miércoles, marzo 22, 2017

Fuerza menor, Javier Puche


La Isla de Siltolá, Sevilla, 2016. 124 pp. 11 €

Pedro M. Domene

¿Puede un escritor de microcuentos formar parte de la historia de literatura? se pregunta Juan Bonilla en el prólogo de Fuerza menor (2016), el nuevo libro de Javier Puche (Málaga, 1974). Indiscutiblemente, sí. ¿Dónde queda establecida la frontera entre el cuento o relato, y el microcuento o minificción? El estudioso Fernando Valls señala que, «el microrrelato no es un poema en prosa, ni una fábula ni un cuento, aunque comparta algunas características con este tipo de textos, sino un texto narrativo brevísimo que cuenta una historia, en la que debe imperar la concisión, la sugerencia y la precisión extrema del lenguaje, a menudo al servicio de una trama paradójica y sorprendente.» Todas las definiciones de microrrelato incluyen, al menos, dos características definitorias: la brevedad y la narratividad, y sobre todo, para que exista un microrrelato, tiene que haber una historia, y con esta definición nos alejamos de otros textos breves como los haikus y poemas cortos, los aforismos y las sentencias.
Este extenso preámbulo, sin ánimo de instruir, si acaso informa que un libro como, Fuerza menor, ofrece una estupenda colección de microrrelatos, desde perspectivas muy diferentes y con un acertado resultado. El primer texto, dedicado al inolvidable Javier Tomeo, y titulado, "La incertidumbre", dará el tono al resto, responde sin duda a las pretensiones del malagueño: dos personajes despiertan a bordo de un hidropedal en medio del Mar Negro y, enseguida perciben que se han quedado dormidos por accidente, y no tienen otra opción que seguir pedaleando, sin rumbo, en medio de las aguas oscuras, hacia ninguna parte, y esa incertidumbre que provoca la situación es vida misma que nos empuja a circunstancias insólitas. En un texto tan breve, y al comienzo mismo, Puche ajusta y precisa su lenguaje, consigue un ritmo temperado, nos envuelve en una atmósfera casi asfixiante, muestra una irónica visión del momento que provoca una calculada agudeza satírica, y aun añade un cierto lirismo que cincelará el resto de los textos que componen la primera y más amplia parte. Y este conjunto de cuentos se convierte en un auténtico caleidoscopio, Puche retrata a sus personajes con milimétrica precisión, y los envuelve en una fantasmagórica visión onírica que evocan esos otros detalles que mueven al mundo, “Tenemos que hablar”, un permanente juego de los contrarios, “Asincronía”, deudor de esa extensa tradición de los mejores relatos de todos los tiempos, personas inmortales y fantásticas que tratan de sobreponerse a su propia naturaleza, “El Santo Grial”, seres orantes que perpetúan el rezo pese a los múltiples cadáveres que los rodean, leguleyos decadentes, “Advocatus diaboli”, jueces retirados que imparten su propia justicia, “Justicia a domicilio”, obesos mórbidos que se adentran en una tupida selva de plantas carnívoras, incluso un androide lector, o la evocación de un clásico universal, “Ante la ley”, es decir, otra mirada más, pero diferente sobre el inmortal Kafka. Una parte segunda, tan complementaria como calculada, Seísmos, “Cuentos de seis palabras”, un propósito narrativo aun más milimetrado en extensión, seis palabras para contar una historia, o como apunta el mismo Puche, «más bien sugerirla»; y, por supuesto, el lector se enfrenta a un texto, a un mini-micro-cuento, casi un malabarismo textual, que según percibimos, exige elegir bien la idea y los vocablos que han de vestirla y, pese a su extrema brevedad, el narrador malagueño logra con su empeño que estos microrrelatos aniden en la memoria del lector, y supuestamente le ayuden a concretar el sentido mismo de la vida en apenas seis palabras.

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