Ilust. Amancio González
Eolas Ediciones, León, 2015. 102 pp. 11,40 €
José Miguel López-Astilleros
Para Jorge Pascual vivir es estar en la vida a través de su mirada poética, que derrama sobre todo lo que le rodea, pero lo hace de una manera tan natural que se diría que las palabras, las metáforas, los versos surgen en el mismo tiempo vital tanto de la creación como de las vivencias. De ahí que ambas realidades se confundan, o mejor, que ambas terminen siendo la misma, si no fuera porque existe un lector que hace suyos los versos y los disocia de la realidad personal que los originaron.
Pascual, por tanto, tiene un concepto poético de su existencia íntima y cercana, que sublima a través de la palabra, donde se guarece de las asperezas del tráfago diario en ocasiones o por el contrario deja testimonio de su plenitud. Sus poemas no nacen de una decantación intelectual o estilística, fruto de lecturas y pensamiento crítico sobre el acto de crear, sino del puro sentimiento, de la emoción. Incluso podría decirse que ese acto de búsqueda expresiva a través de los recursos literarios y del léxico preciso, que caracteriza el quehacer poético, viene dictado por ese sentir. De ahí que se tenga la impresión de que esta poesía esté al margen de adscripciones a ninguna tendencia, puesto que lo que en otros nace de una asimilación de tradiciones poéticas más o menos cercanas, en este poeta nace de la sola intuición, y constituye uno de sus rasgos más diferenciadores, que para unos será un acierto y otros, transidos de prejuicios, no tanto, porque como dice Cesare Pavese: «…en poesía no todo es previsible y, al componer, se eligen a veces formas, no por una razón conocida sino instintivamente; y se crea sin saber con claridad cómo». Dicho de otro modo, Pascual percibe el mundo, lo siente con sensibilidad poética, que pasa a la palabra de modo instintivo y natural, sin apenas filtros intelectuales y culturales intermedios, de ahí la extrañeza que produce con frecuencia su lectura.
Otros de los rasgos de esta poesía es su apacible concepción declamatoria. A esta conclusión no hubiéramos llegado de no haber escuchado y visto antes a Jorge recitar sus versos. Tras lo cual se nos antoja imposible separar nuestra lectura solitaria del eco de su interpretación, como actor que es, en nuestra memoria. Quizás sea aventurado decir que Pascual sitúa las anáforas, los puntos suspensivos, los vocablos aislados en un verso y cuantos recursos proporciona el ritmo y el efecto dramático, pensando en la interpretación actoral del poema. Así, tras asistir a sus recitales, como decíamos, en nuestra lectura particular todo el artificio del poema se carga de sentido, de modo que como si de una performance de arte contemporáneo se tratara, estamos ante una manera distinta de entender la poesía, tal vez de sacarla a la calle, lejos de cenáculos exclusivos, que enraíza con los juglares de la Edad Media y con los recitales populares de todas las épocas, hoy no muy frecuentes. Tanto es así que en su actuación conecta incluso con el público más resistente a la poesía, mérito no desdeñable en un tiempo de penuria para esta.
Aparte de estas consideraciones generales, vayamos a la poesía concreta, a la que se encontrará el lector en su soledad. El poeta José Luís Puerto nos suministra en su excelente y revelador prólogo los tres ejes básicos en torno al cual se orquesta el poemario: «lo celeste, el amor y los seres próximos», a los cuales añadiríamos el tiempo y la memoria. Las nubes, el cielo y la luna aparecen en muchos de los poemas como un espacio metafórico donde se proyecta la vida vivida. El poeta huye de lo terrenal para quedarse en el mundo de esa proyección poética, que es un modo de aprehender y sentir la vida, la realidad: «El cielo es un refugio sereno de armonías, / soplidos de nostalgias de recóndito aliento…, // Un agujero donde // cae // la memoria que tenemos de los días…». Otras veces este espacio donde se refugian el poeta y sus versos se llena de malos presagios que amenazan con acabar el sueño, ese estado de ensoñación en el que se había instalado, ese deseo de elevación desde lo terreno: «Se cae la luna…! // Siento que se cae… sueño, y no la cojo. // Cae la luna como una nostalgia hecha añicos por un golpe. / Como un vaso. / Como un cristal de recuerdos secos y fríos. / Como un agua oscura que en sueños te sumerge».
El amor hace referencia por una parte a la amada y por otra a la familia. Respecto a la primera, es un amor en el que predomina la ausencia y la nostalgia, envuelto en un sentimiento de melancólica aceptación, sin dramatismo alguno: «Te escapas de mi carne. / Echo de menos al paso / como un tiempo / que nunca existió… / y hoy está haciendo / aguanieve debajo / de mis zapatos». La otra vertiente la podemos ver en los poemas dedicados por ejemplo a un abuelo y a un tío.
Si el sol, la luna, el cielo, las nubes, el viento, la lluvia, la nieve tienen una importancia decisiva en gran parte de esta poesía, por contra los interiores cotidianos también estarán presentes, el hogar y las habitaciones. El poema dedicado a la casa vieja de su abuelo comienza: «Queda embargo en esta casa / deshabitada por el silencio…» Y unos versos más abajo: «Hubo algunos rincones que se cayeron / mientras nos desocupamos. Existir sin darse cuenta… // Ya no queda / nada de techo sobre este suelo… / este suelo…». Son espacios fantasmales que albergan los pecios donde la vida ya es sólo naufragio y contemplación de un tiempo extinto. O también donde el poeta busca cobijo para amar, como la habitación del poema número 33: «Tu habitación es grande… como si se pudiese meter allí / toda nuestra vida», para concluir con un despertar al amor a través del sueño: «—Cierra la persiana y vamos a despertarnos pronto que / la noche es breve y nos tiembla cuando nos miramos… soñados».
En la poesía de Pascual el tiempo está transido de melancolía: «Me doy un zarpazo de melancolía / y aún me hago daño…», porque es el tiempo de la memoria, del recuerdo, un tiempo fugitivo que persigue con la palabra a lo largo del camino, término este recurrente en numerosos poemas, «Sólo de tiempo se construyen los caminos más ligeros, / sólo con tiempo hacen memoria los párpados de los espejos».
Llamará la atención del lector la peculiar manera de aplicar la sintaxis al verso, a la palabra y a los conceptos, que genera en estos asociaciones sorprendentes y muy expresivas (así como las metáforas de corte surrealista: «Vuelan lugares vacíos / fuera de lo que se puede tocar…»), y que recuerda a muchos poemas de E. E. Cummings, sin que ello quiera decir que haya un propósito de acercarse a procedimientos vanguardistas como en el poeta americano. No se trata tanto de rechazar las leyes imperantes en la poesía, como de buscar la función poética con los recursos de los cuales dispone el poeta desde una impronta podríamos decir juvenil, de descubrimiento. Porque como él mismo declara en el poema en prosa titulado «Para hacer un poema…»: «Para hacer un poema no hace falta una sintaxis».
Pascual es un poeta que lleva la fragilidad de la intemperie en su voz, cuya poesía pretende bucear en la emoción que le produce la vida a su paso por el tiempo vivido, contemplado y sentido. Y que presta a la existencia una cierta evanescencia melancólica, un decir entre susurros entrecortados y silencios como los que sugieren la enorme presencia de los puntos suspensivos. W. H. Auden dice que: «La poesía no hace acontecer nada, sobrevive» o en palabras de José Ángel Valente: «La palabra poética es palabra dicha contra la muerte», pero para que esto sea así haces falta tú, lector.
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