IV Premio Alfonso de Cossío de Relatos Cortos. Algaida, Sevilla, 2006. 205 pp. 14 €
Salvador Gutiérrez Solís
Músico, periodista, ensayista, poeta, narrador..., no cabe duda de que el gaditano Alejandro Luque, en sus treinta y pocos años, no ha perdido el tiempo. Y si tenemos en cuenta de que no se trata de ese tipo de autor multidisciplinar, tan abundante en nuestro tiempo —artistas gustan de llamarse, que es más renacentista, culto y elevado—, que lo roza todo, pero que no toca realmente nada, más certera es la apreciación: Alejandro ha empleado muy bien su tiempo, y todo lo que emprende no lo roza, se funde en un profundo abrazo. Su entrega más reciente, La defensa siciliana, es un espléndido libro de relatos, ocho en concreto, de manufactura certera, arquitectónicos en sus estructuras, sutiles en sus definiciones y vibrantes en cuanto a los personajes que se asoman y deambulan por ellos. A La defensa siciliana, empleando un símil futbolístico, no la entrenaría Capello, resultadista y rocoso. Esta defensa no es de patadón y catenaccio: miman al balón —y de paso al lector—. Es un libro certero en el sentido que cada uno de los ocho cuentos que componen La defensa siciliana son mundos concretos, historias con punto y final, universos absolutamente definibles, que se pueden entender y justificar en su unidad, sin dañar o lastimar la totalidad. Cada cuento funciona individualmente, y cumple con las siempre estrictas reglas del relato a rajatabla, y aunque pueden ser entendidos como piezas de un gran puzzle —todo el libro—, no pierden su identidad. Es decir, se podrían independizar del gran hogar familiar, sin que los padres desheredaran a sus hijos. La defensa siciliana es un libro arquitectónico ya que cuenta con un nexo común, o nexo superior, que articula y compartimenta todos los espacios. Normalmente, nos solemos encontrar con libros de relatos que no dejan de ser autoantologías del propio autor, ya que se emplean como un cajón desastre donde caben ese cuento que publiqué en un periódico, ese otro con el que gané un premio o aquel que se me quedó huérfano y abandonado en un archivo de word que raramente se extiende sobre la pantalla del ordenador. Esta ordenación arquitectónica la podemos encontrar desde la primera cita con la comienza el libro, del majestuoso jugador de ajedrez Raúl Capablanca, en donde reflexiona de los riesgos del juego, de la derrota y del comportamiento que ha de mantener el buen jugador.
Es La defensa siciliana un hábil catálogo de la sutileza, de la insinuación, de lo mucho que se dice tras una frase inconclusa, de los silencios que esconden gritos manifiestos. Personajes que van proyectando su pasado, y su presente, mediante ligeras pinceladas, hasta que el nítido retrato se representa sobre la historia. Alejandro Luque nos muestra un amplio catálogo de personajes, niños con especiales habilidades, amantes atrapados en un extraño juego de coincidencias e iniciales, mayores que se abrazan a sus recuerdos, escritores repudiados por el éxito, dotándolos todos de su propia personalidad, rebosantes de pasión y vida, pura vida. La defensa siciliana desprende el aroma de un atardecer junto al mar, la mirada sepia y melancólica de quien se asoma a su pasado, el murmullo de una barra de bar. Ocho historias elaboradas con esa artesanía que es tan difícil encontrar en estos tiempos de prisa y clonación.
Salvador Gutiérrez Solís
Músico, periodista, ensayista, poeta, narrador..., no cabe duda de que el gaditano Alejandro Luque, en sus treinta y pocos años, no ha perdido el tiempo. Y si tenemos en cuenta de que no se trata de ese tipo de autor multidisciplinar, tan abundante en nuestro tiempo —artistas gustan de llamarse, que es más renacentista, culto y elevado—, que lo roza todo, pero que no toca realmente nada, más certera es la apreciación: Alejandro ha empleado muy bien su tiempo, y todo lo que emprende no lo roza, se funde en un profundo abrazo. Su entrega más reciente, La defensa siciliana, es un espléndido libro de relatos, ocho en concreto, de manufactura certera, arquitectónicos en sus estructuras, sutiles en sus definiciones y vibrantes en cuanto a los personajes que se asoman y deambulan por ellos. A La defensa siciliana, empleando un símil futbolístico, no la entrenaría Capello, resultadista y rocoso. Esta defensa no es de patadón y catenaccio: miman al balón —y de paso al lector—. Es un libro certero en el sentido que cada uno de los ocho cuentos que componen La defensa siciliana son mundos concretos, historias con punto y final, universos absolutamente definibles, que se pueden entender y justificar en su unidad, sin dañar o lastimar la totalidad. Cada cuento funciona individualmente, y cumple con las siempre estrictas reglas del relato a rajatabla, y aunque pueden ser entendidos como piezas de un gran puzzle —todo el libro—, no pierden su identidad. Es decir, se podrían independizar del gran hogar familiar, sin que los padres desheredaran a sus hijos. La defensa siciliana es un libro arquitectónico ya que cuenta con un nexo común, o nexo superior, que articula y compartimenta todos los espacios. Normalmente, nos solemos encontrar con libros de relatos que no dejan de ser autoantologías del propio autor, ya que se emplean como un cajón desastre donde caben ese cuento que publiqué en un periódico, ese otro con el que gané un premio o aquel que se me quedó huérfano y abandonado en un archivo de word que raramente se extiende sobre la pantalla del ordenador. Esta ordenación arquitectónica la podemos encontrar desde la primera cita con la comienza el libro, del majestuoso jugador de ajedrez Raúl Capablanca, en donde reflexiona de los riesgos del juego, de la derrota y del comportamiento que ha de mantener el buen jugador.
Es La defensa siciliana un hábil catálogo de la sutileza, de la insinuación, de lo mucho que se dice tras una frase inconclusa, de los silencios que esconden gritos manifiestos. Personajes que van proyectando su pasado, y su presente, mediante ligeras pinceladas, hasta que el nítido retrato se representa sobre la historia. Alejandro Luque nos muestra un amplio catálogo de personajes, niños con especiales habilidades, amantes atrapados en un extraño juego de coincidencias e iniciales, mayores que se abrazan a sus recuerdos, escritores repudiados por el éxito, dotándolos todos de su propia personalidad, rebosantes de pasión y vida, pura vida. La defensa siciliana desprende el aroma de un atardecer junto al mar, la mirada sepia y melancólica de quien se asoma a su pasado, el murmullo de una barra de bar. Ocho historias elaboradas con esa artesanía que es tan difícil encontrar en estos tiempos de prisa y clonación.
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