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lunes, abril 11, 2016

En los bolsillos huesos de melocotón, Isabel Pose


Polibea, Madrid, 2016. 10 € (+ gastos de envío)

Verónica Aranda

Es más que conocida la influencia que ha ejercido el haiku en España en los últimos años y la proliferación de publicaciones, estudios críticos y antologías de haiku en español como Un viejo estanque, que salió en la editorial Comares y reunió tanto a haijines españoles como hispanoamericanos. Por otro lado, dentro de esta “moda” del haiku, mucha gente se ha lanzado a escribir y catalogar bajo ese nombre lo que no son más que poemas breves que al incorporar metáforas u otras “florituras”, de ningún modo funcionan como haikus.
No es el caso de Isabel Pose, que es una de las mejores haijines de nuestro país. Lleva años profundizando en la teoría y la filosofía de este género breve nacido en Japón en el siglo XVIII y fue discípula de Vicente Haya. Ha sido premiada en varios certámenes internacionales como el prestigioso Samurai Hasekura o el Haiku No-Michi. Forma parte del equipo de redacción de la gaceta de haiku “Hojas en la acera”.
El haiku es lo que se dice y, sobre todo, lo que no se dice, y los haikus de En los bolsillos huesos de melocotón destacan por su atmósfera intimista. Haikus que nos hablan de una soledad serena, de enfermedad, que nada tienen que envidiar a los de Shiki:

Del otro lado de la montaña
trae al enfermo
un manojo de menta.

Haikus de una enorme plasticidad y mirada flexible, milimétrica, que nos dibujan algunas escenas interiores muy sugerentes y llenas de vida:

En el patio del fondo,
la madre del samurái
planta glicinas.

El haiku es sencillo en su esencia, un ejercicio de desprendimiento que tiene que abandonar el yo para dejar constancia de ese asombro (aware) o ese encuentro entre la mirada del poeta y la naturaleza, que dura un instante, transmitiendo al lector un poso de armonía, la mística del paisaje. Ese instante pueden ser décimas de segundo, el tiempo que dura un relámpago:

A la luz del relámpago:
el plumaje de un pájaro
mojado de lluvia.

En general, los haikus de Isabel Pose no siguen la pauta del 5-7-5, lo cual es otro falso mito. Se puede escribir este género sin seguir el esquema métrico de las 17 sílabas, y la disposición tampoco tiene que ir necesariamente en tres versos. Por otro lado, también hay espacio para los haikus de temática urbana, que la autora plasma con maestría y nos deja flashes a modo de secuencias cinematográficas como “un plano de Roma” desplegado en el asiento de al lado o las noticias del frente que emite la radio mientras una mujer “descorazona ciruelas”.
En todos los haikus hay espacios en blanco, deben sugerir más que decir, y hablar de algún modo del silencio porque son gestados en la contemplación. Como bien explica la autora en la introducción, “para permitir que un haiku entre en nosotros es necesario que nuestra mente esté en silencio, sin estar analizando ni procesando nada”:

Sin nadie a quien hablar.
En la montaña
esperando el invierno.

El libro, bellamente editado por Polibea en su colección “el levitador”, en consonancia con la elegancia y la austeridad del haiku, se divide en tres secciones. Llama la atención la parte central, titulada “Anti-haikus”, que no llegan a ser haikus por su exceso de “subjetividad” o porque incorporan metáforas. Es todo un gesto de honestidad por parte de la autora haberlos incluido en el libro y, al mismo tiempo, es muy pedagógico porque nos ayuda a identificar lo que se aleja de los cánones que, sin embargo, puede funcionar a la perfección como poema breve.
El libro acaba con unos tankas, un subgénero que apenas se practica en España y que fue muy popular en la corte nipona, especialmente durante el periodo Heian. Los amantes recurrían con frecuencia a este tipo de poema para enviarse mensajes con un significado que sólo ellos podían entender. Por lo tanto, en el tanka sí que está permitida la subjetividad y la expresión de los sentimientos, y suele estar compuesto de 31 sílabas de 5-7-5-7-7, admitiendo también otras combinaciones. Curiosamente, sigue siendo la poesía predilecta en Japón y hay casos de bestsellers actuales escritos en tankas.

lunes, mayo 12, 2014

Lluvias continuas, Verónica Aranda

Pról. María Antonia Ortega. Polibea, Madrid, 2014. 82 pp. 10 €

Nuria Ruiz de Viñaspre

En voz de María Antonia Ortega, el haiku es capaz de abrir una cadena o cordillera de nuevos horizontes en una casa excesivamente amueblada […] ¿existe este exceso en la casa de la Naturaleza?
En manos de la poeta Verónica Aranda y bajo unas deliciosas Lluvias continuas, esta casa se compone de un Camino que nos adentra en un Bosque y nos lleva a una Aldea traspasando la Montaña senderada desde donde contemplar al fin el Mar.
Mano unida a mano un-ida ama-no…

Camino/bosque/aldea/montaña/mar. Todos ellos paisajes dentro de la Naturaleza.
Pues esto es justo lo que hace Aranda. Abrir. Abrir la cremallera del camino en dos. Abrirnos la Naturaleza. Desabrochárnosla con sabia mano unida a mano.

Las hojas que caen sobre otras hojas / se unen. / La lluvia arrasa sobre otra lluvia.

Y así, con Kato Gyodai, se abre este lienzo plegado. La gota que colma el vaso y se une a otra gota. Porque lo análogo se une, pues es ya querencia de versos y moras. Así se abre este libro plegado. Aquí sus alas. Hojas que se pegan con cola a tu cuerpo. Al cuerpo desnudo. Al cuerpo despojado del cuerpo. Al mundo despojado del mundo. A partir de ahí, la esencia. La especia de la esencia. Y contradictoriamente al no-peso de estos versos haikuneados, Aranda demuestra en este libro un gran peso silábico. Y sus sílabas saben a moras —de saber y saborear—. Moras silábicas y moras nacidas como bayas de su bosque, sotobosque de racimos y ramas habitadas.
Un carromato
lleno de moras blancas.
Zumban las avispas.

No podemos dominar el mundo simbólico del lenguaje, es el lenguaje el que suele condicionarnos estando supeditados a él, pero en este libro, la poeta es libre, eminentemente libre y nos muestra con una aparente sencillez de la lengua una realidad más profunda y más amplia que transcurre bajo tierra. La visión más intuitiva de la realidad. Una realidad que discurre debajo de la tierra que hay debajo de la tierra de la realidad primera. Es el suyo un lenguaje sencillo, sí, pero muy trabajado, depurado, un lenguaje que atraviesa túneles para llegar al mundo de la contemplación. Aranda no impone en este libro, solo muestra. Comunica. Nos comunica.
En "Camino", Aranda se llena de junios y agostos estacionarios. Se estaciona. Se huele a polvo caliente. Un carromato que cruza. Ella se impregna del camino, no en el camino. Y lo hace de tal modo que se convierte sin saberlo en la propia senda. Es la senda la que nos habla y nos describe con una belleza prodigiosa lo que encuentra en sus orillas. Olores sabores tactos... Los cinco sentidos consentidos. Piñas viento chopos sandías manzanos ríos juncos juncos juncos. La vida nace a cada paso. La fruta cae pues la lluvia continua es la mayor parturienta del mundo. Viaje sin retorno donde ella es el viaje.
Atravesando
groselleros en flor
Luna de agosto.

En "Bosque", la poeta se introduce dentro de un bosque que está dentro de otro bosque. En su otoño dentro del verano. Humedad de helechos sin más hechos que el pasado del Camino. Peces, Hayas, Tilos, Libélulas y truchas que revolotean su ocaso primaveral.
Llega el otoño:
una rama del tilo
amarillea.

En "Aldea", el invierno nos guarece en las casas. Nos embolsa. Y es aquí donde nos muestra la profundidad que hay en la sencillez. Porque aquí todo cuelga. Sencillamente. Cuelgan los ganchos, las lunas, las dalias, cuelga el ocaso… En Aldea, que son todas las casas de Verónica —siendo la poeta un Ave de paso— hay pisadas en Indias, Marruecos y Lisboas ya vividas… Sus cartografíasinteriores (Siempre en camino. / Rastros de cien ciudades/ en mis sandalias.)
Día de invierno.
Del bolsillo del músico
cae una nuez.

En "Montaña", Aranda senderea. Nos trepa a cada paso. Escalones de superación personal. Ella va y viene como el eje de este libro. Como bailan todas sus estaciones. Es como un reloj de sol que gira sobre un mismo eje. Podríamos girar y girar y descubrir invierno donde cae el otoño y verano en primavera… Nada es más importante que nada. La esencia del despojo. Arremolinar el despojo. Tamizarlo para conservar el Ser primero.
Tren de montaña
Una mendiga come
ciruelas verdes.

Y "Mar", "Mar" bien podría ser en todo su conjunto una despedida a estos haikus. Porque el mar es al fin el descanso de sus manos.
Quietud austral:
en la isla reposan
los cormoranes.

Esencia. Cortar ideas. Imágenes. Sensaciones y sabores. Cortar. Cortar. Cortar. Cortar moras. Silábicas bayas. Yuxtaponer escenas como en una película de cine mudo (María Antonia Ortega). Estacionarse desnudo en una estación del año. Bajo la lluvia. Bajo una lluvia continua. La lluvia es el instrumento de medición de Aranda para trascurrir la vida. Las estaciones. La naturaleza. La lluvia es regeneradora y no se para. No se para. No se para. Despojarse de todas las ataduras. Filosofía budista que me trae a la memoria al tan leído, Krisnhamurti.
Si contemplar, que viene de la palabra griega theoría, significa ver, si contemplación es visión, es teoría, Verónica es poeta visionaria, epifánica a veces, manifestada y manifestando. Ella nos propone —si nos propusiera algo, pues ella es abandono en el núcleo natural de la vida—, nos propone, insisto, caminar. Solo Caminar. Caminar Solo. Nos lleva de la piel de la mano por sus recorridos a-solados. Solo el que conoce sin ojos el arte profundo de la contemplación sabe guiarnos más allá de nuestras miradas. Y Aranda tiene tal contacto místico con su Ser -en toda su existencia-, que macera versos inefables.
La poeta se estudia a sí misma. Y estudiarse a sí mismo es olvidarse de sí mismo. Ésa y no otra es la que nos llega. Verónica senderada y despojada de sí misma, desprendida, deja cuerpo y mente a un lado, piel al otro. Al centro, ella sin nada de esto. Un aquí y ahora. Por eso Aranda es la senda silenciosa. El sendero susurrado del agua. El asombro. Creo que es una de las poetas más coherentes con su filosofía de vida. Es la desembocadura pensante de cuanto siente. Es tierra aire agua y fuego también, pues como ya dijo Pizarnik: «El lenguaje silencioso engendra fuego. El silencio se propaga, el silencio es fuego».
Siempre me ha resultado interesante la doble lectura que ha de hacerse del haiku, tal y como lo hizo Verónica cuando expuso el libro. Y es que en la repetición está la clave. En la segunda lectura llega el re-asombro. Lees dos veces meditas dos veces miras dos veces el mundo. Te asombras dos veces. Re-generación del mundo.
Las líneas de Ángel Aragonés, que ilustra el libro junto a Fumie Ito con sus soberbios Ideogramas, se me antoja, o me lleva a las ilustraciones que hizo el francés Jean-Jacques Sempé en aquel bello libro de Patrick Süskind La historia del Señor Sommer.

martes, marzo 26, 2013

Entre paréntesis, Ana Pérez Cañamares

Trad. (al japonés) Yoshida Mitsuko. La Baragaña, Palma de Mallorca, 2013. 118 pp. 12 €

Miguel Baquero

Hace tiempo que el haiku dejó de ser un aditamento exótico entre nosotros, en la órbita castellanohablante quiero decir. Autores como Mario Benedetti han compuesto libros íntegramente sobre esta forma de poesía tradicional japonesa; y en nuestro país, a día de hoy, se imparten talleres de haiku con gran aceptación, se organizan certámenes y encuentros, han aparecido incluso revistas centradas en el género y el resultado es el surgimiento de poetas de extraordinaria calidad como la valenciana Susana Benet (recomiendo, para los aficionados a esta forma de poesía, su blog Noches blancas, donde podrán encontrar haikus tan espléndidos como este: «Nadie recoge / esa ropa tendida / bajo la lluvia»).
Con la mayor humildad, voy a aprovechar este excelente haiku de Benet para introducir la reseña de Entre paréntesis, el último poemario de la madrileña Ana Pérez Cañamares. Poeta consolidada con libros como La alambrada de mi boca o Alfabeto de cicatrices, reciente premio Blas de Otero de poesía por Las sumas y los restos, y sostenedora también de un excelente y muy recomendable blog poético, El alma disponible, Pérez Cañamares acaba de publicar, con la editorial La Baragaña, de Mallorca, un libro compuesto de diferentes haikus.
Digo que el texto de Benet me va a servir de introducción porque, como apéndice final al libro de Pérez Cañamares, se recoge la opinión de la autora sobre el género, así como algunas observaciones teóricas de los más importantes cultivadores originales del haiku (con lo cual este Entre paréntesis adquiere también una dimensión interesante para quienes quieran iniciarse o ahondar en esta forma poética). Apuntan dichos comentarios a la esencia del haiku. Ésta parte básicamente de la contemplación de la naturaleza en espera —aunque quizás sobre aquí ese componente de impaciencia—, en disposición más bien de captar ese fogonazo de lo sublime que parte de las pequeñas cosas del entorno y que durante unos instantes sitúa al hombre en concordancia con un todo superior. Mal explicado —disculpará el lector; los teóricos cuyos textos se recogen en este libro y la autora lo hacen infinitamente mejor— esa sería la esencia del haiku: captar lo sublime de un momento, aprehender con palabras una maravilla efímera.
Sin embargo, y como también se apunta en el estudio que acompaña a esta colección de haikus, la llegada y asimilación por la cultura occidental de esta forma de poesía tradicional japonesa originó ciertas «variaciones» sobre la base original. Al contacto con la cultura occidental, por ejemplo, se integró en el haiku el ingenio, cuando la principal característica de esta poesía es «la naturalidad que procede del corazón», según Bashô; se integró asimismo la reflexión, la búsqueda de un sentido en lo que se observa; y se integró la metáfora, la plasticidad del momento observado, que no existía en el original japonés pues «al escritor de haikus no le importa la belleza (…) como es concebida en Occidente». Junto con ello, y aunque se mantuvo la observación de la naturaleza como eje, también se aceptó en este lado del globo el desencadenante de elementos de la vida cotidiana y aun objetos industriales.
La propia Pérez Cañamares se acusa en el prólogo de todos estos pecados: «En mis haikus mi ego se colaba demasiado a menudo; otras veces, resultaban demasiado abstractos o rebuscados o literarios; incluían metáforas y otras figuras que los alojaban de su ideal desnudez y despojamiento de todo adorno». Pese a todo, la autora consigue llevar adelante una buena colección de estos haikus podríamos decir «occidentalizados» de cuya calidad final pueden dar fe algunos como este: «La contraseña / para entrar en la lluvia / es el silencio», o este otro: «En nuestros pechos / cabe todo el vacío / de los adioses». Algo hay también de esta combinación de lo oriental con nuestra estética en los excelentes haikus de Susana Benet, y pienso que tanto en el caso de ella como en el de Pérez Cañamares, el resultado no puede ser sino enriquecedor. En todo caso, Entre paréntesis es una excelente invitación al lector para que juzgue de las posibilidades, que al reseñista se le antojan muchas y de altísimo nivel, de esta forma digamos «refundida» de poesía.