Impedimenta, Madrid, 2010. 195 pp. 17,90 €
Emilio Ruiz Mateo
Es muy arriesgado elegir un gran título para un libro: nos exige estar a su altura. A Pilar Adón parece no haberle dado ningún miedo llamar a su segundo libro de cuentos El mes más cruel, uno de los títulos más bellos que un servidor ha visto en mucho tiempo. Han pasado ya cinco años desde que el primero, Viajes inocentes (Páginas de Espuma), hiciera a los amantes del género breve memorizar el nombre de esta madrileña nacida en 1971. En el intervalo hemos leído poemas y más cuentos suyos en numerosas antologías y revistas, así como traducciones de Edith Wharton y Henry James, entre otros. Pero es esto lo que esperábamos de ella, una nueva colección de relatos escritos con la precisión del artesano: el que sabe que la dejadez o el descuido pueden convertir su obra en un producto más del mercado. Un buen relato debe ser como esos relojes de esfera blanca, agujas finas y estilizados números romanos: sencillo en su apariencia, complejo y exacto en sus tripas, que sólo el relojero debe conocer.
El mes más cruel es un lugar habitado por personajes que se encuentran en situaciones desesperadas, al borde de una decisión esencial que no se atreven a tomar, a un paso de la verdad y sus metamorfosis. ¿Será casual que las protagonistas del primer relato del libro, “En materia de jardines” (de nuevo un maravilloso título), vivan junto a un acantilado? El mes más cruel es ese momento en el que alguien llega a nuestro paisaje y todo cambia radicalmente, es ese extranjero que nos desconcierta y hace saltar los cerrojos del secreto. Será por eso que los nombres de los personajes suenan a lejanía, a otros lugares, siempre más atractivos que el nuestro: Caterina, Flavia, Marcel, Olivia…
Una atmósfera de terror (intensa en casos como el de “Los cien caminos de las hormigas”) subyace en las historias que Pilar Adón nos cuenta. Del peor de los terrores: ese que toma el rostro de lo conocido. «Empezaría a comprender que, en realidad, las más terribles aberraciones anidan en el interior de los demás, en lo más indescifrable del voraz y sórdido comportamiento de los individuos que nos preparan un nutrido desayuno al amanecer, que se sientan a comer con nosotros y que por la noche nos arropan con ternura y dedicación.» Es por ello que muchos de sus personajes huyen, aunque no sepan hacia dónde, aunque sea hacia dentro, como ocurre en “Clara”. Escasean las descripciones físicas de personas y paisajes en estas historias: uno diría que el dibujo que Adón crea de sus personajes es casi en su totalidad psicológico: no veo a Olivia, ni a Marcel, pero puedo sentir su aliento entrecortado y el peso de sus temores, el cansancio de sus miedos.
Nos hemos acostumbrado tan pronto a la delicadeza de las ediciones de Impedimenta, que ya no apreciamos la calidad que nos regalan. Esa tipografía limpia, el delicioso tacto del papel, la falta de errores en el texto. Cuando un libro brilla por dentro y por fuera, el lector se siente querido. Es lo que ocurre en este caso: difícil escapar de la mirada incisiva de esa chica de la portada, obra de Dino Valls (www.dinovalls.com), del placer de pasar páginas. Que venga el libro electrónico y haga con nosotros lo que quiera, no vamos a negarnos a sus beneficios, pero que no perdamos el feliz hedonismo que supone siempre leer un Impedimenta.
Emilio Ruiz Mateo
Es muy arriesgado elegir un gran título para un libro: nos exige estar a su altura. A Pilar Adón parece no haberle dado ningún miedo llamar a su segundo libro de cuentos El mes más cruel, uno de los títulos más bellos que un servidor ha visto en mucho tiempo. Han pasado ya cinco años desde que el primero, Viajes inocentes (Páginas de Espuma), hiciera a los amantes del género breve memorizar el nombre de esta madrileña nacida en 1971. En el intervalo hemos leído poemas y más cuentos suyos en numerosas antologías y revistas, así como traducciones de Edith Wharton y Henry James, entre otros. Pero es esto lo que esperábamos de ella, una nueva colección de relatos escritos con la precisión del artesano: el que sabe que la dejadez o el descuido pueden convertir su obra en un producto más del mercado. Un buen relato debe ser como esos relojes de esfera blanca, agujas finas y estilizados números romanos: sencillo en su apariencia, complejo y exacto en sus tripas, que sólo el relojero debe conocer.
El mes más cruel es un lugar habitado por personajes que se encuentran en situaciones desesperadas, al borde de una decisión esencial que no se atreven a tomar, a un paso de la verdad y sus metamorfosis. ¿Será casual que las protagonistas del primer relato del libro, “En materia de jardines” (de nuevo un maravilloso título), vivan junto a un acantilado? El mes más cruel es ese momento en el que alguien llega a nuestro paisaje y todo cambia radicalmente, es ese extranjero que nos desconcierta y hace saltar los cerrojos del secreto. Será por eso que los nombres de los personajes suenan a lejanía, a otros lugares, siempre más atractivos que el nuestro: Caterina, Flavia, Marcel, Olivia…
Una atmósfera de terror (intensa en casos como el de “Los cien caminos de las hormigas”) subyace en las historias que Pilar Adón nos cuenta. Del peor de los terrores: ese que toma el rostro de lo conocido. «Empezaría a comprender que, en realidad, las más terribles aberraciones anidan en el interior de los demás, en lo más indescifrable del voraz y sórdido comportamiento de los individuos que nos preparan un nutrido desayuno al amanecer, que se sientan a comer con nosotros y que por la noche nos arropan con ternura y dedicación.» Es por ello que muchos de sus personajes huyen, aunque no sepan hacia dónde, aunque sea hacia dentro, como ocurre en “Clara”. Escasean las descripciones físicas de personas y paisajes en estas historias: uno diría que el dibujo que Adón crea de sus personajes es casi en su totalidad psicológico: no veo a Olivia, ni a Marcel, pero puedo sentir su aliento entrecortado y el peso de sus temores, el cansancio de sus miedos.
Nos hemos acostumbrado tan pronto a la delicadeza de las ediciones de Impedimenta, que ya no apreciamos la calidad que nos regalan. Esa tipografía limpia, el delicioso tacto del papel, la falta de errores en el texto. Cuando un libro brilla por dentro y por fuera, el lector se siente querido. Es lo que ocurre en este caso: difícil escapar de la mirada incisiva de esa chica de la portada, obra de Dino Valls (www.dinovalls.com), del placer de pasar páginas. Que venga el libro electrónico y haga con nosotros lo que quiera, no vamos a negarnos a sus beneficios, pero que no perdamos el feliz hedonismo que supone siempre leer un Impedimenta.
5 comentarios:
Acabo de terminar de leer precisamente este libro. Me parece excelente. Historias, personajes y paisajes sombríos, inquietantes, tenebrosos, tremendamente humanos, sensibles, delicados, rotundos, duros. Y la lectura sin embargo es amable, fluida, deliciosa. Eso sólo lo puede lograr quien de verdad sabe escribir.
rh.
Me alegra compartir ese placer con quien sea usted, rh.
Totalmente de acuerdo, rh.
Emilio RM.
Es un libro precioso, efectivamente, por dentro y por fuera. Relatos intemporales llenos de personajes temblorosos. Es tan bello y tan delicado como la juventud de la mayoría de sus protagonistas. Frágil.
Me ha encantado.
A.
Comparto la misma opinión que los demás comentaristas. Lo terminé ayer y me ha impresionado mucho. Las poesías también son muy especiales. Enhorabuena, Pilar. Sigue regalándonos más pequeñas obras de arte. Y felicitar también al editor de Impedimenta, E. Redel.
(Con este libro le perdono el bodrio que me vendió en la Feria del Libro: "La hija de Robert Poste")
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