Inés Matute
Valiente es, a mi juicio, la palabra que mejor define esta novela de Marta Sanz, finalista del Premio Nadal 2006. Valiente en lo referente a su contenido; arriesgado el tratamiento y el juego utilizado para adentrarse en el peculiarísimo mundo de sus personajes, atípicos pero bien definidos. Esta novela de interiores, abierta no obstante al mundo exterior, parte de la anécdota de una asistenta que vive al cuidado de un anciano que está prácticamente impedido, siendo Susana la geriatra que diariamente le visita dispensándole unos cuidados que entran de lleno en lo erótico. La cuidadora es consciente de la peculiar relación geriatra/enfermo pero, en lugar de reaccionar de forma violenta, prefiere dosificar la información y observar la reacción de los distintos miembros de la familia. Partiendo de un microcosmos en permanente riesgo de radicalización y quiebra, la autora realiza un profundo estudio de la psicología de los personajes, de sus emociones y motivaciones, manteniendo el misterio en todo lo referente a Susana. Así, Marta Sanz da la vuelta al conocido pasaje bíblico de Susana y los viejos consiguiendo que Susana pase de observada a observadora, una metáfora de los tiempos en que vivimos. La novela habla de la enfermedad, de la decrepitud y la vejez, pero lo hace desde un punto de vista optimista y positivo, eludiendo dramatizar para evitar el rechazo que estos temas suelen producirnos. La autora de las novelas El frío, Lenguas muertas, Los mejores tiempos y Animales domésticos, refleja la contradicción moral que se da en el mundo actual, donde los ancianos, recordatorio andante de la muerte, son un incordio cuando no un enemigo al que conviene desterrar lo más lejos posible. La obra, por otra parte, perfila un tipo de amor que no es sufrimiento ni renuncia, pero tampoco fiesta, ofreciéndonos unas páginas luminosas en las que una visión de la realidad nada complaciente se plasma sin tapujos. «Si los límites están cambiando, también deben de cambiar los tabúes», me confiesa Marta antes de añadir: «Hay muchas novelas que no sirven para nada y ninguna sirve para adoctrinar, pero sí deberían servir para intervenir en la realidad, para denunciar lo que no nos gusta. La cuestión del tabú, el amor y la muerte a través de la idea del cuerpo son temas que no quedaron cerrados en mis trabajos anteriores, y como últimamente he vivido situaciones luctuosas me he acercado un poco más al tema de la vejez». Amores y desamores, pasiones y odios familiares marcan un juego de espejos en el que se pone de manifiesto la frágil frontera de las convenciones abordando confrontaciones generacionales, sexuales y de clase. Introduzcamos, a modo de ejemplo, un divertido fragmento de la página 79 del libro:
Pola ha pegado un salto de la cama. Se lava los dientes. Usa el bidé. Mientras, en la cama, Max recupera la imagen de la axila tensa de Pola, del sobaco estirado de Clara. Pola tiene senos y Clara tetas, Pola tiene vientre, Clara tripa, Pola tiene rostro, Clara, cara, Pola tiene cabello, Clara, pelo, Pola tiene pubis, Clara, potra, Pola tiene vagina, labios menores y mayores, una enorme complejidad de tejidos replegados, Clara tiene chocho, Pola tiene durezas, Clara, callos, Pola, cutículas, Clara, padrastros, Pola, marcas de expresión, Clara, arrugas, Pola, una boca fina, Clara, una boca de culo. Por eso, Max yace con Pola. Por eso, le dan miedo las asistentas y las torres de los siete jorobados.
Llamativo me resulta el rompedor tratamiento que Marta da al servicio doméstico a través del personaje de Clara; llamativa me resulta su manera de abordar el tema del amor madre-hijo, la minuciosa descripción de la incomodidad que puede causar la solitaria, los encuentros sexuales de sus protagonistas, los escollos que en su relación deben sortear personas de distintas generaciones y gustos. Magnífico me resulta el punto de vista del anciano, quien desde su condición de «casi cadáver» nos exige el debido respeto. Estamos ante una de esas novelas que se disfrutan tanto que uno está deseando acabarlas, pero no por hartazgo, sino para volver a la primera página y releerlas con los pies en alto y una sonrisa en los labios. Que lo desagradable y lo inevitable no nos frenen a la hora de vivir intensamente, ese es su mensaje.
Marta Sanz: «Lo único que hice fue observar a mis abuelos»
—Susana y los viejos fue finalista del premio Nadal 2006, ¿Cómo está siendo la "resaca” de Susana?
-Una resaca activa. Lejos de dejarme paralizada y con náusea, me ha dado ánimos para empezar a beber otra vez. Más allá de metáforas etílicas, quedar finalista del Nadal es un estímulo importante para seguir trabajando; al mismo tiempo, creo que hay que tomar distancia y no dejarse arrastrar por la inercia del premio.
-¿Has recibido algún tipo de feed back por parte de los lectores? ¿Qué te comentaba la gente en la pasada Feria del libro?
-Los lectores que se me acercaron en la feria me dejaron estremecida: casi todos eran personas que trabajaban con viejos y que se habían quedado impresionados por cómo había captado esa etapa de la vida, sin ser excesivamente mayor o sin trabajar a diario con viejos. Yo les contestaba que lo único que hice fue observar a mis abuelos.
-El listón está muy alto, ¿ya has pensado sobre qué tema versará tu próxima novela?
-Mi próxima novela ya está escrita. Estaba escrita antes de Susana. Habla de lo mal que toleramos la felicidad ajena y del miedo que todavía nos paraliza a muchos en este mejor de los mundos posibles. Habla de los límites de la democracia y de la relación entre la intimidad y la acción política.
-¿En qué consiste, para ti, el oficio de escritor?
-En ver, oír y no callar.
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