lunes, marzo 05, 2007

La vida es una suave quemadura, Francesc Miralles

Edebé, Barcelona, 2007. 182 pp. 8,30 €

Care Santos

Seguro que más de uno se asustaría si de pronto un amigo escritor le dijera que pretende escribir una novela espiritual y a continuación citara el Siddharta de Herman Hesse y recitara algunos versos de Lanza del Vasto, todo eso mientras se toma una copa en un bar clandestino llamado Albricias. Antes de entrar en harina, explico quién diantres es Lanza del Vasto: un discípulo de Gandhi, activista en favor de la no-violencia, que nació en San Vito del Normanni (Italia) en 1901 y murió en Murcia en 1981. Además de pacifista y filósofo, el hombre fue poeta. Sus enseñanzas fundamentales, y algunos de sus versos, quedaron plasmados en su obra Peregrinación a las fuentes (que en nuestro país publicó Seix Barral en 1998) donde relata sus primeros días en la India y el camino que recorrió hasta despojarse de su personalidad de hombre occidental.
Algo parecido le ocurre a Víctor, el personaje principal de esta novela, quien después de una serie de experiencias tan insatisfactorias como esclarecedoras decide abandonar su vida regalada junto a un padre que le presta mucho más dinero que atención y refugiarse en el monte más cercano al lugar donde vive, que resulta ser el Tibidabo, junto a su ciudad, Barcelona. En el monte, como se espera de la novela, Víctor encontrará las revelaciones que está buscando, pero no será del modo en que podría desear el lector ansioso de misticismo (dudo: ¿existirá un lector así?), sino de la mano de diversos personajes, a cuál más original e interesante: la quasi-bruja a quien todos llaman "Madre", que prepara té junto a su choza con techo de uralita; Max, el viejo profesor derrotado por sus propias circunstancias y Fiona, la hija del multimillonario que pasa las vacaciones sola en una casa enorme de la zona alta de la ciudad. Todos ellos, en mayor o menor medida, son personajes con sorpresa. En ese sentido, Max se lleva la palma, cuando al final de un capítulo desvela uno de los detonantes de su vida (y de la trama).
Y si hablo de sorpresas y detonantes es porque ya hace algunas novelas que Francesc Miralles me sorprende con sus trazas de buen contador de historias. Se trata, advierto, de un autor al que lo mismo le da escribir un libro de referencia sobre el zen en la empresa que una pequeña joya sobre la cocina de ciertos éxitos literarios (por ahora, sólo disponible en catalán: L'autoajuda al descobert, Ara Llibres, 2006), que una novela negra (de pronta publicación en Algaida editores: Mátame eternamente) o una supuesta novela bienintencionada, que acaba convirtiéndose en un canto a la sencillez y la búsqueda de la verdad propia: Amor en minúscula (Vergara, 2006). Por no citar sus libros de viajes o los infantiles y juveniles, porque el espacio, pese a la libertad que permite este sitio, es reducido, y porque cada una de estas obras merecería su propio comentario. Quede claro, pues, que estamos ante un autor que se desenvuelve con soltura en todos los terrenos, además de un novelista capaz de enfrentarse a casi todo manteniendo al mismo tiempo una evidente marca de la casa: gusto por contar historias y buen ritmo. No son prendas pequeñas, cuaquiera que escriba y cualquiera que lea lo saben.
Volvamos ahora al asunto de la novela espiritual. Por supuesto, ésta lo es: una novela sobre la que también se proyecta la sombra de Francesco d'Assissi, que cuenta cómo un joven se hastía de su vida de abundancia y decide buscar la verdad y el bien absolutos. Y los encuentra, claro. Encuentra, sobre todo, razones convincentes para regresar a su vida y añadirle el ingrediente que le faltaba, que no es otro sino la bondad, entendida de un modo más o menos adolescente y práctico. Así, la trama habla de nosotros mismos, y al mismo tiempo del sentido de este sin sentido en el que todos andamos de aquí para allá.
No podemos olvidar, además, que se trata de una novela para jóvenes, a la que los adolescentes llegarán mayoritariamente a través de su profesor de literatura. Alguien podría temer que un argumento así no les interesase, pero caería en aquel error de pensar que hay asuntos buenos y asuntos malos, cuando lo único que realmente hay son buenos o malos modos de aproximarse un autor a un asunto. En este caso, Miralles sabe bien para quién está hablando, y es hábil. El interés del lector joven vendrá dado, en primer lugar, por el caracter del protagonista (despegado del mundo como lo están muchos jóvenes) por sus decisiones valientes en contra de su padre —el enfrentamiento intergeneracional es un clásico que suele funcionar entre jóvenes de cualquier edad, condición y país— y, por supuesto, la ambigua historia de amistad con Fiona o las peripecias de ese grupo de frívolos amigos aficionados a andar sobre la cuerda floja.
Así pues, Miralles tiene ya su novela espiritual. Y todos nosotros, una obra inetiquetable que merece la pena conocer y ponderar. Albricias.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Es un libro muy interesante y rapido de leer; además te hace recapacitar en ciertas cosas en las que a lo mejor no te habías parado a pensar.

Anónimo dijo...

Al principio, me pareció un poco rollo, pero luego me parecía cada vez más interesante, y, sin darme cuenta, ya me había acabado el libro.
Lo recomiendo, de verdad, es muy interesante y te enseña muchas cosas.

Anónimo dijo...

Al principio es un poco pesado y un rollo, pero luego es mucho mas interesante y rápido de leer,y, sin darme cuenta en un dia ya me lo había leído.
Se lo recomiendo a los jovenes y a los adultos, de verdad, es muy interesante y te enseña muchas cosas.

Anónimo dijo...

Me pareció muy bien, pero deja cosas a medias, como que pasa con Reina y Sandro o que pasa con Fiona, pero por lo demás está bien