Ediciones Soubriet, Ciudad Real, 2009. 73 pp.
Sofía Rhei
"No es justo que conviertas tu inquietud en mi ansiedad", dice uno de los poemas de este libro de textos lúcidos, con los que resulta imposible no identificarse. Al trasluz de los poemas se adivinan situaciones cotidianas que han quedado marcadas por la amargura que una carencia de comunicación ha dejado impresa en ellas. A menudo, el hecho de no decir supone un mensaje muchas veces más dañino que absolutamente cualquier palabra:
"Cuéntame, si es que en tu olvido hay una luz,
cuándo tus ojos perdieron el brillo de la verdad"
Al presentar el libro, Luis Alberto de Cuenca, autor del prólogo, explicó cómo, a su parecer, casi toda la poesía es triste, porque la poesía es un sustituto de la alegría. Esto tiene mucho que ver con este libro, en el que el tono melancólico es un vehículo del sentido, un refuerzo de la añoranza por ese mundo posible y cercano en el que las palabras serían todo lo que pueden llegar a ser.
El prologuista escribe que "el silencio desempeña el papel de villano" en esta colección de textos sobre la presión atmosférica de la incomunicación y su omnipresencia, sobre cómo el no saber o no querer decir puede ahogar, acerca del abrumador océano de palabras en el que tratamos de flotar y la falta de sentido de la mayor parte de ellas.
La poesía de Antonia Cortés tiene una voluntad semántica. Tras varios años de silencio, la poeta sólo habla para decir cosas que merece la pena decir, para poner la palabra en la llaga de las oportunidades perdidas, de las trampas de la memoria, de la cobardía como fuente de sufrimiento, de los diferentes colores de la pérdida, de la ciudad como trampa para las soledades y los alejamientos. Como causa y efecto de todo, en el centro de todo, están las carencias comunicativas, los silencios que sustituyen a esas palabras clave que deberían ser pronunciadas en los momentos precisos, y la falta de conciencia acerca de la importancia de esa amputación del sentido, de esa discapacidad. A menudo habría bastado con una palabra, pero como dice Antonia, "no estamos acostumbrados a pronunciarla".
La edición, cuidadísma y excepcionalmente lujosa dentro el panorama de la poesía, demuestra una vez más el cuidado que muchas pequeñas editoriales ponen en sus obras.
Este libro (que sólo pueden encontrarse en librerías pequeñas, de esas en las que los libreros se preocupan por mantener la calidad de sus existencias) está cuidadosamente ilustrado por el artista Eduardo Barco a razón de una limpia imagen por poema. Cada par de páginas contiene un texto y un grafismo, pero lejos de repetir estructura, en cada caso particular la disposición gráfica varía, en un ejercicio de diseño del que se aprecian incluso las leves transparencias de unas imágenes sobre espacios en blanco. Las ilustraciones, de una abstracción reflexiva, sugieren en su roma geometría mecanismos de protección y relaciones fallidas, enlazando de una interesante y sugestiva manera con una autora heredera de las mismas fuentes que la poesía de la experiencia.
Sofía Rhei
"No es justo que conviertas tu inquietud en mi ansiedad", dice uno de los poemas de este libro de textos lúcidos, con los que resulta imposible no identificarse. Al trasluz de los poemas se adivinan situaciones cotidianas que han quedado marcadas por la amargura que una carencia de comunicación ha dejado impresa en ellas. A menudo, el hecho de no decir supone un mensaje muchas veces más dañino que absolutamente cualquier palabra:
"Cuéntame, si es que en tu olvido hay una luz,
cuándo tus ojos perdieron el brillo de la verdad"
Al presentar el libro, Luis Alberto de Cuenca, autor del prólogo, explicó cómo, a su parecer, casi toda la poesía es triste, porque la poesía es un sustituto de la alegría. Esto tiene mucho que ver con este libro, en el que el tono melancólico es un vehículo del sentido, un refuerzo de la añoranza por ese mundo posible y cercano en el que las palabras serían todo lo que pueden llegar a ser.
El prologuista escribe que "el silencio desempeña el papel de villano" en esta colección de textos sobre la presión atmosférica de la incomunicación y su omnipresencia, sobre cómo el no saber o no querer decir puede ahogar, acerca del abrumador océano de palabras en el que tratamos de flotar y la falta de sentido de la mayor parte de ellas.
La poesía de Antonia Cortés tiene una voluntad semántica. Tras varios años de silencio, la poeta sólo habla para decir cosas que merece la pena decir, para poner la palabra en la llaga de las oportunidades perdidas, de las trampas de la memoria, de la cobardía como fuente de sufrimiento, de los diferentes colores de la pérdida, de la ciudad como trampa para las soledades y los alejamientos. Como causa y efecto de todo, en el centro de todo, están las carencias comunicativas, los silencios que sustituyen a esas palabras clave que deberían ser pronunciadas en los momentos precisos, y la falta de conciencia acerca de la importancia de esa amputación del sentido, de esa discapacidad. A menudo habría bastado con una palabra, pero como dice Antonia, "no estamos acostumbrados a pronunciarla".
La edición, cuidadísma y excepcionalmente lujosa dentro el panorama de la poesía, demuestra una vez más el cuidado que muchas pequeñas editoriales ponen en sus obras.
Este libro (que sólo pueden encontrarse en librerías pequeñas, de esas en las que los libreros se preocupan por mantener la calidad de sus existencias) está cuidadosamente ilustrado por el artista Eduardo Barco a razón de una limpia imagen por poema. Cada par de páginas contiene un texto y un grafismo, pero lejos de repetir estructura, en cada caso particular la disposición gráfica varía, en un ejercicio de diseño del que se aprecian incluso las leves transparencias de unas imágenes sobre espacios en blanco. Las ilustraciones, de una abstracción reflexiva, sugieren en su roma geometría mecanismos de protección y relaciones fallidas, enlazando de una interesante y sugestiva manera con una autora heredera de las mismas fuentes que la poesía de la experiencia.
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