Trad. Javier Calzada. Anagrama, Barcelona, 2007. 464 pp. 22 €
Sofía Rhei
«La verdadera historia de la Encyclopédie comenzó con una pelea a puñetazos». Si nos encontramos con esta frase al abrir un libro (es el comienzo de uno de los primeros capítulos), podemos pensar que existen dos posibilidades: una, que se trate de un pirotécnico libro de divulgación pseudocumental, acaso entretenido pero escasa o defectuosamente argumentado, o dos, que estemos ante uno de esos ensayos que da gusto leer, y que se convierten en algo más que un ensayo. Afortunadamente, este libro es un excelente ejemplo del segundo caso, llevando a cabo una eficaz una indagación en el contexto y los procesos que dieron lugar a la elaboración de la enciclopedia francesa, y apuntando las repercusiones de la obra en aquel momento histórico. El interés de Philipp Blom por los proyectos de recolección del universo no es reciente, y su historia del coleccionismo To have and to hold se ha convertido en un volumen de referencia.
Aquí, el autor ha optado por hacer una selección equilibrada entre la ingente cantidad de material recolectado que se adivina al trasluz de las páginas, optando por una trama en la que se mezclan historia pública y privada, datos de archivo, comentarios filológicos, anécdotas y citas, sin abusar de ninguno de estos métodos. El ensayo comienza con un completo prólogo, que podríamos llamar panorámico, y que además de servir como enumeración de todos los proyectos enciclopédicos anteriores, es capaz de sumergirnos en los matices históricos fundamentales de la cuestión: lo que empezó siendo el proyecto de traducir la obra inglesa de Chambers tomó su propio camino sembrado de dificultades. Tras el prólogo, el autor nos lleva a las entrañas del París de la época con una rápida y eficaz mezcla de datos y sugerencias visuales que marca el ritmo narrativo, en el que se engarzan los retratos de situaciones y personas sin que decaiga el ritmo. Cada capítulo se inicia con una verdadera entrada de la Encyclopédie y con una reproducción de una de sus láminas (no necesariamente correspondientes), y la presencia de citas de la obra original acompaña al texto sin hacer que este pierda amenidad, sino todo lo contrario, puesto que los fragmentos escogidos para su reproducción o su resumen dicen mucho más de lo que parece, cuando no resultan chocantes, inesperados, o son francamente divertidos. No este el caso de la cita siguiente, perteneciente al artículo ABEJA, que más bien podría calificarse de profética: «Los zánganos son más pequeños que la reina, pero de mayor tamaño que las abejas obreras; […] se alimentan sólo de miel, en tanto que las obreras comen cera sin elaborar. A la salida del sol, estas últimas salen para su jornada de trabajo, mientras que los zánganos lo hacen mucho después y se limitan a retozar alrededor de la colmena, sin trabajar. […] La única utilidad de los zánganos es fecundar a la reina. Y, una vez lo han hecho, las obreras los persiguen y los matan.»
Sofía Rhei
«La verdadera historia de la Encyclopédie comenzó con una pelea a puñetazos». Si nos encontramos con esta frase al abrir un libro (es el comienzo de uno de los primeros capítulos), podemos pensar que existen dos posibilidades: una, que se trate de un pirotécnico libro de divulgación pseudocumental, acaso entretenido pero escasa o defectuosamente argumentado, o dos, que estemos ante uno de esos ensayos que da gusto leer, y que se convierten en algo más que un ensayo. Afortunadamente, este libro es un excelente ejemplo del segundo caso, llevando a cabo una eficaz una indagación en el contexto y los procesos que dieron lugar a la elaboración de la enciclopedia francesa, y apuntando las repercusiones de la obra en aquel momento histórico. El interés de Philipp Blom por los proyectos de recolección del universo no es reciente, y su historia del coleccionismo To have and to hold se ha convertido en un volumen de referencia.
Aquí, el autor ha optado por hacer una selección equilibrada entre la ingente cantidad de material recolectado que se adivina al trasluz de las páginas, optando por una trama en la que se mezclan historia pública y privada, datos de archivo, comentarios filológicos, anécdotas y citas, sin abusar de ninguno de estos métodos. El ensayo comienza con un completo prólogo, que podríamos llamar panorámico, y que además de servir como enumeración de todos los proyectos enciclopédicos anteriores, es capaz de sumergirnos en los matices históricos fundamentales de la cuestión: lo que empezó siendo el proyecto de traducir la obra inglesa de Chambers tomó su propio camino sembrado de dificultades. Tras el prólogo, el autor nos lleva a las entrañas del París de la época con una rápida y eficaz mezcla de datos y sugerencias visuales que marca el ritmo narrativo, en el que se engarzan los retratos de situaciones y personas sin que decaiga el ritmo. Cada capítulo se inicia con una verdadera entrada de la Encyclopédie y con una reproducción de una de sus láminas (no necesariamente correspondientes), y la presencia de citas de la obra original acompaña al texto sin hacer que este pierda amenidad, sino todo lo contrario, puesto que los fragmentos escogidos para su reproducción o su resumen dicen mucho más de lo que parece, cuando no resultan chocantes, inesperados, o son francamente divertidos. No este el caso de la cita siguiente, perteneciente al artículo ABEJA, que más bien podría calificarse de profética: «Los zánganos son más pequeños que la reina, pero de mayor tamaño que las abejas obreras; […] se alimentan sólo de miel, en tanto que las obreras comen cera sin elaborar. A la salida del sol, estas últimas salen para su jornada de trabajo, mientras que los zánganos lo hacen mucho después y se limitan a retozar alrededor de la colmena, sin trabajar. […] La única utilidad de los zánganos es fecundar a la reina. Y, una vez lo han hecho, las obreras los persiguen y los matan.»
Las maneras de decir y no decir cobran una relevancia inevitable en un contexto en el que la carrera del saber corría tan pareja con los intereses religiosos y políticos. Blom nos cuenta la historia de las ideas que iban naciendo o siendo rescatadas, templándose a la luz de las velas, tomando su propia forma y mezclándose con otras, casi como si se tratase de formas biológicas de expansión inevitable.
A la cabeza de ese barco en aguas turbulentas nos habla de la fascinante figura de Diderot, entusiasta hombre del renacimiento con una gran cultura científica, histórica y literaria, que sin embargo tuvo una vida marcada por la persecución, el encarcelamiento, y la desgracia familiar de perder a sus tres hijos. Gran parte de la redacción del primer tomo de la enciclopedia, del que Diderot solo escribió casi la mitad, se llevó a cabo en prisión, pero este hecho, lejos de desanimar al joven erudito, dio lugar a situaciones como la siguiente: «Durante el primer mes de encierro en el calabozo de la torre del castillo, no le habían permitido tener ningún material de escritura. Y había improvisado una pluma con un mondadientes y tinta con vino y hollín, con los que había compuesto una “Apología de Sócrates” en los márgenes de unas Obras de Milton que tenía consigo».
Hay, sin embargo, otros personajes menos conocidos que aparecen en estas páginas reivindicados por el punto de vista contemporáneo: Malesherbes, el censor que no sólo no censuró la obra a pesar de las fuertes corrientes de oposición a ella, sino que protegió físicamente volúmenes y archivos en su propio despacho más adelante, cuando el proyecto tropezó también con el Parlement; el abbé Edme Mallet, que con sus irreprochables pero plomíferos artículos sobre religión quizá se llevó más clientes de la iglesia que los que acercó a ella (es fascinante la sugerencia de Blom de encontrar en él un San Manuel Bueno en versión erudita), y el Chevalier Louis de Jaucourt, que escribió 40.000 artículos («la mitad de las entradas de los diez últimos volúmenes»), a tiempo de salvar la enciclopedia, sufriendo además pérdidas económicas personales. El autor consigue que estos y los personajes históricos más conocidos (Rousseau, Madame de Pompadour, Grimm, el gran amigo de Diderot y de Louise d’Épinay, Montesquieu y Voltaire, etcétera) cobren vida gracias a luminosas descripciones de su aspecto y carácter y de la inclusión de anécdotas siempre reveladoras: los encuentros, desencuentros, amistades, rivalidades e intrigas de estos personajes consiguen atrapar a quien lee.
La idea que subraya Philipp Blom es la capital importancia que en el desarrollo posterior de los acontecimientos franceses y europeos tuvo el trabajo de los enciclopedistas. «Diderot, el hijo de un cuchillero, y D’Alembert, adoptado por un cristalero», quisieron dibujar una idea de progreso material que pasaba necesariamente por las técnicas, por las máquinas y por los oficios, como paso necesario para el progreso espiritual. Sin embargo, la neutralidad científica, lejos de ser percibida como un intento de objetividad, se interpretaba como una declaración de intenciones muy concreta que conllevaba agresión al sistema religioso y al político. Así pues, la Encyclopédie es un importante eslabón histórico entre todos aquellos que desembocaron en la toma de la bastilla, pero, sobre todo, es una de las piezas de otra cadena, que une sus tomos unos con otros desde la antigua Babilonia y la antigua China sin tomar más armas que las tablillas, las plumas o las imprentas: la defensa del conocimiento por sí mismo.
«A pesar de sus ideas progresistas, de su anticlericalismo y de sus críticas a las políticas oficiales, muy pocos de entre los enciclopedistas tuvieron un papel activo en la revolución, con la notable excepción de Alexandre Deleyre, que votaría a favor de la muerte de Louis XVI. Esto se debió en parte a razones generacionales —la mayoría de ellos tenía sesenta o setenta años cuando la revolución estalló—, pero fue asimismo un problema de orientación. Los enciclopedistas pretendían la evolución, no la revolución».
A la cabeza de ese barco en aguas turbulentas nos habla de la fascinante figura de Diderot, entusiasta hombre del renacimiento con una gran cultura científica, histórica y literaria, que sin embargo tuvo una vida marcada por la persecución, el encarcelamiento, y la desgracia familiar de perder a sus tres hijos. Gran parte de la redacción del primer tomo de la enciclopedia, del que Diderot solo escribió casi la mitad, se llevó a cabo en prisión, pero este hecho, lejos de desanimar al joven erudito, dio lugar a situaciones como la siguiente: «Durante el primer mes de encierro en el calabozo de la torre del castillo, no le habían permitido tener ningún material de escritura. Y había improvisado una pluma con un mondadientes y tinta con vino y hollín, con los que había compuesto una “Apología de Sócrates” en los márgenes de unas Obras de Milton que tenía consigo».
Hay, sin embargo, otros personajes menos conocidos que aparecen en estas páginas reivindicados por el punto de vista contemporáneo: Malesherbes, el censor que no sólo no censuró la obra a pesar de las fuertes corrientes de oposición a ella, sino que protegió físicamente volúmenes y archivos en su propio despacho más adelante, cuando el proyecto tropezó también con el Parlement; el abbé Edme Mallet, que con sus irreprochables pero plomíferos artículos sobre religión quizá se llevó más clientes de la iglesia que los que acercó a ella (es fascinante la sugerencia de Blom de encontrar en él un San Manuel Bueno en versión erudita), y el Chevalier Louis de Jaucourt, que escribió 40.000 artículos («la mitad de las entradas de los diez últimos volúmenes»), a tiempo de salvar la enciclopedia, sufriendo además pérdidas económicas personales. El autor consigue que estos y los personajes históricos más conocidos (Rousseau, Madame de Pompadour, Grimm, el gran amigo de Diderot y de Louise d’Épinay, Montesquieu y Voltaire, etcétera) cobren vida gracias a luminosas descripciones de su aspecto y carácter y de la inclusión de anécdotas siempre reveladoras: los encuentros, desencuentros, amistades, rivalidades e intrigas de estos personajes consiguen atrapar a quien lee.
La idea que subraya Philipp Blom es la capital importancia que en el desarrollo posterior de los acontecimientos franceses y europeos tuvo el trabajo de los enciclopedistas. «Diderot, el hijo de un cuchillero, y D’Alembert, adoptado por un cristalero», quisieron dibujar una idea de progreso material que pasaba necesariamente por las técnicas, por las máquinas y por los oficios, como paso necesario para el progreso espiritual. Sin embargo, la neutralidad científica, lejos de ser percibida como un intento de objetividad, se interpretaba como una declaración de intenciones muy concreta que conllevaba agresión al sistema religioso y al político. Así pues, la Encyclopédie es un importante eslabón histórico entre todos aquellos que desembocaron en la toma de la bastilla, pero, sobre todo, es una de las piezas de otra cadena, que une sus tomos unos con otros desde la antigua Babilonia y la antigua China sin tomar más armas que las tablillas, las plumas o las imprentas: la defensa del conocimiento por sí mismo.
«A pesar de sus ideas progresistas, de su anticlericalismo y de sus críticas a las políticas oficiales, muy pocos de entre los enciclopedistas tuvieron un papel activo en la revolución, con la notable excepción de Alexandre Deleyre, que votaría a favor de la muerte de Louis XVI. Esto se debió en parte a razones generacionales —la mayoría de ellos tenía sesenta o setenta años cuando la revolución estalló—, pero fue asimismo un problema de orientación. Los enciclopedistas pretendían la evolución, no la revolución».
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