Multiversa, Valladolid, 2007. 156 pp. 12 €
José Manuel de la Huerga
La locura y sus límites difusos, que tanto placer lector han dado a los letraheridos de este lado de la realidad literaria, es el tema elegido por Antonio Tudela para su opera prima en narrativa. Tudela ya había publicado varios títulos en el género del ensayo, pero con Gozoso extravío presenta su pasaporte, completo y ambicioso, para el territorio de la ficción. El autor nos entrega una novela corta, en tono de comedia ligera, donde se ponen en tela de juicio viejos y nuevos tratamientos de algunas escuelas psiquiátricas muy conocidas en el pasado siglo. Dos modelos de terapia (uno horizontal y democrático, asambleario, traído por los pelos por el uruguayo Glussac, aunque paseado por el París lacaniano, y otro desmitificador del diálogo con el enfermo y dependiente de la medicación intravenosa eficaz, auspiciado por el todopoderoso doctor Leandro Martín Rubio) se someten a revisión por los ojos enajenados de dos pacientes residentes en Quinta Chicharra: Evaristo Hidalgo, insigne latinista y abogado, y Casimiro Gorospegui, inquietante especialista de la obra de Gonzalo Suárez. En fin, la pareja imprescindible para jugosos diálogos delirantes.
La nouvelle comienza con un golpe de estado al achacoso doctor Carmona, último seguidor de Glussac, el uruguayo fundador de Quinta Chicharra, ese beatífico reducto en medio de ninguna parte, con su generoso espacio verde que se convertirá en marco de los paseos de Evaristo y Casimiro. La propuesta no puede ser más sugerente: la investigación, supuestamente demenciada, de la teoría de la conspiración. ¿De qué manera accedió al poder Martín Rubio, largando, y con qué modos, al viejo Carmona que a los pocos días fue “emotivamente” enterrado en una colina de Quinta Chicharra? Y ahí tenemos a Evaristo que, con la connivencia de las Sombras, visita la habitación del difunto Carmona. O a Casimiro que en uno de los paseos melancólicos con su inseparable Evaristo a limpiar la lápida de su doctor venerado, le confiesa al amigo sus terribles averiguaciones, eso sí, por métodos paranormales. Escenas ambas, divertidas y entrañables al mismo tiempo entre todas las que componen la narración.
La novela está certeramente estructurada, los personajes bien perfilados, con una sólida historia a sus espaldas, apenas en unas páginas esbozada, de manera que la obra resulta bien proporcionada en la fórmula de información, argumentación y desarrollo de la pequeña intriga. Creo que no se le puede pedir mucho más a una primera novela, no exenta en algún caso de excesos verbales, pero que a la postre no desentonan en el acento general “rioplatense” de inteligente ironía que impregna todas las páginas.
Pero lo que a mi juicio muestra mejor el savoir faire del autor es ese permanente deslizamiento entre los dos territorios (realidad y ficción, cordura y locura) que mantiene al lector en constante vela de actitudes, frases y silencios de, vamos a decirlo, los dos bandos de la obra: los buenos locos y los ambiciosos médicos del presente, frente a los alocados doctores del pasado. La voz de Laura que percute en la conciencia de Evaristo y de la que el lector es consciente por la habilidad del escritor nos da en buena medida la dosis exacta de cómo se puede sostener un estado de inquietante vigilia por el camino, muy poco practicado por otros narradores, de la sugerencia y la contención. Unos sólidos conocimientos en materia de filosofía, lenguas y literaturas clásicas hacen el resto de un mosaico compuesto con la habilidad de quien no quiere desvelar nunca esa verdad terrible que acucia, de un lado y otro, a locos y cuerdos.
No quiero terminar la crítica sin dedicar unas palabras a la preciosa edición que la editorial Multiversa ha preparado, como viene siendo costumbre desde hace cuatro años. La regadera de lata que nos recibe en la portada de la obra habla del esmero, de la lectura atenta y cómplice que su editor, Rafa Vega, hace con todas las novelas, cuentos infantiles y ensayos que publica en sus tres colecciones, por el momento. Sólo deseo que ese anhelo de sacar a la luz pequeñas obras de arte, editadas con el mejor de los gustos, no naufrague en el proceloso mar del todo vale en edición de libros. Aunque en el caso de Rafa Vega doy fe de que esto es poco menos que imposible.
José Manuel de la Huerga
La locura y sus límites difusos, que tanto placer lector han dado a los letraheridos de este lado de la realidad literaria, es el tema elegido por Antonio Tudela para su opera prima en narrativa. Tudela ya había publicado varios títulos en el género del ensayo, pero con Gozoso extravío presenta su pasaporte, completo y ambicioso, para el territorio de la ficción. El autor nos entrega una novela corta, en tono de comedia ligera, donde se ponen en tela de juicio viejos y nuevos tratamientos de algunas escuelas psiquiátricas muy conocidas en el pasado siglo. Dos modelos de terapia (uno horizontal y democrático, asambleario, traído por los pelos por el uruguayo Glussac, aunque paseado por el París lacaniano, y otro desmitificador del diálogo con el enfermo y dependiente de la medicación intravenosa eficaz, auspiciado por el todopoderoso doctor Leandro Martín Rubio) se someten a revisión por los ojos enajenados de dos pacientes residentes en Quinta Chicharra: Evaristo Hidalgo, insigne latinista y abogado, y Casimiro Gorospegui, inquietante especialista de la obra de Gonzalo Suárez. En fin, la pareja imprescindible para jugosos diálogos delirantes.
La nouvelle comienza con un golpe de estado al achacoso doctor Carmona, último seguidor de Glussac, el uruguayo fundador de Quinta Chicharra, ese beatífico reducto en medio de ninguna parte, con su generoso espacio verde que se convertirá en marco de los paseos de Evaristo y Casimiro. La propuesta no puede ser más sugerente: la investigación, supuestamente demenciada, de la teoría de la conspiración. ¿De qué manera accedió al poder Martín Rubio, largando, y con qué modos, al viejo Carmona que a los pocos días fue “emotivamente” enterrado en una colina de Quinta Chicharra? Y ahí tenemos a Evaristo que, con la connivencia de las Sombras, visita la habitación del difunto Carmona. O a Casimiro que en uno de los paseos melancólicos con su inseparable Evaristo a limpiar la lápida de su doctor venerado, le confiesa al amigo sus terribles averiguaciones, eso sí, por métodos paranormales. Escenas ambas, divertidas y entrañables al mismo tiempo entre todas las que componen la narración.
La novela está certeramente estructurada, los personajes bien perfilados, con una sólida historia a sus espaldas, apenas en unas páginas esbozada, de manera que la obra resulta bien proporcionada en la fórmula de información, argumentación y desarrollo de la pequeña intriga. Creo que no se le puede pedir mucho más a una primera novela, no exenta en algún caso de excesos verbales, pero que a la postre no desentonan en el acento general “rioplatense” de inteligente ironía que impregna todas las páginas.
Pero lo que a mi juicio muestra mejor el savoir faire del autor es ese permanente deslizamiento entre los dos territorios (realidad y ficción, cordura y locura) que mantiene al lector en constante vela de actitudes, frases y silencios de, vamos a decirlo, los dos bandos de la obra: los buenos locos y los ambiciosos médicos del presente, frente a los alocados doctores del pasado. La voz de Laura que percute en la conciencia de Evaristo y de la que el lector es consciente por la habilidad del escritor nos da en buena medida la dosis exacta de cómo se puede sostener un estado de inquietante vigilia por el camino, muy poco practicado por otros narradores, de la sugerencia y la contención. Unos sólidos conocimientos en materia de filosofía, lenguas y literaturas clásicas hacen el resto de un mosaico compuesto con la habilidad de quien no quiere desvelar nunca esa verdad terrible que acucia, de un lado y otro, a locos y cuerdos.
No quiero terminar la crítica sin dedicar unas palabras a la preciosa edición que la editorial Multiversa ha preparado, como viene siendo costumbre desde hace cuatro años. La regadera de lata que nos recibe en la portada de la obra habla del esmero, de la lectura atenta y cómplice que su editor, Rafa Vega, hace con todas las novelas, cuentos infantiles y ensayos que publica en sus tres colecciones, por el momento. Sólo deseo que ese anhelo de sacar a la luz pequeñas obras de arte, editadas con el mejor de los gustos, no naufrague en el proceloso mar del todo vale en edición de libros. Aunque en el caso de Rafa Vega doy fe de que esto es poco menos que imposible.
2 comentarios:
Antonio, te mereces los muchos éxitos, y para empezar a apoyarte, el primer día que me acerque a Pucela buscaré tu libro y lo compraré. Besos.
Lo buscaré, lo leeré y ya te diré si me ha gustado. Espero que sí.
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