Iberoamericana-Vervuert, Madrid-Frankfurt am Main, 2006. 261 pp. 19,80 €
Guillermo Ruiz Villagordo
¡República Dominicana! ¡Santo Domingo! Seguro que te acaban de venir a la mente playas paradisíacas de arena fina y agua cristalina, palmeras descomunales y un infinito horizonte azul. Pues debes saber que ése no es más que un escenario parcial, manipulado, diseñado para turistas, localizado principalmente en el norte de la isla. El resto del territorio, incluida la capital, es una mezcla de pobreza y calmadas ansias de vivir y sobrevivir, ya sea para comer, ya sea para crear.
Pero no te sientas decepcionado. Si eres un lector curioso, tienes toda una narrativa desconocida que descubrir. Curioso y aventurero, habría que añadir, ya que la mayoría de libros dominicanos están encerrados dentro de la isla, faltos de una mínima estructura de distribución, por lo que hay que tener cierta maña para localizarlos y hacerse con ellos. De modo que para encauzar con habilidad tus esfuerzos es preferible tener una mínima idea de qué buscar, y dejar aparcado de momento el problema del dónde.
Para esa tarea es difícil imaginar mejor guía que la de la profesora Rita de Maeseneer. Su recorrido por la narrativa dominicana es amplísimo incluso habiéndose centrado en las manifestaciones del siglo XX, y abarca desde nombres consagrados, como Marcio Veloz Maggiolo, a pequeñas estrellas locales, como Rita Indiana Hernández. La organización del material es temática, por lo que resulta más instructiva para quien no conozca la realidad insular. Así, tras una breve parada en la novela colonial se da paso a la más frecuentada dedicada a ese monstruo llamado Rafael Leónidas Trujillo, el dictador particular del territorio, universalmente conocido gracias a Vargas Llosa y su La fiesta del chivo. Precisamente esta novela es también analizada aquí, junto a alguna más de autores dominicanos reconvertidos en ciudadanos estadounidenses y escritores por tanto en lengua inglesa, como Julia Álvarez y Junot Díaz, y de autores haitianos, como la exquisita Edwidge Danticat, que sirven de conveniente contraste, en particular al tratar un hecho histórico fundamental, aún presente en la memoria colectiva: el “Corte” de 1937, la matanza de miles de haitianos “ilegales” por orden del supremo Trujillo. El sentimiento de culpa por tan deplorable hecho aún se rastrea en la narrativa joven reciente, en la que el antihaitianismo trujillista da lugar una rehabilitación no exenta de curiosidad del “hermano” de la otra medio isla. Y es que Haiti no deja de ser un pedazo de África pura en tierras americanas, que destaca frente a las posibilidades de progreso, aunque difícilmente cumplidas, de República Dominicana.
El recorrido continúa en una segunda parte dedicada a distintas visiones del campo y la ciudad, con el momento estelar que representa la novelita urbana inaugural La estrategia de Chochueca de Rita Indiana Hernández, y a la inmigración de dominicanos a la cercana e “imperial” Puerto Rico en busca de unas expectativas de futuro más sólidas. En este último caso se recurre de nuevo a una visión “extranjera”, la de escritores puertorriqueños, como Ana Lydia Vega, para dotar de más matices el estudio. La tercera y última parte es un seguimiento de la presencia musical tan característica de Santo Domingo en su narrativa, a través de uno de sus representantes principales: el bolero. Como curiosidad, señalar que una de las novelas analizadas, Sólo cenizas hallarás de Pedro Vergés, fue finalista del Premio Nadal en 1980, y es fácil de encontrar en librerías de viejo.
Pero lo que acaba de darle más valor a este intenso y atractivo trayecto es que la visión de la autora, aún siendo apasionada, no es parcial, sino desprejuiciada y con frecuencia teñida de una sutil ironía que se agradece a cada página. Es frecuente que el estudioso admire tanto el tema de su tesis que todo le parezca maravilloso y sin mácula, de donde el lector termina por no creerse ni una de sus palabras como no lo haría del gurú de una secta que le fuese ajena. Por contra, De Maeseneer no duda en criticar los puntos flojos de los libros que examina, sin dejar de ser consciente de que en una novela, además de lo fundamentalmente literario, puede importar también lo que contiene de histórico o social, o incluso lo que con sus defectos muestra de una tendencia que se respira en el aire y no acaba de tomar forma artística plena por una u otra razón.
Así que ya sabes. Tú, que sueñas vivir el Caribe con intensidad, tienes aquí una puerta de entrada alternativa al paraíso... y al infierno.
Guillermo Ruiz Villagordo
¡República Dominicana! ¡Santo Domingo! Seguro que te acaban de venir a la mente playas paradisíacas de arena fina y agua cristalina, palmeras descomunales y un infinito horizonte azul. Pues debes saber que ése no es más que un escenario parcial, manipulado, diseñado para turistas, localizado principalmente en el norte de la isla. El resto del territorio, incluida la capital, es una mezcla de pobreza y calmadas ansias de vivir y sobrevivir, ya sea para comer, ya sea para crear.
Pero no te sientas decepcionado. Si eres un lector curioso, tienes toda una narrativa desconocida que descubrir. Curioso y aventurero, habría que añadir, ya que la mayoría de libros dominicanos están encerrados dentro de la isla, faltos de una mínima estructura de distribución, por lo que hay que tener cierta maña para localizarlos y hacerse con ellos. De modo que para encauzar con habilidad tus esfuerzos es preferible tener una mínima idea de qué buscar, y dejar aparcado de momento el problema del dónde.
Para esa tarea es difícil imaginar mejor guía que la de la profesora Rita de Maeseneer. Su recorrido por la narrativa dominicana es amplísimo incluso habiéndose centrado en las manifestaciones del siglo XX, y abarca desde nombres consagrados, como Marcio Veloz Maggiolo, a pequeñas estrellas locales, como Rita Indiana Hernández. La organización del material es temática, por lo que resulta más instructiva para quien no conozca la realidad insular. Así, tras una breve parada en la novela colonial se da paso a la más frecuentada dedicada a ese monstruo llamado Rafael Leónidas Trujillo, el dictador particular del territorio, universalmente conocido gracias a Vargas Llosa y su La fiesta del chivo. Precisamente esta novela es también analizada aquí, junto a alguna más de autores dominicanos reconvertidos en ciudadanos estadounidenses y escritores por tanto en lengua inglesa, como Julia Álvarez y Junot Díaz, y de autores haitianos, como la exquisita Edwidge Danticat, que sirven de conveniente contraste, en particular al tratar un hecho histórico fundamental, aún presente en la memoria colectiva: el “Corte” de 1937, la matanza de miles de haitianos “ilegales” por orden del supremo Trujillo. El sentimiento de culpa por tan deplorable hecho aún se rastrea en la narrativa joven reciente, en la que el antihaitianismo trujillista da lugar una rehabilitación no exenta de curiosidad del “hermano” de la otra medio isla. Y es que Haiti no deja de ser un pedazo de África pura en tierras americanas, que destaca frente a las posibilidades de progreso, aunque difícilmente cumplidas, de República Dominicana.
El recorrido continúa en una segunda parte dedicada a distintas visiones del campo y la ciudad, con el momento estelar que representa la novelita urbana inaugural La estrategia de Chochueca de Rita Indiana Hernández, y a la inmigración de dominicanos a la cercana e “imperial” Puerto Rico en busca de unas expectativas de futuro más sólidas. En este último caso se recurre de nuevo a una visión “extranjera”, la de escritores puertorriqueños, como Ana Lydia Vega, para dotar de más matices el estudio. La tercera y última parte es un seguimiento de la presencia musical tan característica de Santo Domingo en su narrativa, a través de uno de sus representantes principales: el bolero. Como curiosidad, señalar que una de las novelas analizadas, Sólo cenizas hallarás de Pedro Vergés, fue finalista del Premio Nadal en 1980, y es fácil de encontrar en librerías de viejo.
Pero lo que acaba de darle más valor a este intenso y atractivo trayecto es que la visión de la autora, aún siendo apasionada, no es parcial, sino desprejuiciada y con frecuencia teñida de una sutil ironía que se agradece a cada página. Es frecuente que el estudioso admire tanto el tema de su tesis que todo le parezca maravilloso y sin mácula, de donde el lector termina por no creerse ni una de sus palabras como no lo haría del gurú de una secta que le fuese ajena. Por contra, De Maeseneer no duda en criticar los puntos flojos de los libros que examina, sin dejar de ser consciente de que en una novela, además de lo fundamentalmente literario, puede importar también lo que contiene de histórico o social, o incluso lo que con sus defectos muestra de una tendencia que se respira en el aire y no acaba de tomar forma artística plena por una u otra razón.
Así que ya sabes. Tú, que sueñas vivir el Caribe con intensidad, tienes aquí una puerta de entrada alternativa al paraíso... y al infierno.
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