Prólogo de Cristina Grande. Posfacio de Natalia Ginzburg. Trad. Mercedes Corral y María Corral. Contraseña, Zaragoza, 2010. 144 pp. 17,50 €
Óscar Esquivias
Para mí, como escritor, ha sido muy importante la literatura italiana del siglo XX; hay ciertos libros cuya lectura siempre me conmueve y a los que vuelvo una y otra vez. Dos de ellos se publicaron en 1963: Léxico familiar de Natalia Ginzburg y Detrás de la puerta de Giorgio Bassani. Las primeras líneas de este último dicen así: «En mi vida he sido desgraciado muchas veces, de niño, de muchacho, de joven, de adulto; muchas veces, ahora que lo pienso, he tocado lo que se dice el fondo de la desesperación. Recuerdo, no obstante, pocos periodos más negros, para mí, que los meses de escuela entre octubre de 1929 y junio de 1930, cuando hacía el primer curso del liceo.»
Con estas frases empieza el relato de una desolación íntima que la madurez no ha conseguido atenuar. Como casi toda la obra narrativa de Bassani, el escenario de su historia es Ferrara: una ciudad pequeña, provinciana, en la que vive un muchacho de dieciséis años cuya sensación de soledad es insondable. Es un libro de una belleza milagrosa.
Me he acordado de él al leer Un matrimonio de provincias de la Marquesa Colombi, que comienza de esta manera:
«Es difícil imaginar una juventud más monótona, más sórdida y más carente de toda alegría que la mía. Al evocarla al cabo de tantos y tantos años, vuelvo a sentir el inmenso tedio de aquella tranquilidad muerta que se prolongaba, se prolongaba inalterable, durante el largo período de tiempo que discurría entre los poquísimos acontecimientos familiares.»
¿No hay una estrecha hermandad entre estos párrafos iniciales? En ambos oímos a alguien que evoca con dolor su juventud. Sentimos una voz que nos abre su corazón, que se sincera con el lector. Los recuerdos nos llegan como una corriente helada.
No sé qué opinión tenía Giorgio Bassani de la Marquesa Colombi ni si apreciaba sus libros, pero entre sus escenarios provincianos (la Ferrara del uno y la Novara de la otra), sus adolescentes ingenuos y llenos de fantasías, deseosos de ser amados, hay un sutil puente. También su estilo tiene mucho en común: sobrio, preciso, natural, más humorístico en el caso de Colombi, más melancólico en el de Bassani, nada afectado en ninguno de los dos.
Un matrimonio de provincias se publicó por primera vez en 1885. Su autora fue popular a finales del XIX y principios del XX, pero poco a poco su nombre se fue olvidando y sus libros desaparecieron de las librerías. Todo cambió en 1973, cuando Italo Calvino devolvió a la Colombi a la actualidad literaria: en esa fecha, y con un prólogo de Natalia Ginzburg, se reeditó Un matrimonio de provincias en la editorial Einaudi. A partir de entonces, aquella ignota autora de ideas progresistas que sólo era un nombre más en las enciclopedias, volvió a ocupar un lugar en los escaparates italianos: sus libros circularon de nuevo y los estudiosos renovaron su interés por una Marquesa que no era marquesa ni nada que se le pareciera: su verdadero nombre era Maria Antonietta Torriani y sus orígenes fueron muy humildes: huérfana, maestra de profesión y escritora vocacional, pudo desarrollar sus capacidades literarias cuando abandonó Novara y se trasladó a Milán, donde frecuentó activamente los círculos protofeministas. Adoptó el nombre con el que hoy es conocida cuando comenzó a colaborar en los periódicos milaneses (se casó con un periodista que luego fundó y dirigió el Corriere della sera). Este llamativo pseudónimo lo tomó de la marquesa Colombi, personaje de una embrolladísima comedia de Paolo Ferrari que, dicho sea de paso, no sé qué tenía de atractivo para nuestra autora: la marquesa teatral es una aristócrata hipócrita e insidiosa, muy alejada –en principio– del ideal de mujer de Maria Antonietta Torriani. El caso es que así decidió firmar sus escritos y con tan sonoro nombre ha pasado a la historia literaria de su país.
El prólogo de Natalia Ginzburg a la edición de 1973 de Un matrimonio de provincias es hermosísimo y subraya –y potencia– con tal elocuencia los méritos del texto que cabe pensar que sea una de las causas de la buena fortuna de la novela, ya que trasmite tal entusiasmo que tras leerlo uno desea ardientemente conocerla. Es más, no parece tanto un prólogo al uso como –casi– un episodio de Léxico familiar, ya que cita a su madre y a sus hermanos y cuenta de manera sencilla e intensa –muy a la Ginzburg– su relación con el libro de la Colombi, cómo lo leyó por casualidad siendo niña y llegó a obsesionarse con la historia e incluso a aprenderse fragmentos enteros de memoria. Aunque no lo hubiera confesado, cualquier lector de Natalia Ginzburg habría percibido en seguida el profundo vínculo que existe entre su literatura y esta novela de la Marquesa Colombi: ambas miran la realidad con ojos limpios, carentes de toda retórica grandilocuente; las dos eligen el marco familiar para presentarnos a sus personajes y explicarnos su carácter; son escritoras atentísimas a los sentimientos de sus protagonistas, a sus fantasías, a todo lo que pasa por su cabeza y su corazón; ambas autoras poseen un humor sutil que se manifiesta con naturalidad, sin ningún énfasis, gracias a su oído finísimo para captar el idiolecto de cada personaje. El lector siempre tiene no ya sensación de verosimilitud, sino de algo que va más lejos: una certeza de verdad. Lo que nos cuentan Natalia Ginzburg y la Marquesa Colombi es profunda y conmovedoramente verdadero.
Lo importante de Un matrimonio de provincias no es tanto lo que pasa, como lo que uno espera que pase. El lector entra en la novela de puntillas, delicadamente, y pronto –al igual que la protagonista, la joven Denza– se eleva sobre la realidad y se instala en el plano del deseo, de la ensoñación. Denza vive en dos mundos: uno aburrido, frustrante, lleno de rutinas y convenciones sociales alienantes; es el universo doméstico de la casa de su padre y su madrastra, el de las estrecheces (en todos los sentidos) de la vida provinciana. Pero, a la vez, Denza habita en un mundo imaginario: su instinto de supervivencia y su fantasía alimentan sus esperanzas de escapar de todo esto gracias al amor, al príncipe azul que crea en su cabeza. Uno podría pensar: esta historia ya la conozco, me la han contado mil veces. Los relatos de muchachas pobres que sueñan con librarse de su destino de injusticia e infelicidad son muy numerosos y hunden sus raíces en la literatura popular. La Marquesa Colombi recrea un personaje que tiene rasgos de la Cenicienta o de la Lechera, trasplantadas a una novela realista decimonónica: sin embargo, la autora escapa de estos referentes y de todos los tópicos al dotar a su protagonista de una personalidad compleja, nada idealizada ni previsible: Denza no es un arquetipo, no encarna ninguna tesis, no es una excusa para defender ninguna teoría o extraer una moraleja; al contrario, es una mujer de carne y hueso, contradictoria, llena de fantasías y, a la vez, nada idealista ni rebelde, poseedora de un sentido común rastrero, apegado a la realidad y totalmente alienado. La objetividad del relato es tal que a menudo uno se olvida de su fecha de escritura y le parece un texto contemporáneo, de una sorprendente modernidad: la frase final con la que cierra su relato, por ejemplo, podría coronar un cuento de Carver: nada se cierra, pero todo queda dicho, y de qué manera.
La edición española de Un matrimonio de provincias, la primera de una obra de la Marquesa Colombi en nuestro idioma, es excelente desde todos los puntos de vista. Junto a la estupenda traducción de Mercedes y María Corral, se nos ofrece un doble regalo: un prólogo de Cristina Grande y un posfacio de Natalia Ginzburg (este último, en realidad, es la presentación de la edición de 1973 de Einaudi de la que he hablado antes; en la versión española ese prólogo figura al final, algo que el lector agradecerá porque la Ginzburg –es el único reproche que cabe hacerle– desvela todo el argumento). Así, los editores han querido que estas maravillosas escritoras –Colombi, Ginzburg, Grande– se den la mano en el libro. Han hecho bien: en la obra literaria de las tres se puede oír un mismo pálpito. Todos los lectores de Natalia Ginzburg y de Cristina Grande amarán a partir de ahora, sin duda, a la Marquesa Colombi.
Óscar Esquivias
Para mí, como escritor, ha sido muy importante la literatura italiana del siglo XX; hay ciertos libros cuya lectura siempre me conmueve y a los que vuelvo una y otra vez. Dos de ellos se publicaron en 1963: Léxico familiar de Natalia Ginzburg y Detrás de la puerta de Giorgio Bassani. Las primeras líneas de este último dicen así: «En mi vida he sido desgraciado muchas veces, de niño, de muchacho, de joven, de adulto; muchas veces, ahora que lo pienso, he tocado lo que se dice el fondo de la desesperación. Recuerdo, no obstante, pocos periodos más negros, para mí, que los meses de escuela entre octubre de 1929 y junio de 1930, cuando hacía el primer curso del liceo.»
Con estas frases empieza el relato de una desolación íntima que la madurez no ha conseguido atenuar. Como casi toda la obra narrativa de Bassani, el escenario de su historia es Ferrara: una ciudad pequeña, provinciana, en la que vive un muchacho de dieciséis años cuya sensación de soledad es insondable. Es un libro de una belleza milagrosa.
Me he acordado de él al leer Un matrimonio de provincias de la Marquesa Colombi, que comienza de esta manera:
«Es difícil imaginar una juventud más monótona, más sórdida y más carente de toda alegría que la mía. Al evocarla al cabo de tantos y tantos años, vuelvo a sentir el inmenso tedio de aquella tranquilidad muerta que se prolongaba, se prolongaba inalterable, durante el largo período de tiempo que discurría entre los poquísimos acontecimientos familiares.»
¿No hay una estrecha hermandad entre estos párrafos iniciales? En ambos oímos a alguien que evoca con dolor su juventud. Sentimos una voz que nos abre su corazón, que se sincera con el lector. Los recuerdos nos llegan como una corriente helada.
No sé qué opinión tenía Giorgio Bassani de la Marquesa Colombi ni si apreciaba sus libros, pero entre sus escenarios provincianos (la Ferrara del uno y la Novara de la otra), sus adolescentes ingenuos y llenos de fantasías, deseosos de ser amados, hay un sutil puente. También su estilo tiene mucho en común: sobrio, preciso, natural, más humorístico en el caso de Colombi, más melancólico en el de Bassani, nada afectado en ninguno de los dos.
Un matrimonio de provincias se publicó por primera vez en 1885. Su autora fue popular a finales del XIX y principios del XX, pero poco a poco su nombre se fue olvidando y sus libros desaparecieron de las librerías. Todo cambió en 1973, cuando Italo Calvino devolvió a la Colombi a la actualidad literaria: en esa fecha, y con un prólogo de Natalia Ginzburg, se reeditó Un matrimonio de provincias en la editorial Einaudi. A partir de entonces, aquella ignota autora de ideas progresistas que sólo era un nombre más en las enciclopedias, volvió a ocupar un lugar en los escaparates italianos: sus libros circularon de nuevo y los estudiosos renovaron su interés por una Marquesa que no era marquesa ni nada que se le pareciera: su verdadero nombre era Maria Antonietta Torriani y sus orígenes fueron muy humildes: huérfana, maestra de profesión y escritora vocacional, pudo desarrollar sus capacidades literarias cuando abandonó Novara y se trasladó a Milán, donde frecuentó activamente los círculos protofeministas. Adoptó el nombre con el que hoy es conocida cuando comenzó a colaborar en los periódicos milaneses (se casó con un periodista que luego fundó y dirigió el Corriere della sera). Este llamativo pseudónimo lo tomó de la marquesa Colombi, personaje de una embrolladísima comedia de Paolo Ferrari que, dicho sea de paso, no sé qué tenía de atractivo para nuestra autora: la marquesa teatral es una aristócrata hipócrita e insidiosa, muy alejada –en principio– del ideal de mujer de Maria Antonietta Torriani. El caso es que así decidió firmar sus escritos y con tan sonoro nombre ha pasado a la historia literaria de su país.
El prólogo de Natalia Ginzburg a la edición de 1973 de Un matrimonio de provincias es hermosísimo y subraya –y potencia– con tal elocuencia los méritos del texto que cabe pensar que sea una de las causas de la buena fortuna de la novela, ya que trasmite tal entusiasmo que tras leerlo uno desea ardientemente conocerla. Es más, no parece tanto un prólogo al uso como –casi– un episodio de Léxico familiar, ya que cita a su madre y a sus hermanos y cuenta de manera sencilla e intensa –muy a la Ginzburg– su relación con el libro de la Colombi, cómo lo leyó por casualidad siendo niña y llegó a obsesionarse con la historia e incluso a aprenderse fragmentos enteros de memoria. Aunque no lo hubiera confesado, cualquier lector de Natalia Ginzburg habría percibido en seguida el profundo vínculo que existe entre su literatura y esta novela de la Marquesa Colombi: ambas miran la realidad con ojos limpios, carentes de toda retórica grandilocuente; las dos eligen el marco familiar para presentarnos a sus personajes y explicarnos su carácter; son escritoras atentísimas a los sentimientos de sus protagonistas, a sus fantasías, a todo lo que pasa por su cabeza y su corazón; ambas autoras poseen un humor sutil que se manifiesta con naturalidad, sin ningún énfasis, gracias a su oído finísimo para captar el idiolecto de cada personaje. El lector siempre tiene no ya sensación de verosimilitud, sino de algo que va más lejos: una certeza de verdad. Lo que nos cuentan Natalia Ginzburg y la Marquesa Colombi es profunda y conmovedoramente verdadero.
Lo importante de Un matrimonio de provincias no es tanto lo que pasa, como lo que uno espera que pase. El lector entra en la novela de puntillas, delicadamente, y pronto –al igual que la protagonista, la joven Denza– se eleva sobre la realidad y se instala en el plano del deseo, de la ensoñación. Denza vive en dos mundos: uno aburrido, frustrante, lleno de rutinas y convenciones sociales alienantes; es el universo doméstico de la casa de su padre y su madrastra, el de las estrecheces (en todos los sentidos) de la vida provinciana. Pero, a la vez, Denza habita en un mundo imaginario: su instinto de supervivencia y su fantasía alimentan sus esperanzas de escapar de todo esto gracias al amor, al príncipe azul que crea en su cabeza. Uno podría pensar: esta historia ya la conozco, me la han contado mil veces. Los relatos de muchachas pobres que sueñan con librarse de su destino de injusticia e infelicidad son muy numerosos y hunden sus raíces en la literatura popular. La Marquesa Colombi recrea un personaje que tiene rasgos de la Cenicienta o de la Lechera, trasplantadas a una novela realista decimonónica: sin embargo, la autora escapa de estos referentes y de todos los tópicos al dotar a su protagonista de una personalidad compleja, nada idealizada ni previsible: Denza no es un arquetipo, no encarna ninguna tesis, no es una excusa para defender ninguna teoría o extraer una moraleja; al contrario, es una mujer de carne y hueso, contradictoria, llena de fantasías y, a la vez, nada idealista ni rebelde, poseedora de un sentido común rastrero, apegado a la realidad y totalmente alienado. La objetividad del relato es tal que a menudo uno se olvida de su fecha de escritura y le parece un texto contemporáneo, de una sorprendente modernidad: la frase final con la que cierra su relato, por ejemplo, podría coronar un cuento de Carver: nada se cierra, pero todo queda dicho, y de qué manera.
La edición española de Un matrimonio de provincias, la primera de una obra de la Marquesa Colombi en nuestro idioma, es excelente desde todos los puntos de vista. Junto a la estupenda traducción de Mercedes y María Corral, se nos ofrece un doble regalo: un prólogo de Cristina Grande y un posfacio de Natalia Ginzburg (este último, en realidad, es la presentación de la edición de 1973 de Einaudi de la que he hablado antes; en la versión española ese prólogo figura al final, algo que el lector agradecerá porque la Ginzburg –es el único reproche que cabe hacerle– desvela todo el argumento). Así, los editores han querido que estas maravillosas escritoras –Colombi, Ginzburg, Grande– se den la mano en el libro. Han hecho bien: en la obra literaria de las tres se puede oír un mismo pálpito. Todos los lectores de Natalia Ginzburg y de Cristina Grande amarán a partir de ahora, sin duda, a la Marquesa Colombi.
2 comentarios:
Mis ganas de leer este libro se acaban de multiplicar por dos.
Me gustan muchisimo Natalia Ginzburg y Cristina Grande...leere lo antes posible a la Marquesa.Gracias.
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