XI Premio Arte Joven de Teatro de la Comunidad de Madrid. Ñaque Editora, Madrid, 2008. 117 pp. 8 €
José Gutiérrez Román
Uno suele mostrarse reacio a leer obras de teatro. Lo ideal es verlas representadas, parece decir la opinión general de los lectores-espectadores. Sin embargo, en algunas obras dramáticas el poder de su texto es tal que logra seducirnos sin necesidad de haber visualizado su puesta en escena. Este es el caso de Orikata, primera pieza teatral publicada por el joven y polifacético escritor Carlos Contreras Elvira, en la que compone un reflejo de nuestros días que nos aproxima al cercano y lejano mundo de la inmigración. Y para ello qué mejor escenario que un locutorio. Es aquí donde transcurre toda la acción de la obra, en el locutorio de una pequeña ciudad de provincias regentado por Félix, un hombre que se debate entre su apariencia gruñona y sus impulsos bondadosos. Por allí desfilan hasta veinticinco personajes, inmigrantes en su mayoría (ecuatorianos, un marroquí, un paquistaní…), pero también podemos ver a jóvenes del lugar o a una pintoresca señora que se pasa los días tejiendo mientras aguarda una llamada, y que suele actuar como molesta conciencia de los otros. Seguramente hoy Max Estrella y don Latino visitarían también algún locutorio en sus paseos.
En el local de Félix asistimos a los empeños de estas personas, que en sus conversaciones con el dueño van desvelando sus historias, con sus sombras y sus luces. Entre medias se van tejiendo pequeñas intrigas, como la de los misteriosos sobres que dos personajes se hacen llegar a través de los buzones de alquiler del local. Hay un halo de tragedia en el ambiente que, conjugada con finos toques de humor y agudas reflexiones, logra que el lector no despegue la vista de la historia. Da la impresión de que uno está enfrascado en una novela (dicho esto como elogio) gracias al eficaz estilo literario con que está escrita y a sus acertados golpes de efecto. También hay que reseñar la credibilidad que les da a los personajes extranjeros la naturalidad de su habla, usando sus propios modismos en el caso de los latinoamericanos, por ejemplo, o con las dificultades propias de expresión en otros casos.
Entre las sorpresas que nos depara Orikata destaca el juego que el autor se trae entre manos al dejarnos entrever cuál es su papel en la ficción (o quizá deberíamos decir en la realidad), lo cual aumenta el atractivo de la obra. Pero esto es algo que no puedo desvelar por completo si no quiero destripar la obra.
Parece que próximamente se procederá a su estreno en los teatros, pero ello, como decía al inicio, no debe impedir el disfrute de su lectura, al contrario. Ah, por cierto, Orikata, como nos informa uno de los personajes, «es uno de los nombres que se le dio al arte de doblar papeles». Ahí está la clave, en lo que está doblado. Y como diría la ínclita Mayra, hasta aquí puedo leer.
José Gutiérrez Román
Uno suele mostrarse reacio a leer obras de teatro. Lo ideal es verlas representadas, parece decir la opinión general de los lectores-espectadores. Sin embargo, en algunas obras dramáticas el poder de su texto es tal que logra seducirnos sin necesidad de haber visualizado su puesta en escena. Este es el caso de Orikata, primera pieza teatral publicada por el joven y polifacético escritor Carlos Contreras Elvira, en la que compone un reflejo de nuestros días que nos aproxima al cercano y lejano mundo de la inmigración. Y para ello qué mejor escenario que un locutorio. Es aquí donde transcurre toda la acción de la obra, en el locutorio de una pequeña ciudad de provincias regentado por Félix, un hombre que se debate entre su apariencia gruñona y sus impulsos bondadosos. Por allí desfilan hasta veinticinco personajes, inmigrantes en su mayoría (ecuatorianos, un marroquí, un paquistaní…), pero también podemos ver a jóvenes del lugar o a una pintoresca señora que se pasa los días tejiendo mientras aguarda una llamada, y que suele actuar como molesta conciencia de los otros. Seguramente hoy Max Estrella y don Latino visitarían también algún locutorio en sus paseos.
En el local de Félix asistimos a los empeños de estas personas, que en sus conversaciones con el dueño van desvelando sus historias, con sus sombras y sus luces. Entre medias se van tejiendo pequeñas intrigas, como la de los misteriosos sobres que dos personajes se hacen llegar a través de los buzones de alquiler del local. Hay un halo de tragedia en el ambiente que, conjugada con finos toques de humor y agudas reflexiones, logra que el lector no despegue la vista de la historia. Da la impresión de que uno está enfrascado en una novela (dicho esto como elogio) gracias al eficaz estilo literario con que está escrita y a sus acertados golpes de efecto. También hay que reseñar la credibilidad que les da a los personajes extranjeros la naturalidad de su habla, usando sus propios modismos en el caso de los latinoamericanos, por ejemplo, o con las dificultades propias de expresión en otros casos.
Entre las sorpresas que nos depara Orikata destaca el juego que el autor se trae entre manos al dejarnos entrever cuál es su papel en la ficción (o quizá deberíamos decir en la realidad), lo cual aumenta el atractivo de la obra. Pero esto es algo que no puedo desvelar por completo si no quiero destripar la obra.
Parece que próximamente se procederá a su estreno en los teatros, pero ello, como decía al inicio, no debe impedir el disfrute de su lectura, al contrario. Ah, por cierto, Orikata, como nos informa uno de los personajes, «es uno de los nombres que se le dio al arte de doblar papeles». Ahí está la clave, en lo que está doblado. Y como diría la ínclita Mayra, hasta aquí puedo leer.
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