Caballo de Troya, Madrid, 2010. 144 pp. 12,90 €
Recaredo Veredas
Las primeras páginas revelan sin ambages qué va a encontrar el lector: una prosa nítida, ágil, capaz de viajar con soltura entre distintos focos sin rozar siquiera el caos, manteniendo una jerarquía sutil y firme al mismo tiempo. También halla una obra matizada, que desmiente la máxima tolstoiana que divide a las familias entre felices y desgraciadas mostrando una amplia paleta de grises.
El hijo del futbolista no es una novela bisoña ni pretenciosa, como suele ocurrir con tantas óperas primas, sino una obra clásica y cercana a la tierra, aunque no por ello simplona ni antigua.
Nos encontramos frente a una magnífica novela de iniciación. Magnífica tanto por lo que cuenta como por los recursos formales que escoge, supeditados siempre al buen fin de la narración. Cuenta el descubrimiento del miedo, de los pequeños triunfos y derrotas que se esconden tras la aparente fortaleza. El hallazgo no se limita al protagonista y su entorno, definido por un espacio decadente y extraño, marcado por una influencia británica que rozó el colonialismo. También se extiende a la España de los 90, un país que ocultó su debilidad tras el resultón decorado de la Expo y las Olimpiadas. Ese descubrimiento de la complejidad se ejemplifica en el padre, el futbolista que renunció a lo que tanto quiso y, lo que es más importante, a uno de los sueños colectivos de su generación.
Pero quizá el logro más destacable sea la creación de una voz sólida y matizada, con el que cualquiera que haya sentido incertidumbre a la hora de descifrar el mundo —es decir, cualquiera mínimamente inquieto— puede identificarse. Coradino Vega se revela como un autor más que diestro, que utiliza a su antojo, aunque sin capricho, registros muy diferentes. Además el protagonista-narrador mantiene una adecuada distancia respecto de sí mismo y contribuye a crear un universo completo en su brevedad, poblado por seres de carne y hueso y fantasmas nacidos en tiempos lejanos. El hijo del futbolista ayuda a sus lectores a comprender su propia juventud y los irremediables traumas de la madurez. Y lo hace sin ira pero también sin una falsa mansedumbre.
Recaredo Veredas
Las primeras páginas revelan sin ambages qué va a encontrar el lector: una prosa nítida, ágil, capaz de viajar con soltura entre distintos focos sin rozar siquiera el caos, manteniendo una jerarquía sutil y firme al mismo tiempo. También halla una obra matizada, que desmiente la máxima tolstoiana que divide a las familias entre felices y desgraciadas mostrando una amplia paleta de grises.
El hijo del futbolista no es una novela bisoña ni pretenciosa, como suele ocurrir con tantas óperas primas, sino una obra clásica y cercana a la tierra, aunque no por ello simplona ni antigua.
Nos encontramos frente a una magnífica novela de iniciación. Magnífica tanto por lo que cuenta como por los recursos formales que escoge, supeditados siempre al buen fin de la narración. Cuenta el descubrimiento del miedo, de los pequeños triunfos y derrotas que se esconden tras la aparente fortaleza. El hallazgo no se limita al protagonista y su entorno, definido por un espacio decadente y extraño, marcado por una influencia británica que rozó el colonialismo. También se extiende a la España de los 90, un país que ocultó su debilidad tras el resultón decorado de la Expo y las Olimpiadas. Ese descubrimiento de la complejidad se ejemplifica en el padre, el futbolista que renunció a lo que tanto quiso y, lo que es más importante, a uno de los sueños colectivos de su generación.
Pero quizá el logro más destacable sea la creación de una voz sólida y matizada, con el que cualquiera que haya sentido incertidumbre a la hora de descifrar el mundo —es decir, cualquiera mínimamente inquieto— puede identificarse. Coradino Vega se revela como un autor más que diestro, que utiliza a su antojo, aunque sin capricho, registros muy diferentes. Además el protagonista-narrador mantiene una adecuada distancia respecto de sí mismo y contribuye a crear un universo completo en su brevedad, poblado por seres de carne y hueso y fantasmas nacidos en tiempos lejanos. El hijo del futbolista ayuda a sus lectores a comprender su propia juventud y los irremediables traumas de la madurez. Y lo hace sin ira pero también sin una falsa mansedumbre.
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