lunes, octubre 26, 2015

El viento y la hoja, Abbas Kiarostami


Trad. Ahmad Taherí y Clara Janés. Salto de Página, Madrid, 2015. 160 pp. 13,50 €

Ariadna G. García

En la película Close Up (1990), Abbas Kiarostami pone en boca de Sabzian (un obrero aficionado al cine que se hace pasar por el famoso director iraní Mohsen Makhmalbaf) estas palabras, que bien valen una poética: “El arte debe surgir de la vida”. Este apego a lo real, pues, lo encontramos tanto en su filmografía como en su obra literaria; de hecho, la voz que enuncia nos confiesa en un texto: “Era un mero observador”. Ambos Kiarostamis, el cineasta y el poeta, parece que tomen apuntes al natural, ya sea para seleccionar imágenes que filmar los días de rodaje, o para escribir poemas breves, a modo de relámpagos, que iluminen un área de su entorno. ¿Cuántas veces nos hemos metido, de la mano de Kiarostami, en el interior de un coche y hemos recorrido la geografía persa, conociendo a sus gentes? El lector que escoja El viento y la hoja (Salto de Página, 2015) tendrá esa misma sensación de ir descrubriendo escenarios y tipos a bordo de los más de 350 poemas que recoge el volumen. Si Kiarostami en El sabor de las cerezas (1997) mostraba al mundo planos del paisaje iraní y de sus habitantes, en sus composiciones líricas realiza otro tanto. En ocasiones los textos se centran en la escenografía: los árboles, la nieve, los campos de labranza, los arrozales; y a menudo, en la galería humana: soldados, obreros, poetas, leñadores, campesinos, maestros. En otros poemas, sin embargo, el autor se abstrae de la realidad cotidiana y reflexiona sobre el paso del tiempo, la amistad o la propia existencia («Sin pena/ ni alegría/ sigo mis pasos/ hacia algún sitio», pág. 118). Pero además de unos temas comunes, el cine y la lírica de Kiarostami comparten otro rasgo: la técnica. En sus sus películas vemos planos fijos, en sus poemas percibimos la desnudez retórica. En ambas artes domina la sencillez formal. La fuerza de Kiarostami descansa en las imágenes y en la honestidad (y compromiso) de su mirada («Una muñeca sin cabeza/ en las manos de una niña dormida/ en brazos de una mujer/ desorientada» pág. 64). Sus poemas, minimalistas, recuerdan no ya sólo a los de Omar Jayyam o Rumi (a quien editó), sino que se insertan en la corriente contemplativa oriental que une a la mística persa con el haiku medieval japonés («Al posarse/ la abeja en la flor/ la mariposa se levantó» pág. 30). No faltan en el libro textos irónicos, de plena actualidad, cargados de sátira política y económica: «A los cajeros/ les faltaba poesía/ en las cajas», «Los bancos/ planeaban abrir/ sucursales de poemas» pág. 77. En conclusión, El viento y la hoja deleitará a los amantes del cine de Kiarostami y de la poesía en general, honesta y sencilla.

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