Trad. Elena Losada. Madrid, Siruela, 2006. 184 pp. 19,90 € / Trad. Elena Losada. Madrid, Siruela, 2006. 272 pp. 19,90 €
Guillermo Ruiz Villagordo
¿Qué se puede esperar de la escritura de una judía ucraniana trasplantada a Brasil? En uno de los territorios más ardientes del mundo vivió el siglo pasado una mujer apasionada por todo aquello que superaba lo corporal. Obsesionada, de hecho, por el simple hecho de nombrar, por el significado oculto tras el significado, por la paradoja primigenia de todo acto de habla y, por supuesto, de escritura. Sin lugar a dudas, Clarice Lispector es una de las más extraordinarias rara avis que haya dado la literatura.
De esta mujer única “que no se parecía a nadie” lleva publicándose en Siruela desde unos años el grueso de su obra en ediciones bellísimas y con extraordinarias traducciones, a excepción de la que muchos consideran su principal novela, quintaesencia de su arte literario, La pasión según G.H., publicada por El Aleph, y sus fundamentales Cuentos reunidos, en el catálogo de Alfaguara. Es evidente que los momentos más destacados de esta tarea de recopilación lo representan la recuperación de obras que hasta el momento habían quedado desatendidas y eran prácticamente inencontrables, como es éste el caso.
Es curioso que si su primera novela, Cerca del corazón salvaje, muestra ya muy a las claras su particular concepción literaria, de un refinamiento transparente que se parece mucho al de su producción cuentística, en estas sus dos novelas siguientes Lispector parece dar un paso atrás, impregnándolas de un barroquismo linguístico que no será precisamente una de sus señas de identidad: todo lo contrario, el mundo de Lispector se destila en esencias, en nombres, en los significados detrás de esos nombres, sin apoyarse en adornos superfluos que obnubilen la conciencia.
En ambas novelas, como en la casi totalidad de su producción, aparte de la importancia del acto del lenguaje, se trata de hallar el lugar de la mujer en el mundo, que pasa por descubrirse a sí misma, desligada del hombre, en este caso a través de sus dos protagonistas: Lucrecia Neves, por un lado; Virginia, por otro. Ambas se ven abocadas a definirse en relación a elementos varones, ya sean los pretendientes que desfilan ante Lucrecia (con sonoros nombres bíblicos y mitológicos como Perseu, el dulce y bello médico, Felipe, el enérgico teniente, y Mateu, el maduro hombre de negocios al que acabará rindiéndose), su asociación recurrente con la potente imagen de los caballos, o el vínculo incestuoso entre Virginia y su hermano Daniel. En ambos casos, el amor resulta inútil para que la mujer encuentre su propio sentido, ya que éste se encuentra en ella misma, independientemente de cualquier entorno. Es por ello que Sao Geraldo, la ciudad sitiada, y Lucrecia, la mujer cercada, evolucionan, progresan, pero se mantienen indemnes a pesar de todo, espejo una de la otra, consolación de una en la otra, con el estigma común de no estarles permitido el deseo. Deseo que, realizado en Virginia, tampoco llevará a nada que no estuviera ya dentro de ella, insinuado, siempre insinuado, como parte de su naturaleza.
Se habrá notado que no he dado ni asomo de indicación argumental. Y es que la narrativa de Lispector se asemeja más a un largo poema metafísico, en el que lo interior es el prisma desde el que vislumbrar elementos exteriores, fragmentos, puros destellos. No es una lectura ligera y sí de la que exige lectores animosos, pero de ella se sale como de una iluminación: más sabios y más puros.
Guillermo Ruiz Villagordo
¿Qué se puede esperar de la escritura de una judía ucraniana trasplantada a Brasil? En uno de los territorios más ardientes del mundo vivió el siglo pasado una mujer apasionada por todo aquello que superaba lo corporal. Obsesionada, de hecho, por el simple hecho de nombrar, por el significado oculto tras el significado, por la paradoja primigenia de todo acto de habla y, por supuesto, de escritura. Sin lugar a dudas, Clarice Lispector es una de las más extraordinarias rara avis que haya dado la literatura.
De esta mujer única “que no se parecía a nadie” lleva publicándose en Siruela desde unos años el grueso de su obra en ediciones bellísimas y con extraordinarias traducciones, a excepción de la que muchos consideran su principal novela, quintaesencia de su arte literario, La pasión según G.H., publicada por El Aleph, y sus fundamentales Cuentos reunidos, en el catálogo de Alfaguara. Es evidente que los momentos más destacados de esta tarea de recopilación lo representan la recuperación de obras que hasta el momento habían quedado desatendidas y eran prácticamente inencontrables, como es éste el caso.
Es curioso que si su primera novela, Cerca del corazón salvaje, muestra ya muy a las claras su particular concepción literaria, de un refinamiento transparente que se parece mucho al de su producción cuentística, en estas sus dos novelas siguientes Lispector parece dar un paso atrás, impregnándolas de un barroquismo linguístico que no será precisamente una de sus señas de identidad: todo lo contrario, el mundo de Lispector se destila en esencias, en nombres, en los significados detrás de esos nombres, sin apoyarse en adornos superfluos que obnubilen la conciencia.
En ambas novelas, como en la casi totalidad de su producción, aparte de la importancia del acto del lenguaje, se trata de hallar el lugar de la mujer en el mundo, que pasa por descubrirse a sí misma, desligada del hombre, en este caso a través de sus dos protagonistas: Lucrecia Neves, por un lado; Virginia, por otro. Ambas se ven abocadas a definirse en relación a elementos varones, ya sean los pretendientes que desfilan ante Lucrecia (con sonoros nombres bíblicos y mitológicos como Perseu, el dulce y bello médico, Felipe, el enérgico teniente, y Mateu, el maduro hombre de negocios al que acabará rindiéndose), su asociación recurrente con la potente imagen de los caballos, o el vínculo incestuoso entre Virginia y su hermano Daniel. En ambos casos, el amor resulta inútil para que la mujer encuentre su propio sentido, ya que éste se encuentra en ella misma, independientemente de cualquier entorno. Es por ello que Sao Geraldo, la ciudad sitiada, y Lucrecia, la mujer cercada, evolucionan, progresan, pero se mantienen indemnes a pesar de todo, espejo una de la otra, consolación de una en la otra, con el estigma común de no estarles permitido el deseo. Deseo que, realizado en Virginia, tampoco llevará a nada que no estuviera ya dentro de ella, insinuado, siempre insinuado, como parte de su naturaleza.
Se habrá notado que no he dado ni asomo de indicación argumental. Y es que la narrativa de Lispector se asemeja más a un largo poema metafísico, en el que lo interior es el prisma desde el que vislumbrar elementos exteriores, fragmentos, puros destellos. No es una lectura ligera y sí de la que exige lectores animosos, pero de ella se sale como de una iluminación: más sabios y más puros.
1 comentario:
La lámpara es una historia de la soledad, una manifestación de la desolación en la persona de Virginia enmarcada por un amor desmedido, quizá incestuoso y solitario por su hermano, y las relaciones de la soledad existencial de Virginia con el mundo; un historia en donde todos conviven con su propia soledad desértica y a veces, con la de otros. Una historia que suavemente nos va conduciendo en una metafísica de las sensaciones, en un intento por capturar en descripciones amplias el estado íntimo de los sentidos
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