miércoles, marzo 29, 2017

El gran imaginador o la fabulosa historia del viajero de los cien nombres, Juan Jacinto Muñoz Rengel


Plaza y Janés, Barcelona, 2016. 472 pp. 17,90 €

Amadeo Cobas

Partamos de una premisa inicial: el gran imaginador, propiamente dicho, acaso no sea Nikolaos Popoulos, el protagonista de este viaje fascinante, sino el autor del mismo, Juan Jacinto Muñoz Rengel. Y conste que no pretendo hacerle la pelota. Me explico.
Si afirmo lo anterior es porque este escritor sabe mezclar con sabiduría la dosis justa de aventura y acción con descripción y lenguaje para lograr una lectura amena, que aporta un andamiaje equilibrado por igual de entretenimiento y fascinación; eso sí, no por ello olvida mostrar oficio y ser un poco malévolo al cerrar varios capítulos dejándonos perplejos, nuestra mente imaginando qué podrá suceder a continuación, con el arte de una lograda orfebrería literaria, engalanando si se obstina (verbigracia, con un alto cultivo lingüístico) a la par que ligera y precisa si el apremio desencadena la acción por derroteros, digamos, precipitados. Entre clasicismo y un sálvese quien pueda en sutil alternancia se saborea una prosa atinada así en la calidez onírica que atesta la mente de Popoulos como en el frenesí real que enturbia su vida. Porque este imaginador es un adelantado a su tiempo; de niño un incomprendido al que zurraban los compañeros abusones, arreaba el maestro y sacudía su madre. Vamos, que le pegaban todos por considerarlo débil, diferente o inútil, cuando en realidad era brillante, genial… e inútil. Sí, me temo que su madre jamás varió la opinión que tenía del pequeño.
Pero es que Nikolaos, allá por donde iba, despertaba envidias a su paso dado que convertía en mediocres a aquellos con los que, sin pretenderlo, se comparaba. Así le ocurrió a aquel brillante judío, médico personal del sultán de Estambul, e incluso a éste: «Lo que el anciano judío no podía adivinar era que aquel rechoncho inventor de barba descuidada fuese también al mismo tiempo un eterno escritor en ciernes, el mayor fabulador de todos los tiempos, ni que su propio señor, Solimán el Amante de los Artistas y Poetas, también advertiría desde el primer instante que aquel muchacho era un hombre nuevo, de esos que no se usan por el mundo, y le disputaría los minutos de su compañía». Y es que, en sus correrías, este rechoncho Popoulos lo mismo se codea «entre desubicados y prófugos» piratas uscoques en el puerto de Senj o el sultán y su Sublime Puerta en la vaporosa Estambul, como conoce peligros muy de cerca: los «espíritus atormentados de los strigoi» o el gólem, por otra parte incontrolado vengador de las injusticias que padecían los judíos de Praga.
No solo. Porque esta novela histórica de lectura más que recomendable sabe enganchar al lector desde las líneas primigenias al hacer surgir la batalla de Lepanto y, en ella, al escritor patrio más afamado que han conocido los tiempos. No en vano Cervantes sufrirá a causa de este fabulador y escritor en ciernes, no menos imaginativo que el propio creador del Quijote, en un modo que enseguida se desentraña con el transcurso de las páginas (y ahora no digo para conservar la intriga). Las cuales cobran brío mientras retrocede la acción a la génesis que clarifica los motivos que confieren a Nikolaos Popoulos esa personalidad que le hace ser único y especial. El que éste se invente cien nombres para subsistir según las circunstancias o J.J. Muñoz Rengel una forma de escritura nueva no es sino la doble cara de una misma moneda. La «mente multidimensional» del protagonista, quien «se veía de improviso en la necesidad de reconstruir los conceptos de lo bello, del amor, de la atracción, la pasión, la consagración o el sacrificio», ahí es nada, se podría confrontar con la de su creador, alquimista que convierte la ficción en realidad, epilogando con la pregunta que el gran imaginador le formula a Miguel de Cervantes: «¿Qué si no se puede profesar por los autores de los libros que encierran vidas y mundos eternos, que nos transportan y nos embriagan y hacen vivir un tiempo regalado, más que amor y admiración?».
Pues eso.

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