Alcalá, Jaén, 2009. 145 pp. 14.90 €
Pedro M. Domene
La memoria resulta, en ocasiones, profundamente engañosa, repleta de distorsiones y de errores, incluso de esas omisiones y trampas que, el paso del tiempo, tamiza pero que con algo de suerte pueden convertirse en ficción y por tanto en una auténtica historia, tanto es así que estamos narrando continuamente nuestras vidas, rescribiéndolas en un devenir cotidiano. Recorremos ciertos lugares ocultos a los que no tenemos acceso y el miedo, el riesgo, lo desconocido, o el no saber, se convierten en esas fuerzas que nos empujan como si todo lo vislumbrásemos desde una superficie. Para zafarnos de esos riesgos, de esos miedos, para dejarnos envolver por lo ajeno, nos vemos forzados a explorar terrenos interpersonales bastante desconocidos y solo así hacemos frente a nuestros propios sentimientos de vulnerabilidad, de inquietud, o desesperación que solo al final logramos exorcizar. Vivimos experiencias que nos obligan a mirar muy profundamente dentro de nosotros; acudimos a nuestra intuición que nos supone una toma de conciencia que bien puede parecerse a un plano metafísico que respalda nuestra autoafirmación. Destruimos barreras de miedo como si de un auténtico desafío se tratara; y solo cuando somos honestos con nosotros mismos, observamos que esa realidad forma parte del resto de la gente, que dependemos, en cierta medida, de cierta espontaneidad y que ninguna técnica nos sirve como de una solución terapéutica.
Todo este preámbulo a propósito del libro, El corazón de los caballos, obra ganadora del II Premio Internacional de Novela Rafael Ceballos 2009, cuyo autor Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970), había publicado hasta el momento dos colecciones de cuentos El síndrome Chejov (2006) y Quédate donde estás (2009). El corazón de los caballos, se concreta en un juego de voces, entre las que sobresale una, con la que se irán hilvanando, en una calculada sucesión, otras historias que se superponen a lo largo del relato, aunque todas se irán completando en una visión única sobre temas tan variados como el mundo del erotismo, los amores tormentosos, el fracaso y esas exculpaciones voluntarias que, de alguna manera, justifican alguno de los muchos secretos que esconde Víctor, el personaje que se confiesa en esta narración. Una temporalidad manifiesta, desvela el proceso a que recurre el narrador para contar, durante su viaje desde el Sur hasta el Pirineo, capítulos pasados de su vida reciente y en las circunstancias en que se desenvolvieron. Este proceso narrativo resulta obvio, en un relato de iniciación como el desarrollado por la voz protagonista. El viaje sirve de ardid para desencadenar ciertos hechos de la memoria y a través de ella, el protagonista, nos descubre ciertos episodios de su pasado, al tiempo que, a medida que trascurre la narración, vislumbra un devastador final.
Roza este relato, visto desde esta perspectiva, el existencialismo francés que propugnaba el significado y la esencia de los seres humanos, su libertad y su temporalidad, es decir, escudriñaba en lo más profundo de la condición humana, y que, con el paso del tiempo, se le ha atribuido un carácter vivencial, ligado a los dilemas, estragos, contradicciones y estupidez humanas, que es lo que retrata la relación entre Andrés, un joven escritor que va a recibir un premio literario, en Asie, un lejano pueblo en el Pirineo aragonés, y Víctor, el prometedor estudiante de matemáticas, con quien ha tenido una reciente relación amorosa. Aunque emprenden el viaje, conscientes de su fracasada relación, al hilo, esa memoria engañosa apuntada, le devuelve a Víctor otros sonados fracasos: el de su abuelo, el de sus padres, una adolescente iniciación al sexo junto a Eva, la chica más guapa del instituto, incluso su futuro profesional en el mundo de la investigación de la Teoría de Códigos en el Departamento de Matemáticas de la universidad donde había estudiado, el viejo que cuenta la extraña historia del poeta portugués Manuel Miguéis, incluso el recurso de contar una historia como la destrucción de Sarajevo ante los ojos de una profesora que vive el asedio de la ciudad y la rotundidad final del desengaño en el desenlace de la novela: Inés Mara, la novelista fetiche de su compañero Andrés a quien le entregará el premio y, en su presencia, lo llevará a otra dimensión de la vida literaria. Curioso el guiño.
El corazón de los caballos es una novela atrevida, en su propia configuración y arriesgada en su estructura (dos posibles momentos enmarcados en una fecha concreta: diciembre de 1995, con oscilaciones temporales hasta un curso escolar en 1988-1989), que no permite en ningún momento la identificación de un posible lector aunque, de alguna forma, pueda sentirse atraído por cómo se desarrolla la narración y las sucesivas tensiones a las que el novelista somete a sus personajes y por extensión a quien lee, porque sigue página tras página esa rencorosa visión de Víctor sobre el mundo, la violencia acumulada que lo lleva a algunas actuaciones reprobables, dosificadas en parte por la belleza de una bondad humana que, literariamente, salvan a nuestro protagonista, víctima en todo caso de la sociedad actual.
Pedro M. Domene
La memoria resulta, en ocasiones, profundamente engañosa, repleta de distorsiones y de errores, incluso de esas omisiones y trampas que, el paso del tiempo, tamiza pero que con algo de suerte pueden convertirse en ficción y por tanto en una auténtica historia, tanto es así que estamos narrando continuamente nuestras vidas, rescribiéndolas en un devenir cotidiano. Recorremos ciertos lugares ocultos a los que no tenemos acceso y el miedo, el riesgo, lo desconocido, o el no saber, se convierten en esas fuerzas que nos empujan como si todo lo vislumbrásemos desde una superficie. Para zafarnos de esos riesgos, de esos miedos, para dejarnos envolver por lo ajeno, nos vemos forzados a explorar terrenos interpersonales bastante desconocidos y solo así hacemos frente a nuestros propios sentimientos de vulnerabilidad, de inquietud, o desesperación que solo al final logramos exorcizar. Vivimos experiencias que nos obligan a mirar muy profundamente dentro de nosotros; acudimos a nuestra intuición que nos supone una toma de conciencia que bien puede parecerse a un plano metafísico que respalda nuestra autoafirmación. Destruimos barreras de miedo como si de un auténtico desafío se tratara; y solo cuando somos honestos con nosotros mismos, observamos que esa realidad forma parte del resto de la gente, que dependemos, en cierta medida, de cierta espontaneidad y que ninguna técnica nos sirve como de una solución terapéutica.
Todo este preámbulo a propósito del libro, El corazón de los caballos, obra ganadora del II Premio Internacional de Novela Rafael Ceballos 2009, cuyo autor Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970), había publicado hasta el momento dos colecciones de cuentos El síndrome Chejov (2006) y Quédate donde estás (2009). El corazón de los caballos, se concreta en un juego de voces, entre las que sobresale una, con la que se irán hilvanando, en una calculada sucesión, otras historias que se superponen a lo largo del relato, aunque todas se irán completando en una visión única sobre temas tan variados como el mundo del erotismo, los amores tormentosos, el fracaso y esas exculpaciones voluntarias que, de alguna manera, justifican alguno de los muchos secretos que esconde Víctor, el personaje que se confiesa en esta narración. Una temporalidad manifiesta, desvela el proceso a que recurre el narrador para contar, durante su viaje desde el Sur hasta el Pirineo, capítulos pasados de su vida reciente y en las circunstancias en que se desenvolvieron. Este proceso narrativo resulta obvio, en un relato de iniciación como el desarrollado por la voz protagonista. El viaje sirve de ardid para desencadenar ciertos hechos de la memoria y a través de ella, el protagonista, nos descubre ciertos episodios de su pasado, al tiempo que, a medida que trascurre la narración, vislumbra un devastador final.
Roza este relato, visto desde esta perspectiva, el existencialismo francés que propugnaba el significado y la esencia de los seres humanos, su libertad y su temporalidad, es decir, escudriñaba en lo más profundo de la condición humana, y que, con el paso del tiempo, se le ha atribuido un carácter vivencial, ligado a los dilemas, estragos, contradicciones y estupidez humanas, que es lo que retrata la relación entre Andrés, un joven escritor que va a recibir un premio literario, en Asie, un lejano pueblo en el Pirineo aragonés, y Víctor, el prometedor estudiante de matemáticas, con quien ha tenido una reciente relación amorosa. Aunque emprenden el viaje, conscientes de su fracasada relación, al hilo, esa memoria engañosa apuntada, le devuelve a Víctor otros sonados fracasos: el de su abuelo, el de sus padres, una adolescente iniciación al sexo junto a Eva, la chica más guapa del instituto, incluso su futuro profesional en el mundo de la investigación de la Teoría de Códigos en el Departamento de Matemáticas de la universidad donde había estudiado, el viejo que cuenta la extraña historia del poeta portugués Manuel Miguéis, incluso el recurso de contar una historia como la destrucción de Sarajevo ante los ojos de una profesora que vive el asedio de la ciudad y la rotundidad final del desengaño en el desenlace de la novela: Inés Mara, la novelista fetiche de su compañero Andrés a quien le entregará el premio y, en su presencia, lo llevará a otra dimensión de la vida literaria. Curioso el guiño.
El corazón de los caballos es una novela atrevida, en su propia configuración y arriesgada en su estructura (dos posibles momentos enmarcados en una fecha concreta: diciembre de 1995, con oscilaciones temporales hasta un curso escolar en 1988-1989), que no permite en ningún momento la identificación de un posible lector aunque, de alguna forma, pueda sentirse atraído por cómo se desarrolla la narración y las sucesivas tensiones a las que el novelista somete a sus personajes y por extensión a quien lee, porque sigue página tras página esa rencorosa visión de Víctor sobre el mundo, la violencia acumulada que lo lleva a algunas actuaciones reprobables, dosificadas en parte por la belleza de una bondad humana que, literariamente, salvan a nuestro protagonista, víctima en todo caso de la sociedad actual.
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