Lengua de Trapo, Madrid. 235 pp. 20,90 €
Sofia Rhei
Tenemos la oportunidad de leer a un escritor que la historia, por el momento, ha ido desplazando en favor de otros. Su nombre es José Fernández Bremón, y parece que lo más sensato para que podamos hacernos una idea sobre su propuesta es leerlo directamente:
Sofia Rhei
Tenemos la oportunidad de leer a un escritor que la historia, por el momento, ha ido desplazando en favor de otros. Su nombre es José Fernández Bremón, y parece que lo más sensato para que podamos hacernos una idea sobre su propuesta es leerlo directamente:
«El licenciado Ojeda había sido en sus buenos tiempo famoso oculista. Sus pomadas y colirios eran de tal valor que se falsificaban como los billetes del Banco Nacional; había hecho un estudio profundo de todas las partes del ojo, a fuerza de quemarse las pestañas; era el tutor de las pupilas y disipaba las nubes, para que luciese sus colores el iris de los ojos; complicados, sutiles y extraños elementos de su invención le permitían internarse en el globo del ojo con singular atrevimiento; vaciaba ojos inútiles y colocaba en su lugar ojos de cristal, cuya mirada era irresistible. En su despacho sólo se veían objetos relativos a su profesión, pues hasta el único objeto frívolo que le adornaba era una estatua de Argos, representada con cien ojos.
Su señora, rodeada continuamente de ojos imitados y enfermos de la vista, y no oyendo hablar en su casa sino de cataratas y oftalmías, de la visión, de la retina y la esclerótica, había tomado un verdadero aborrecimiento en todo lo que se refería a la vista. Más de una vez, en las disputas conyugales que ocasionaba el fastidio, estuvo a punto de sacar los ojos a su esposo, pero extenuada por el aburrimiento, y no habiendo podido satisfacer durante su embarazo el antojo cruel de dejar sin vista a su marido, falleció dando a luz una niña completamente ciega.»
Su señora, rodeada continuamente de ojos imitados y enfermos de la vista, y no oyendo hablar en su casa sino de cataratas y oftalmías, de la visión, de la retina y la esclerótica, había tomado un verdadero aborrecimiento en todo lo que se refería a la vista. Más de una vez, en las disputas conyugales que ocasionaba el fastidio, estuvo a punto de sacar los ojos a su esposo, pero extenuada por el aburrimiento, y no habiendo podido satisfacer durante su embarazo el antojo cruel de dejar sin vista a su marido, falleció dando a luz una niña completamente ciega.»
Como puede observarse, el juego con el lenguaje se lleva a cabo sin miedo, sin ese pudor que hoy parece impedir a muchos escritores, entre otras muchas cosas, los incisos, el empleo de nombres semánticos o «parlantes», la inclusión en el cuerpo del texto de comentarios científicos, o esas leves heterogeneidades de estilo gracias a las cuales puede introducirse un juego de palabras, un comentario ético, un destello humorístico.
En el interesante prólogo, Rebeca Martín cita a un crítico de la época que acusa a Bremón de escribir «imitaciones evidentes de Hoffmann, Edgar Poe, Erkmann-Chatrian y otros célebres cuentistas contemporáneos», y añadía que «no somos muy partidarios de este género, degeneración notoria de la literatura oriental, y poco adecuado a épocas como la presente, en que lo fantástico y lo maravilloso gozan de favor escaso».
Épocas como la presente… No sé si ha habido en España algún momento, en tanto que tal, favorable a estos géneros. Las tendencias y modas editoriales nunca han sido algo nuevo. En aquellos años (1871-79) existían aros por los que había que pasar exactamente igual que en este momento: hacer coincidir la escritura con las preferencias de crítica y público no es muy distinto que meter el cuerpo en un corsé, como se hacía entonces, o adelgazarlo de manera forzada para que encaje adecuadamente en la ropa de tallas estándar.
Bremón, efectivamente, ha leído con entusiasmo a los ingleses al alemán, pero su propuesta está muy lejos de resultar una «imitación». El estilo lúdico y humorístico, con ciertas dosis de parodia, resulta alejado de la solemnidad retumbante de Poe o del romanticismo a la antigua de Hoffmann. Sí que tiene algún elemento más en común con los franceses Erckmann-Chatrian, como el toque humorístico. Se trata de una escritura rica, tanto temática como lingüísticamente, que se niega a ceñirse a los bloques de estilo impuestos por un determinado género. Da esa agradable impresión de que el autor estaba haciendo lo que le apetecía.
En dos de las historias aparecen figuras de primates (como en aquel famoso relato de la Rue Morgue), emblema del evolucionismo, y tres de los cuentos tienen como protagonistas a científicos fascinados y absorbidos por su arte, al igual que en La hija de Rappacini, de Nathaniel Hawthorne. Además, el autor incluye notas a pie que muestran su conocimiento e interés por la actualidad científica.
Sólo me queda agradecer a la editorial esta colección de «rescatados», esa búsqueda de lo verdadero que tan pertinente resulta en esta época de sobredosis editorial de «novedades», que obliga a los escritores a sacar al menos un libro cada temporada. El libro de Bremón es una sorpresa, y una gozada.
1 comentario:
Al fin alguien publica el libro de Bremón que, excepto algún cuento suelto, había sido excluido de nuestra historia literaria. No hay que decir que sorprenderá a los que no lo conozcan y que nos encontramos antes un original narrador, mitad humorista mitad fantástico. Gracias a Rebeca MArtín por haber conseguido editor y por su prólogo y, además, porquue está descubriendo otras narraciones que habían quedado olvidadas en las revistas de la época. Juan Molina
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