Premio Llanes de Viajes 2010. Imagine Ediciones, Madrid, 2010. 189 pp. 15 €
Victoria R. Gil
No oculta Ricardo Menéndez Salmón lo que busca con este libro de viajes que tiene más de reflexivo que de andariego. Ya en la segunda página de su prefacio, o Pórtico, como ha dado en llamarlo, anuncia un doble mensaje, a su hija y a su tierra, porque ambas, a su manera, reúnen el «viaje como punto de partida y como lugar de llegada». También, al igual que Martin Amis en la cita introductoria, se pregunta por qué viajan los escritores y luego cuenta sus historias. Y, tras leer Asturias para Vera, uno concluye que el autor viaja para regresar a su hija, pero también a su propia infancia, cuando era él quien recorría de la mano de sus padres los mismos parajes por los que hoy conduce a Vera: «Un país posible, esqueleto, corazón y entrañas de una tierra a la que amo (…) y cuyo futuro contemplo con esa mezcla de escepticismo y asombro que son herramientas indispensables de todo viajero».
Con constantes referencias al cine, la música y la pintura, y a sus autores de cabecera, el escritor teje una urdimbre de tres cabos, paisaje, paternidad y palabra, a la que va uniendo la trama de un ayer que se extingue sin haber tenido ocasión de apuntalar el mañana por venir. Cuando pasea por las playas del oriente asturiano y recala en el puerto de Tazones que vio al emperador Carlos V pisar por primera vez tierra española; mientras descansa en su Gijón natal, antes de adentrarse en esa ría de Avilés a medio camino entre Blade Runner y el Akira de Katsuhiro Otomo, para ir a caer en el vértigo de los acantilados del occidente Cantábrico, Salmón traza un horizonte físico que oculta y disfraza el espacio simbólico de una Asturias de incierto futuro.
Juega también con su propia identidad en un capítulo, La metáfora del salmón, donde la presencia de esta especie, mucho más que un pez para los asturianos, se convierte en alegoría de una tierra tan ligada al éxodo y al último regreso como ese salmón que migra al océano en cuanto se siente con fuerzas para viajar, pero vuelve al mismo río en que nació para reproducirse antes de morir.
Como su homónimo, Ricardo M. Salmón confiesa la misma urgencia por regresar. Cuenta, por ejemplo, como durante una estancia en Kioto lo asaltó esa nostalgia que provoca haber cruzado demasiados meridianos y sólo fue capaz de sortearla volviendo a sus orígenes del único modo en que 10.000 kilómetros de distancia se lo permitían: la lectura en internet de un periódico de su ciudad. «Porque si es cierto que del nacionalismo se convalece viajando, no lo es menos que la saudade es pandémica e innegociable». Quizás también se viaje para no olvidar nunca el camino de vuelta.
No faltan tampoco los bosques, las montañas, el prerrománico y el corazón negro de una minería, tan levantisca ayer como hoy. Pero al final, el paraíso no es un lugar, ni siquiera el cuerpo de una mujer, el paraíso es «un libro abierto» y el olor del libro, «la esencia de todos los olores».
A pesar de no ser Menéndez Salmón un autor complaciente, ni consigo mismo ni con el lector, quizás sea ésta su obra más accesible hasta la fecha, donde ha conseguido la fórmula magistral que él mismo ha definido como “ese camino intermedio entre morirse de hambre por dadaísta y nadar en champán por zafonismo”. Y por si fuera poco el disfrute que regalan sus páginas, aún queda espacio en ellas para el aliento, para recordarnos que viajar, ser padre y leer son «tres formas de la consolación para tiempos ásperos y difíciles».
Victoria R. Gil
No oculta Ricardo Menéndez Salmón lo que busca con este libro de viajes que tiene más de reflexivo que de andariego. Ya en la segunda página de su prefacio, o Pórtico, como ha dado en llamarlo, anuncia un doble mensaje, a su hija y a su tierra, porque ambas, a su manera, reúnen el «viaje como punto de partida y como lugar de llegada». También, al igual que Martin Amis en la cita introductoria, se pregunta por qué viajan los escritores y luego cuenta sus historias. Y, tras leer Asturias para Vera, uno concluye que el autor viaja para regresar a su hija, pero también a su propia infancia, cuando era él quien recorría de la mano de sus padres los mismos parajes por los que hoy conduce a Vera: «Un país posible, esqueleto, corazón y entrañas de una tierra a la que amo (…) y cuyo futuro contemplo con esa mezcla de escepticismo y asombro que son herramientas indispensables de todo viajero».
Con constantes referencias al cine, la música y la pintura, y a sus autores de cabecera, el escritor teje una urdimbre de tres cabos, paisaje, paternidad y palabra, a la que va uniendo la trama de un ayer que se extingue sin haber tenido ocasión de apuntalar el mañana por venir. Cuando pasea por las playas del oriente asturiano y recala en el puerto de Tazones que vio al emperador Carlos V pisar por primera vez tierra española; mientras descansa en su Gijón natal, antes de adentrarse en esa ría de Avilés a medio camino entre Blade Runner y el Akira de Katsuhiro Otomo, para ir a caer en el vértigo de los acantilados del occidente Cantábrico, Salmón traza un horizonte físico que oculta y disfraza el espacio simbólico de una Asturias de incierto futuro.
Juega también con su propia identidad en un capítulo, La metáfora del salmón, donde la presencia de esta especie, mucho más que un pez para los asturianos, se convierte en alegoría de una tierra tan ligada al éxodo y al último regreso como ese salmón que migra al océano en cuanto se siente con fuerzas para viajar, pero vuelve al mismo río en que nació para reproducirse antes de morir.
Como su homónimo, Ricardo M. Salmón confiesa la misma urgencia por regresar. Cuenta, por ejemplo, como durante una estancia en Kioto lo asaltó esa nostalgia que provoca haber cruzado demasiados meridianos y sólo fue capaz de sortearla volviendo a sus orígenes del único modo en que 10.000 kilómetros de distancia se lo permitían: la lectura en internet de un periódico de su ciudad. «Porque si es cierto que del nacionalismo se convalece viajando, no lo es menos que la saudade es pandémica e innegociable». Quizás también se viaje para no olvidar nunca el camino de vuelta.
No faltan tampoco los bosques, las montañas, el prerrománico y el corazón negro de una minería, tan levantisca ayer como hoy. Pero al final, el paraíso no es un lugar, ni siquiera el cuerpo de una mujer, el paraíso es «un libro abierto» y el olor del libro, «la esencia de todos los olores».
A pesar de no ser Menéndez Salmón un autor complaciente, ni consigo mismo ni con el lector, quizás sea ésta su obra más accesible hasta la fecha, donde ha conseguido la fórmula magistral que él mismo ha definido como “ese camino intermedio entre morirse de hambre por dadaísta y nadar en champán por zafonismo”. Y por si fuera poco el disfrute que regalan sus páginas, aún queda espacio en ellas para el aliento, para recordarnos que viajar, ser padre y leer son «tres formas de la consolación para tiempos ásperos y difíciles».
2 comentarios:
Excelente reseña de un magnífico autor.
Bien explicados entimientos que lleva alguien a quien Asturias es más que geografía, besos
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