Trad. Rosa Martínez-Alfaro
Seix Barral, Barcelona, 2016. 240 pp. 19 €
Seix Barral, Barcelona, 2016. 240 pp. 19 €
José Miguel López-Astilleros
A Gonzalo M. Tavares le gusta escribir literalmente, no pensando en ningún simbolismo, ha declarado en alguna ocasión. Esta es la duda que se plantea el lector nada más asomarse a sus libros, y a este en particular desde la primera página, nada más aparecer los dos personajes principales. Duda que se acentúa conforme la lectura avanza, porque los enigmas van creciendo y la sensación de que si no implementamos dicha lectura con otra u otras interpretaciones nos estamos perdiendo algo.
Marius en su huida encuentra a Hanna, una niña con trisomía 21 –síndrome de Down–, quien lleva una caja con unas cartulinas que parecen un curso elemental de comportamiento humano para discapacitados intelectuales, a pesar de ello siente que también eran para él. Hanna está buscando a su padre, tarea a la que le ayudará Marius. La búsqueda los llevará a Berlín, donde se alojarán en un hotel cuyas habitaciones en lugar de números tienen el nombre de los campos de exterminio nazis de toda Europa –a ellos les toca Auschwitz–. En su camino, tanto dentro como fuera del hotel, ambos se van a encontrar con personajes muy particulares: Berman, un fotógrafo de animales y de personas discapacitadas; Fried Stamm, cuya familia se dedica a colocar grandes carteles para avisar a la gente; Vitrius, un anticuario que vive solo en la última planta de una edificio abandonado; Raffaela y Moebius, el matrimonio judío que regenta el hotel sin nombre; el viejo Terezin que ocupa la habitación del mismo nombre; Agam Josh, un artista con una rara destreza; y Grube, un historiador amigo de Marius, que tiene una teoría muy personal sobre los «centros de gravedad de la Historia». Todos ellos poseen unas historias muy particulares y unas habilidades que el lector jamás imaginaría. Lo mejor es tomarlas en su sentido literal, para que sea su misma extrañeza de por sí la que nos seduzca y nos lleve al sentido poético de un modo intuitivo, para que a su vez sea esta intuición a partir de la cual cada uno intelectualice o no el contenido para llegar al sentido metafórico, simbólico o alegórico, porque si comenzamos por intelectualizar la lectura desde el principio, la enorme fuerza poética del texto corre el riesgo de disgregarse en la racionalidad, con lo que el disfrute probablemente sería menor debido al constante esfuerzo que supondría la exégesis –recordemos que cuando García Márquez leyó por primera vez La metamorfosis de Kafka interpretó la obra en sentido literal–. Aparte de estos personajes secundarios hay otros que forman parte de sus historias, con frecuencia silentes.
La novela está dividida en XV capítulos, fragmentados cada uno en varias partes, salvo el XI. Este fragmentarismo es muy del gusto del autor. La lógica narrativa entre capítulos apenas se mantiene por el hilo conductor de la búsqueda del padre de Hanna, además de los viajes en tren que atraviesan el libro, más que por los sucesos y el tiempo narrativo de cada capítulo, puesto que los personajes van de un lugar a otro de un modo desordenado en muchas ocasiones, incluso excesivamente lejos de donde se supone que están en ese preciso instante. En cambio, dentro de cada capítulo, entre sus partes, si hay una mayor unidad y coherencia interna, aunque a menudo queda rota por las historias marginales intercaladas, recuerdos, sueños o el cuento infantil que Marius le cuenta a Hanna, por ejemplo. Se crean así unos espacios y unos tiempos alucinados cargados de misterio y significados. Por eso quizás se pueda concluir que el argumento central no sea lo más importante, sino la cantidad de sugerencias que nos proporcionan las historias e invenciones que se nos relatan.
A lo anterior habría que sumar una alta dosis de ambigüedad en la percepción de la realidad narrativa, al modo de los relatos fantásticos, lo que nos lleva a replantearnos constantemente las conclusiones que vamos tejiendo respecto a lo que vamos leyendo. A ello coadyuva la constante diferencia palpable entre apariencia y realidad oculta, así por ejemplo el hotel en el que recalan los dos protagonistas es la reproducción de la imposible figura geométrica que forman las líneas imaginarias que unen los campos de concentración nazis, aludiendo a otra realidad a través de una alegoría, o la presencia de la sala de ventas del anticuario y una trastienda que nos ofrece otra realidad distinta, o lo que el trabajo del artista Agam muestra según se mire a simple vista o al microscopio, o los dos tiempos que contiene un reloj con las manecillas rotas, el del mecanismo interno en movimiento aún y el de la esfera vacía. Todo esto podría ser extensible a todos los personajes nombrados, sin embargo nada hay aquí que haga referencia al análisis psicológico de ninguno de ellos, no es este el propósito, sino motivar reflexiones, preguntas, dudas que surgen cuando levantamos la vista del texto y pensamos en lo que acabamos de leer, que es en lo que consiste verdaderamente el acto de leer, según ha contado Tavares en alguna entrevista, sin olvidar el placer por lo puramente literario como consecuencia más importante.
Hay veces en las que el tiempo parecer ser el creador de los espacios o al contrario, lo cual nos lleva a pensar en las numerosas cuestiones metafísicas con las que nos vamos a topar, por eso en una segunda lectura los sentidos y significados de Una niña está perdida en el siglo XX se multiplican, dependiendo del grado de ingenuidad a la que cada uno quiera renunciar. Pero volviendo al tiempo, podemos atisbar un tiempo histórico, aunque como dice el mismo autor en Biblioteca (Xordica, 2004), en el apartado dedicado al historiador Jean Duché, «La Historia es una rama de la literatura. Es decir, la buena Historia. En cuanto a la otra: es apenas una mentira convencida.» También distingue lo que podíamos llamar un tiempo dilatado, aquel en cuya brevedad se concentra con intensidad el propósito de toda una vida, como la centésima de segundo que hace ganador o perdedor a un corredor. Pero también un tiempo cósmico imperturbable, y cómo no un tiempo vivencial, medida del devenir interno de los seres humanos. Respecto a los espacios cabría señalar que los únicos espacios reconocibles por su nombre son la ciudad de Berlín y la mención de los campos de exterminio, en cambio los cafés, las calles, los edificios, el archivo de Terezin están trazados como espacios mentales en muchos casos, que intuimos muy cercanos a la escenografía del expresionismo cinematográfico, así por ejemplo la escalera sin pasamanos por la que Marcus sube a los dominios de Vitrius.
La pervivencia de la memoria individual y colectiva, la historia tras la industrialización del crimen por los nazis, la verdad, la mentira, el miedo, el sentido de la vida, el destino, la identidad, la importancia de las palabras, estos y algunos más son los innumerables temas de los que trata este extraordinario libro. Para lo cual se vale de un lenguaje que tiende a la sencillez, a la economía en la adjetivación, tanto que tras escribir cada obra, Gonçalo M. la deja uno o varios años en reposo para volver después sobre ella y aligerarla al máximo de aquello que no es esencial, si fuera necesario. Tampoco se puede olvidar como característica sobresaliente la pericia con que utiliza la ironía.
Las novelas de Gonçalo M. Tavares son siempre distintas unas a otras, así por ejemplo de la memorable y fascinante Un viaje a la India (Seix Barral, 2014) a esta que nos ocupa hay formalmente un salto colosal, comenzando porque aquella estaba escrita en verso, ¿cabe mayor osadía? Y si nos remontamos a las anteriores ocurre lo mismo –publicadas por Mondadori, la última en 2012–. Sin contar los libros perteneciente a otros géneros como Barrio (Seix Barral, 2015) o los publicados por Xordica. Cada uno representa una manera distinta de acercarse al inescrutable ser humano, por eso se le tiene como uno de los escritores más originales de nuestro tiempo. Una niña está perdida en el siglo XX nos aporta una manera de ver el mundo, de pensar el mundo desde la ficción y desde una propuesta estética extremadamente original. Una revelación para quienes busquen en la literatura de ficción algo más que entretenimiento.
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