Valparaíso Ediciones, Granada, 2016. 78 pp. 10 €
Pedro M. Domene
La realidad y las formas, o a juicio de Gracián «todos los aciertos juntos que no bastan aun para desmentir un solo y mínimo error», ejemplos de sentencias y procesos que cuatrocientos años atrás conformaban la exactitud del aforismo de un jesuita erudito del XVII, y que a día de hoy definimos como «una concreta frase breve y doctrinal que propone un principio de manera concisa, coherente, y de una forma cerrada». A medio camino entre autorretrato y poética, a decir de Luis García Montero, enciende Carmen Canet (Almería, 1955) con su obra más reciente, Malabarismos (2016), esa pequeña llama que la almeriense equilibra con el peso del lenguaje, donde en cada palabra subyace ese destello genial, tan inesperado como magnético que se concreta en un buen aforismo.
El horizonte habitual de las palabras se ensancha de su mano y convierte la rutina de lo cotidiano en un raro objeto de colección, en algo que nos permite sumergirnos en las profundidades de lo más íntimo, y de lo más subjetivo, al mismo tiempo que universaliza los conceptos de esa reflexión donde lo humano, lo social, lo políticamente correcto, y aun más lo intrínseco-lírico-poético ofrecen una elíptica visión de cuanto apreciamos en nuestro mundo; ese espacio concreto que Carmen Canet ha hecho a su medida, y cuando escribe construye textos inteligentes, de un soterrado humor, en ese válido juego de palabras, o con ese encubierto recurso de la ironía que observa con sumo cuidado el curioso espectáculo de lo cotidiano en una permanente búsqueda de aquellos otros ángulos que ofrece la realidad. Y como la narradora se permite con su libro orientarnos, sobrepasar esos bordes de la escritura y del sentido mismo, divide sus Malabarismos en cuatro epígrafes o calculados apartados que se concretan y desarrollan en “Destreza (en la vida)”, y entonces nos enseña, «Cuando nos equivocamos tanto, aprendemos a equivocarnos mejor», el segundo que califica de, “Equilibrio (sobre amor y amistad)”, y, entre otros muchos aciertos, leemos, «Morir de amor es una metáfora lapidaria», o el siguiente que titula, “Agilidad (ideas en vuelo)” que sentencia con un concreto, «La alegre militancia» o «Una supuesta naturalidad», y que de alguna manera pueden leerse como resumen de todo el bloque, y para terminar, “Ingenio (de las artes)”, que confirma, «El poder narrativo de las enciclopedias», y así dosifica la complejidad de un mundo en permanente construcción, pero sin embargo abocado a su propia destrucción. Memoria y olvido, reflexión y militancia con el arte de la palabra, esa permanente búsqueda de la que García Montero habla cuando escribe sobre Canet, la exigencia de una dimensión narrativa que, por su concisión y brevedad, escaparía a cualquier instante. Y pese a todo, la filóloga rompe un silencio y captura con su voz esas otras dimensiones de nuestro pensamiento como una inagotable fuente donde reconocer el sentido último de la vida, sin duda la nuestra, y por extensión la ajena.
Carmen Canet, tan humana como profunda, explora y reflexiona sobre sus límites, sobre esos diferentes aspectos de una común existencia: el amor, y/o la amistad, el dolor o la felicidad, la vida o la muerte, el arte y el ingenio, sobre capacidad de la escritura y de su proyección en la vida, y todo resulta evidente cuando constatamos la fortaleza de sus precisos, y acertados juicios.
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