Santiago Pajares
Todo escritor es una historia en sí misma, y si no es así, el editor debe inventarla para poder vender, para poder contar algo que anime a un posible comprador a elegir ese título y no otro. En el caso de David Monteagudo, esta historia es: Maquinista en una fábrica de cartón corrugado decide, a la edad de cuarenta años, ponerse a escribir. Escribe diez novelas en ocho años hasta que Jaume Vallcorba, de Ediciones Acantilado, decide publicar una de ellas, Fin, y esta se convierte en un pequeño éxito editorial con treinta mil copias vendidas.
Es, sin lugar a dudas, una bonita historia para vender a un autor, y con él, sus libros. ¿Pero qué podemos sacar de esta historia? Ya no vivimos en el siglo XIX ni la cultura es sólo accesible a unos pocos. Cada uno escoge a lo que quiere dedicarse fuera se su horario laboral, ya sea ver la televisión, tomar cervezas con los amigos o aguantar el tronco de la torre humana como casteller (tarea que por cierto David Monteagudo ejerce junto a su colla). Y este gallego residente en Cataluña decidió leer a los clásicos y escribir en un pequeño apartamento de cuarenta metros cuadrados donde viven él, su familia, más de mil libros y ninguna televisión (A mí lo de no tener televisión sí me parece una gran historia).
Tras la publicación de su gran éxito Fin y su siguiente novela, Marcos Montes, la cual creo que ha pasado quizá un poco más de puntillas, nos llega ahora su tercer trabajo publicado (que no escrito, ya que esta fue en realidad la primera novela que escribió), Brañaganda.
Esta es una novela de enormes influencias autobiográficas. Está ambientada en un pequeño pueblo gallego que da título al libro, donde el autor transforma el nombre de su aldea natal, Brañatuílle. En este pueblo vive Norberto, narrador del libro e hijo de la maestra local (igual que en la vida real del autor) y un polifacético padre, guardabosques de profesión y pintor de cuadros por afición (el padre de David Monteagudo era un oficinista que un día decidió dejar su trabajo de oficinista para dedicarse a las variedades). Esta aldea es atacada por el lobishome, una criatura mítica a medio camino entre el animal y el humano que se ensaña con las aldeanas en las noches de luna llena. Entonces ese pueblo, aislado y arraigado a las viejas tradiciones, debe decidirse entre creer en la superstición o aferrarse a la lógica de los nuevos tiempos. Pero no sólo estarán en riesgo los propios aldeanos, sino también los secretos que se guardan a la luz de la lumbre, secretos que amenazan con romper la estabilidad familiar del propio Norberto.
El propio autor ha declarado en entrevistas su siempre presente miedo al fracaso, sólo superado por la tenacidad heredada de su madre. Sabiendo que esta es en realidad su primera novela, y conociendo la enorme influencia familiar presente en esta historia (David Monteagudo sólo se atrevió a comenzar a escribir tras la muerte de su padre), creo que el resultado es mucho más que satisfactorio. Aunque quizá la historia en sí pueda adolecer de cierta estructura, la frescura con que describe las tierras en las que vivió en su niñez y los tipos de gente que las poblaban compensan enormemente la balanza. Porque hay grandes momentos en estas páginas, pasajes hermosos que se quedan contigo y desaparecen para volver a aparecer tan sólo al final, con las últimas explicaciones del libro. Y somos nosotros, como lectores, los que debemos decidir si creemos en el lobishome de la novela, si nos decantamos por las antiguas tradiciones o por esta lógica cruel de los tiempos que nos toca vivir ahora. En Brañaganda encontraremos un pedacito de tiempo gallego, tiempo donde todo era más sencillo y a la vez, mucho más sincero.
1 comentario:
Todo correcto, salvo que el narrador no es Norberto, sino Osvaldo, su hermano. Excelente libro.
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