Trad. Lourdes Porta. Tusquets, Barcelona, 2006. 592 pp. 24 €
Ángeles López
«Más, quiero más...» Ese es el estado anímico que sobreviene al terminar cualquier libro de Murakami. Como si se emergiera de un trance, una vez concluida la historia es cuando sus personajes te visitan para convivir contigo hasta tal punto, que resulta imposible sumergirte en otro libro durante varias semanas. Con avidez te descubres persiguiendo al malquerido Tamura en el rostro de cualquier niño que viaje en un vagón de metro; escucharás a Nakata en la esquina de una tarde charlar amigablemente con un gato siamés en el umbral de una celosía; rogarás al cielo que lluevan caballas o sanguijuelas y desearás tener un amigo bibliotecario transexual que te esconda en una cabaña cuyo balcón conecta con un pliegue en el tiempo.
La última novela del escritor del país flotante es un aparato de inverosimilitud construido a través de una búsqueda que es al tiempo una travesía... Una odisea ucrónica en donde aspectos del pasado se pueden transformar en algo actual, e instantes presentes se conjugan no sólo en pretérito sino también en futuro. Esta vez su protagonista no es un varón de treinta y tantos, amante del jazz, el alcohol y el cine negro. Se trata de un quinceañero huído de casa, sin más compañía que un alter ego invisible llamado Cuervo. Rebautizado como Kafka Tamura, el adolescente huye de un padre cuya sombría maledicencia le ha llevado a predecir, edípicamente, que matará a su progenitor y se acostará con su madre y su hermana, desaparecidas cuando el niño contaba cuatro años. De forma paralela, asistimos al relato del anciano Satoru Nakata que perdió sus recuerdos y parte de su inteligencia durante un coma colectivo durante la Segunda Guerra Mundial... Pero, a cambio, adquirió el preciado don de hablar con los gatos. Las dos historias no llegan jamás a converger por tratarse de los polos opuestos de una misión fatal que tiene que ver con una metafísica puerta, de la que ambos son llave y cerrojo.
Por su imaginería le conoceréis... Así, planteados estos mimbres narrativos asistimos al cumplimiento metafórico de la profecía, al más puro estilo de la factoría Murakami: a través de la presencia de felinos, largas disertaciones literarias, metamorfosis, suicidios, exploración de traumas, continuas masturbaciones, descubrimiento del sexo en brazos de mujeres maduras... Pero, en medio de tanta esquizofrenia resulta curioso advertir cómo el lector se busca a sí mismo a través de la deserción del pequeño Kafka Tamura, bajo el que se esconde un herido Antoine Doinel.
Con una prosa lavada, a fuerza de ser dolorosamente sencilla, huye de los habituales artificios del suspenso. El narrador es pasivo y muchos de sus argumentos se antojan absurdos, pero, pese a todo, se establece una corriente irresistible hacia cala renglón de la historia porque no es una ficción traposa y sí un bosquejo «imposiblemente posible». Como si de un híbrido literario entre Los cuatrocientos Golpes y Terciopelo Azul, se tratara.
Hacia el final del libro, en lo profundo de un bosque, Kafka Tamura se topa con dos soldados del ejército imperial que durante la guerra se introdujeron en un gusano espacio-temporal porque no podían soportar su destino de matar o morir. A partir hebras del inconsciente del narrador, asistimos a una novela que contesta a la incapacidad de vivir, a la apatía, el aislamiento, la angustia, la cólera y el sordo dolor.
Desde hace algunos libros lo de Murakami ha dejado de ser un secreto parar convertirse una verdad a gritos: que es un escritor de culto, uno de los mejores de nuestro tiempo. Nadie debería perder la oportunidad de leerle, y poder vivir una temporada instalados en su escéptica “raritud” de la que muchos desearíamos no regresar.
Ángeles López
«Más, quiero más...» Ese es el estado anímico que sobreviene al terminar cualquier libro de Murakami. Como si se emergiera de un trance, una vez concluida la historia es cuando sus personajes te visitan para convivir contigo hasta tal punto, que resulta imposible sumergirte en otro libro durante varias semanas. Con avidez te descubres persiguiendo al malquerido Tamura en el rostro de cualquier niño que viaje en un vagón de metro; escucharás a Nakata en la esquina de una tarde charlar amigablemente con un gato siamés en el umbral de una celosía; rogarás al cielo que lluevan caballas o sanguijuelas y desearás tener un amigo bibliotecario transexual que te esconda en una cabaña cuyo balcón conecta con un pliegue en el tiempo.
La última novela del escritor del país flotante es un aparato de inverosimilitud construido a través de una búsqueda que es al tiempo una travesía... Una odisea ucrónica en donde aspectos del pasado se pueden transformar en algo actual, e instantes presentes se conjugan no sólo en pretérito sino también en futuro. Esta vez su protagonista no es un varón de treinta y tantos, amante del jazz, el alcohol y el cine negro. Se trata de un quinceañero huído de casa, sin más compañía que un alter ego invisible llamado Cuervo. Rebautizado como Kafka Tamura, el adolescente huye de un padre cuya sombría maledicencia le ha llevado a predecir, edípicamente, que matará a su progenitor y se acostará con su madre y su hermana, desaparecidas cuando el niño contaba cuatro años. De forma paralela, asistimos al relato del anciano Satoru Nakata que perdió sus recuerdos y parte de su inteligencia durante un coma colectivo durante la Segunda Guerra Mundial... Pero, a cambio, adquirió el preciado don de hablar con los gatos. Las dos historias no llegan jamás a converger por tratarse de los polos opuestos de una misión fatal que tiene que ver con una metafísica puerta, de la que ambos son llave y cerrojo.
Por su imaginería le conoceréis... Así, planteados estos mimbres narrativos asistimos al cumplimiento metafórico de la profecía, al más puro estilo de la factoría Murakami: a través de la presencia de felinos, largas disertaciones literarias, metamorfosis, suicidios, exploración de traumas, continuas masturbaciones, descubrimiento del sexo en brazos de mujeres maduras... Pero, en medio de tanta esquizofrenia resulta curioso advertir cómo el lector se busca a sí mismo a través de la deserción del pequeño Kafka Tamura, bajo el que se esconde un herido Antoine Doinel.
Con una prosa lavada, a fuerza de ser dolorosamente sencilla, huye de los habituales artificios del suspenso. El narrador es pasivo y muchos de sus argumentos se antojan absurdos, pero, pese a todo, se establece una corriente irresistible hacia cala renglón de la historia porque no es una ficción traposa y sí un bosquejo «imposiblemente posible». Como si de un híbrido literario entre Los cuatrocientos Golpes y Terciopelo Azul, se tratara.
Hacia el final del libro, en lo profundo de un bosque, Kafka Tamura se topa con dos soldados del ejército imperial que durante la guerra se introdujeron en un gusano espacio-temporal porque no podían soportar su destino de matar o morir. A partir hebras del inconsciente del narrador, asistimos a una novela que contesta a la incapacidad de vivir, a la apatía, el aislamiento, la angustia, la cólera y el sordo dolor.
Desde hace algunos libros lo de Murakami ha dejado de ser un secreto parar convertirse una verdad a gritos: que es un escritor de culto, uno de los mejores de nuestro tiempo. Nadie debería perder la oportunidad de leerle, y poder vivir una temporada instalados en su escéptica “raritud” de la que muchos desearíamos no regresar.
8 comentarios:
¡¡¡BASTA!!! Estoy harto de leer críticas que me hacen desear salir corriendo a la librería y poner a leer YA este libro. Qué faena que estén cerradas de noche... Hay que leer a Murakami ipso facto.
Pues yo que tú esperaría a tener tiempo, porque te lo vas a querer leer de golpe. Una vez que lo empiezas no lo puedes dejar.
Pues espera a disponer de tiempo, porque una vez que lo empieces no vas a poder dejarlo.
una novela con un personaje que se llama Kafka Tamura no me la leo yo ni loco, vamos pero ni loco. ¿Sois masocas?
porque no te lo vas a leer?
este libro me han dicho que es muy bueno y yo me lo voy a leer.
La noche pasada he acabado de leer Kafka en la orilla. Para empezar, es verdad que te engancha del todo. A partir de la mitad estás buscando cualquier hueco para leer. Y además, como las buenas películas, al día siguiente de acabar de leerla, empiezan a surgir en la cabeza un montón de detalles que van encajando y que tienen un significado que antes no veías.
En definitiva, totalmente recomendable.
Ufff. He acabado Kafka en la orilla hace un rato. Mientras cenaba intentaba recolocar mis ideas, mis hipótesis. Me ha fascinado. Todo. Aunque me quedan unos cuantos flecos por atar, por eso he buscado en internet. Qué diablos pasa con la hermana?? Es realmente Sakura su hermana? Y por qué no lo recuerda ella, si ya debía tener 8 años cuando abandonó la casa? Qué desencadenó el coma colectivo de los niños? Qué relación tiene con el resto de la historia? La montaña del bol de arroz no es el mismo lugar que el bosque de los soldados, no? En fín... sigo dándole vueltas, no puedo dejar de pensar en todo ello.
se lo acabo de comprar a mi mejor amiga despues de preguntar e investigar cual seria EL MEJOR libro que se le puede regalar a cualquiera.
Tantos buenos comentarios, tantos.
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