas minoritarias, viaja a Israel en 1954 enviado por el The New Yorker. Su fascinación por culturas diversas lo llevo en sucesivos viajes a explorar sociedades como la Haitiana, La Húngara y la Francocanadiense. En su último decenio, propuso a Jason Epstein, uno de los fundadores de The New York review of Books, la creación de una biblioteca de autores estadounidenses semejante a La Pléiade francesa. Será en 1982, diez años después de su muerte en donde su propuesta verá en parte la luz pero bajo el nombre de la Library of America y 25 años después los dos tomos de sus obras completas serán editadas por la misma. Dentro de su amplísima obra destacan: El castillo de Axel, The Shores of Light, The Triple Thinkers, Letters on Literature and Politics.
Al revisar los textos incluidos en Obras Selectas, notamos de inmediato el voraz apetito erudito de Wilson, capaz de vislumbrar en el texto el paisaje en cuyo interior se va poblando las circunstancias del escritor. La enérgica denuncia a la carencia de crítica a la literatura norteamericana y la poca profesionalización de los reseñistas de comienzos de siglo en El crítico que no existe es notable, donde pareciera darse cuenta al final de sus reflexiones que esa carencia, de alguna forma, podría estar esperando ser reemplazada por él. En Marcel Proust, Wilson sobrevuela suspicazmente por las cornisas Proustianas. Respecto a la construcción de En Busca del tiempo perdido encontramos: La estructura de la novela es más visible. Proust ha hecho de estos episodios sociales (a menudo varios centenares de páginas) enormes bloques sólidos (…) Un medio denso de ensoñación y comentarios introspectivos , mezclados con incidentes tratados dramáticamente y a escala más reducida (p. 51) . Con Ulises de James Joyce atisba, al igual que en la Obra de Proust un complejo sistema mucho más sinfónico que narrativo, en donde hay mayor vitalidad pero mayor lentitud en la gestación de la trama. Así respecto a los primeros críticos de Ulises les reprocha: El manejo Joyceano de este inmenso material, su método de dar forma al libro no tiene paralelo alguno en la narrativa moderna. Los primeros críticos de Ulises tomaron erróneamente la novela por un “trozo de vida” le objetaron que era demasiado fluida o caótica. No reconocieron un argumento porque no reconocían una progresión (p. 510). Es destacable además que subraye en las dos novelas la aplicación de los métodos poéticos del simbolismo, aunque en Joyce recalque que da mayor cabida a una visión más objetiva del mundo, mientras que con Proust corremos el riesgo de adquirir contagio del punto de vista del que nos cuenta la historia.
Como todo gran crítico, Wilson también fue implacable y duro con autores que hoy en día les tenemos de cabecera. Ya con el título Los remiendos de Ezra Pound sabremos que a Wilson no le llamará positivamente la atención el manejo de influencias del poeta de Los Cantos. De él señala cosas como: El fracaso de Ezra Pound como poeta es un curioso fenómeno literario. El ideal estético de Ezra Pound es tal vez uno de los más elevados de la poesía contemporánea de habla inglesa. Indiferente a la aprobación pública, ha trabajado fiera y concienzudamente para reducir la vaga sustancia de las palabras a un agudo y duro residuo de belleza (p. 143). Fue algo más pausado al abordar Trópico de Cáncer. Con algo de ironía e indiferencia, destaca de la Novela de Henry Miller que: es una de las mejores dentro del grupo de novelas de norteamericanos expatriados en Europa. Luego declara: El tono del libro es indiscutiblemente malo; de hecho El trópico de Cáncer resulta desde el punto de vista de sus acontecimientos y del lenguaje que nos presenta, el libro más malo que conozco entre de los de verdadero mérito literario (…) Pero si se logra soportar, en ocasiones resulta muy divertido, ya que el señor Miller ha descubierto y explotado un nuevo campo de la picaresca (p. 717). La respuesta de Miller a la crítica es también una rotunda pieza literaria. Acusando a Wilson de inexactitudes, y no sin algo de fina ironía, finalmente sentencia: La mejor publicidad para un hombre que tenga algo que decir es el silencio.
Obras Selectas de Edmund Wilson es verdaderamente una antología de lujo. El itinerario que ofrece por sus páginas es el resultado de toda una vida entregada a un criterio crítico independiente. Rechazando cátedras universitarias y viviendo una vida bastante privada de exquisiteces, Wilson logra inagurar un estilo en la forma de hacer crítica en Estados Unidos, como lo fuera Saint-Beuve en Francia un siglo antes. Apunta Major al final del prólogo que Wilson fue un crítico a la antigua que cuando quería escribir sobre alguien le dedicaba 2 meses y se leía todo sobre el autor. Ejemplo a seguir para un crítico actual y estupenda disciplina de lectura. Es de esperar que esta Obra Selecta sea un impulso para ver traducidos más libros de Wilson, ya que gran parte de éstos no los tenemos vertidos al español.
1 comentario:
Me parece una muy buena reseña a un libro tan importante como éste. Había estado buscando información sobre Wilson y aquí encontré bastante. Desafortunadamente, el libro no tiene asomos de llegar a México. Tal vez lo tendré que encargar a un amigo que viaje a España. Sin duda, su texto me ha estimulado a seguir buscando la Obra selecta.
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