Trad. Marta Sánchez Nieves. Nevsky Prospects, Madrid, 2010. 281 pp. 16 €
Julián Díez
En España, como en casi toda Europa Occidental, hemos dado por hecho que la ciencia ficción es un fenómeno de origen y protagonismo estadounidense. Sólo en las últimas décadas emergió una modesta tradición autóctona, con varias obras de interés, pero la producción en otros idiomas permanece inédita salvo contadas excepciones que precisamente sirven para abrir el apetito, en particular la del polaco Stanislaw Lem. Con él como bandera, la ciencia ficción fue muy sólida en particular en el antiguo bloque del Este, donde la tradición surgió en buena medida por el impacto de esta obra que vuelve a las librerías españolas en traducción y edición sobresalientes por Nevsky Prospekts.
Alexéi Tolstói, el “conde camarada”, fue un noble ruso reconvertido en bolchevique que aquí parece justificar en parte su doble condición contradictoria haciendo que la princesa que da título a la novela encabece una revolución proletaria en un Marte algo acartonado, al que es fácil encontrar similitudes con el de Edgar Rice Burroughs aunque teñido por una delgada pátina de realismo, al menos de acuerdo a las convenciones de la época.
Los dos protagonistas, el hombre de acción y revolucionario Gúsev y el ingeniero Loss, llegan a un Marte con problemas sociales, dominado por una oligarquía anquilosada e incapaz de afrontar las medidas necesarias ante un desastre ecológico inminente. Todo ello bastante moderno, aunque el tratamiento de Tolstói no consigue escapar todo el tiempo a la tentación de caer en momentos de ramalazo “pulp”, de aventura popular de la época. Resulta algo más maduro, con todo, su dibujo de personajes y la fuerza descriptiva de Tolstói, indudablemente un escritor más refinado que sus colegas estadounidenses de la época.
La otra interesante novela de cf soviética de la época recién publicada por Nevsky Prospects, Estrella Roja de Alexander Bogdanov, resulta más doctrinaria –es claramente una novela de tesis, con los giros argumentales como simples excusas para presentar aspectos de una improbable utopía comunista estricta-, pero también más original y sincera. Aelita, a cambio, es en su conjunto más amena, y cabe comprender por qué ejerció una influencia decisiva en la ciencia ficción soviética: hasta hoy, da nombre a los congresos rusos del género y un premio anual de reconocimiento a los autores más destacados.
Para quienes conozcan la película de Yakov Protazanov, estrenada apenas dos años después de la publicación del libro, la novela ofrece diferencias notables. El principal es que está contada en serio, mientras la película utiliza el argumento de cf con cierta ironía como excusa para un mensaje algo escéptico sobre la revolución y la muestra de un despliegue maravilloso de vestuario y escenografía de vanguardia, muy influyente en su época y verdaderamente original hasta hoy. Ni el principio ni el final se corresponden, con intenciones y resultados bastante distintos pero muy satisfactorios en ambos casos.
Julián Díez
En España, como en casi toda Europa Occidental, hemos dado por hecho que la ciencia ficción es un fenómeno de origen y protagonismo estadounidense. Sólo en las últimas décadas emergió una modesta tradición autóctona, con varias obras de interés, pero la producción en otros idiomas permanece inédita salvo contadas excepciones que precisamente sirven para abrir el apetito, en particular la del polaco Stanislaw Lem. Con él como bandera, la ciencia ficción fue muy sólida en particular en el antiguo bloque del Este, donde la tradición surgió en buena medida por el impacto de esta obra que vuelve a las librerías españolas en traducción y edición sobresalientes por Nevsky Prospekts.
Alexéi Tolstói, el “conde camarada”, fue un noble ruso reconvertido en bolchevique que aquí parece justificar en parte su doble condición contradictoria haciendo que la princesa que da título a la novela encabece una revolución proletaria en un Marte algo acartonado, al que es fácil encontrar similitudes con el de Edgar Rice Burroughs aunque teñido por una delgada pátina de realismo, al menos de acuerdo a las convenciones de la época.
Los dos protagonistas, el hombre de acción y revolucionario Gúsev y el ingeniero Loss, llegan a un Marte con problemas sociales, dominado por una oligarquía anquilosada e incapaz de afrontar las medidas necesarias ante un desastre ecológico inminente. Todo ello bastante moderno, aunque el tratamiento de Tolstói no consigue escapar todo el tiempo a la tentación de caer en momentos de ramalazo “pulp”, de aventura popular de la época. Resulta algo más maduro, con todo, su dibujo de personajes y la fuerza descriptiva de Tolstói, indudablemente un escritor más refinado que sus colegas estadounidenses de la época.
La otra interesante novela de cf soviética de la época recién publicada por Nevsky Prospects, Estrella Roja de Alexander Bogdanov, resulta más doctrinaria –es claramente una novela de tesis, con los giros argumentales como simples excusas para presentar aspectos de una improbable utopía comunista estricta-, pero también más original y sincera. Aelita, a cambio, es en su conjunto más amena, y cabe comprender por qué ejerció una influencia decisiva en la ciencia ficción soviética: hasta hoy, da nombre a los congresos rusos del género y un premio anual de reconocimiento a los autores más destacados.
Para quienes conozcan la película de Yakov Protazanov, estrenada apenas dos años después de la publicación del libro, la novela ofrece diferencias notables. El principal es que está contada en serio, mientras la película utiliza el argumento de cf con cierta ironía como excusa para un mensaje algo escéptico sobre la revolución y la muestra de un despliegue maravilloso de vestuario y escenografía de vanguardia, muy influyente en su época y verdaderamente original hasta hoy. Ni el principio ni el final se corresponden, con intenciones y resultados bastante distintos pero muy satisfactorios en ambos casos.
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